ESPECTáCULOS › “DE USHUAIA A LA QUIACA”,
A VEINTE AÑOS DE SU EDICION ORIGINAL
“Lo hicimos por puro placer”
León Gieco y Gustavo Santaolalla cuentan detalles y anécdotas de aquella experiencia inolvidable, que sigue dando que hablar: De Ushuaia... acaba de ser reeditado en cuatro CD, con bonus tracks y pistas multimedia.
Por Karina Micheletto
Atrás, un León Gieco joven y de semiflequillo canta Maturana, guitarra en mano, desde una pantalla de TV. Adelante, un León Gieco con más años y menos pelo habla de cuánto le cambió la vida haber grabado aquella zamba, entre muchos otros temas recogidos en un viaje que lo llevó De Ushuaia a La Quiaca. A su lado está Gustavo Santaolalla, corresponsable del proyecto que hizo pie en todas las provincias argentinas y en sus manifestaciones musicales. El registro que surgió de aquella experiencia ahora se reeditó en cuatro CDs: tres grabados a lo largo del país y uno de estudio, que originalmente apareció más tarde. Y también aparece un libro que selecciona imágenes entre las casi 9 mil que tomó Alejandra Palacios en aquella travesía que, aseguran sus protagonistas, marcó un antes y un después en sus vidas.
La historia de la reedición se remonta a un par de años atrás, cuando Santaolalla decidió regalarle a su esposa, la misma Palacios, fotógrafa de la gira (ver recuadro), una exposición de su trabajo en De Ushuaia... Lo que empezó como un proyecto acotado terminó siendo un libro de fotografías, y una reedición de cuatro discos que incluyen dos bonus tracks hasta ahora inéditos (Brazo de guitarra y Maturana, en la voz de León Gieco), que también aparecen en video, más pistas multimedia con letras, recortes periodísticos de la época, fotos y testimonios varios.
Gieco recuerda el especial contexto en el que parió aquel proyecto, allá por principios de los ’80: “Salió de la nada, de momentos de bajón e incertidumbre. Como suele pasar, los proyectos más enormes surgen de la nada”, dice. “Yo venía mal, no quería cantar más, después de la guerra de Malvinas habían mandado un decreto para que Sólo le pido a Dios se pasara en las radios casi de prepo, después de que la prohibieran en 1978. Estuve tres años boyando, no sabía si tenía que abrir una verdulería o qué, y De Ushuaia a La Quiaca me salvó”, cuenta el músico, y relata la historia del inicio. “La compañía grabadora presionaba para que grabara, pero yo no tenía ningún tema. Entonces lo traje a Sixto Palavecino para grabar. Cuando lo escucharon me dijeron que estaba loco, que esperaban encontrar canciones mías y no de un señor que se llamaba Sixto Palavecino. Hasta que ellos solos pisaron el palito y llamaron a Gustavo para que fuera en mi ayuda.” El proyecto fue creciendo en la imaginación y las ganas de los dos, que terminaron ofreciendo algo mucho más difícil y costoso: lo que ahora se está reeditando.
Santaolalla destaca que, aunque el tiempo le otorga una mayor dimensión al proyecto, fue encarado casi desde la inocencia. “Yo también pasaba por un momento especial, de cambios en mi vida. Uno de ellos fue conocer a mi mujer. El otro, conocer a León, con quien hasta hoy nos une una relación de amistad y de trabajo. Somos gente que hace música por necesidad de seguir vivos, por el puro placer de hacerla”, explica. Y Gieco advierte: “Fuimos humildemente a conocer el interior y a aprender de gente como Sixto. Después el periodismo dijo que estábamos ‘salvaguardando la cultura nacional’. ¡No, ni en joda! Aún lo escucho a Sixto y siento que aprendo de él.”
El primer disco incluye algunos temas que hoy son clásicos (Carito, Esos ojos negros) y fue grabado “con elementos tecnológicos de avanzada”, según aclara Santaolalla. Por entonces era casi una provocación largarse a hacer folklore con una batería digital o enchufar un bajo o una guitarra (varios años después, Peteco Carabajal se ganaría un recordado abucheo en su propia provincia cuando mostró una rebeldía similar con MPA). “Casi como un presagio del mundo tecno, usamos sampling de las mismas cosas que tomamos del viaje, ese tipo de cosas”, destaca Santaolalla. Más adelante, el viaje se cruzó con algunos de los principales referentes de la música popular argentina. La familia Carabajal en pleno (desde Carlos, apodado “el padre de la chacarera”, hasta Roxana, por entonces una niña). Elpidio Herrera, el inventor de la sachaguitarra (un instrumento cruza de mandolín y guitarra); Don Sixto Palavecino; el Cuchi Leguizamón, con tres versiones increíbles de Maturana en su piano. Leda Valladares, al frente de una experiencia de canto colectivo con 1500 niños de entre 9 y 12 años y 40 maestras, en un anfiteatro al aire libre en Tucumán. También la chilena Isabel Parra, haciendo junto a Gieco su tema En la frontera frente al canal de Beagle. Y están esos músicos que pueblan el país, desconocidos por el gran público pero igualmente virtuosos y creadores: la coplera Gerónima Sequeida (ya fallecida), los integrantes de la banda de sicuris Los Birtuosos de Tilcara (sic), la Banda de Monteros de Tucumán, entre muchos otros.
En diálogo con Página/12, Gieco y Santaolalla rescatan los “datos técnicos”, que hicieron de aquél un proyecto “de avanzada”. “Teníamos una consola de dieciséis canales con cinta para grabar, y otra cosa revolucionaria en su momento: hacíamos clips; por ejemplo, en Atamisqui filmábamos al grupo de Sixto tocando conmigo, y después hacíamos un playback para poder tener posibilidades de filmación desde otros ángulos. Era de avanzada, y que yo lo haga, bueno, soy rockero, pero Sixto haciendo playback... ¡Era increíble!”, se ríe Gieco. “También usábamos una cabeza holofónica para capturar el sonido en 360 grados y tener una imagen sónica completa de lo que pasaba”, agrega Santaolalla.
–¿Cabeza holofónica?
León Gieco: –Sí, un sistema que capta como captaría una cabeza humana, y que hasta tiene forma de un torso con una cabeza. El tipo que lo inventó es un argentino, se lo terminó vendiendo a Spielberg. Pusimos esa cabeza en todas las situaciones y descubrimos cosas maravillosas. Por ejemplo, una vez estábamos tocando con Gustavo Solo como el cardón y cuando fuimos a mezclar el audio encontramos un ruidito muy agradable. Era un pajarito.
Gustavo Santaolalla: –¡Pero que canta con nosotros de verdad! Hace pi-pi en los silencios, exactamente.
L. G.: –Nos enteramos de que era un crespín, un pajarito muy inteligente y muy musical de Santiago.
–¿Qué otra “grabación de avanzada” rescatan?
G. S.: –Lo que hacía Leda (Valladares), que cantando bagualas inventó una manifestación musical de arte conceptual como el canto colectivo. Mil quinientas personas cantando al unísono la baguala, un invento maravilloso de Leda. Nosotros hicimos la “baguala centrífuga”, que no es ni más ni menos que lo que se escucha cuando bajan las comparsas en los carnavales del norte, y están todos cantando canciones tritonales.
L. G.: –Nos juntamos Gustavo, Tomás Vázquez y Leda, y salimos cantando cada uno una baguala, todos al mismo tiempo. Eso es lo que pasa en el Festival de la Baguala de Purmamarca. Los tipos, aparte de tocar en el escenario, tocan en la mesa, machados. Vos vas caminando por el lugar y estás escuchando la baguala centrífuga de Leda.
–¿Existe posibilidad de continuidad de este proyecto?
L. G.: –Por lo pronto, estamos contentos porque inspiramos a gente para que siga; por ejemplo, el Chango Spasiuk reconoce que ese disco maravilloso en que recopiló y grabó música de Misiones es un desprendimiento de De Ushuaia... Pero yo tengo una idea: a mí me encantaría seguir hoy por las provincias. Mi idea es tener un micro, llamémosle cultural, con una sala de edición para video y otra de audio, y quedarnos cuatro o cinco meses en cada provincia para poder recuperar o entablar contacto con todas las manifestaciones artísticas del lugar. A lo mejor el día de mañana el resultado sería un banco de datos donde los chicos de las próximas generaciones puedan buscar en Internet las expresiones musicales por provincia. Eso sí: no puedo esperar a la burocracia del Estado para encarar esto, es muy urgente. Mi idea es llegar a un pueblo, pedirle un lugar al intendente para tocar y con ese dinero seguir haciendo lo próximo, y así. Estoy acostumbrado a trabajar de esa forma.