ESPECTáCULOS › REPORTAJE A LA REALIZADORA JULIA SOLOMONOFF A PROPOSITO DE “HERMANAS”, SU OPERA PRIMA RECIENTEMENTE ESTRENADA
“Vayas a donde vayas tu historia siempre va con vos”
La película sigue a dos hermanas que se reencuentran en el exilio después de nueve años. Solomonoff señala que quiso hablar sobre la dificultad de ciertos encuentros, sin dogmatismo ni ideas preconcebidas. “Es un momento interesante para plantearle a la gente preguntas sobre la dictadura y los lazos familiares”, destaca la directora.
Por Emanuel Respighi
En su debut como directora, Julia Solomonoff no se anduvo con chiquitas: Hermanas –la película que se puede ver desde la semana pasada en la cartelera porteña– cuenta la historia de dos hermanas que se reencuentran en el exilio tras nueve años de estar separadas, a partir del comienzo del golpe militar en 1976. Un reencuentro atravesado por la emoción del tiempo transcurrido, pero también signado por un secreto sobre los años de plomo que verá la luz y cambiará la relación entre ellas para siempre. Una apuesta arriesgada para una opera prima. “Dudé muchísimo en hacerla –explica Solomonoff– porque cuando empecé el proceso de escritura, a fines del menemismo, no había mucha receptividad con el tema. Me encontré con mucha indiferencia o con gente que tenía simpatía, pero que me decía que en esa causa no se metía más.” Así y todo, la joven directora –que pasó seis años en Estados Unidos realizando un Master en cine en la Universidad de Columbia– asumió el riesgo de contar esa historia que le daba vueltas en la cabeza por una razón muy simple: “Es la película que quería hacer. Tenía mucho que ver con mi regreso a la Argentina y con el país con el que me encontré. Creo que es un momento interesante para plantearle preguntas a la gente sobre la dictadura”, dice, en diálogo con Página/12.
Con Hermanas, quien fuera asistente de dirección de Luis Puenzo, Carlos Sorín y Walter Salles se suma al selecto grupo de prometedoras directoras de cine que surgió en el país en los últimos años, junto a Albertina Carri (Los rubios), Paula Hernández (Herencia), Ana Katz (El juego de la silla) y Lucrecia Martel (La ciénaga y La niña santa). Una generación de mujeres cineastas atípica para la historia del cine nacional. “Una no hace –apunta Solomonoff– una película por vanidad, por entrar a un festival o para que le pongan una estrellita más. Me parece que dirigir tiene que ver con la voluntad de comunicar algo. Es un esfuerzo demasiado grande para que sólo sea un esfuerzo de vanidad.”
Ambientada en los Estados Unidos en 1984, aunque el relato incluya raccontos que remiten a los ‘70, Hermanas narra la visita de Natalia (Ingrid Rubio) a la casa de su hermana Elena (Valeria Bertuccelli), después de mucho tiempo sin verse. Claro que el reencuentro no se da en los términos que ambas soñaban: la lectura de una novela que su padre escribió y nunca publicó develará una situación traumática del pasado, relacionada con la desaparición del novio de Natalia a manos de los militares. Una revelación que pondrá a prueba la fuerza del vínculo filial que las une.
–¿Qué fue lo que surgió primero? ¿Hacer una película sobre la dictadura o sobre el encuentro en el exilio de dos hermanas?
–Nunca tuve la idea de hacer una película sobre la dictadura en sí. Yo quería hacer una película sobre distancias a franquear. Hermanas es una película sobre encuentros necesarios, sobre la dificultad de ciertos encuentros. Me interesaba hablar de la densidad de los encuentros, de esa cosa de tener la expectativa de rearmar un vínculo en diez días, y de pronto empiezan a aparecer las diferencias. Los encuentros siempre son diferentes de como uno los imagina. Y ésa es una experiencia común de muchísimos argentinos de hoy, porque estamos muy diseminados. Estamos más diseminados de lo que creemos. En los últimos cuarenta años hubo un flujo muy importante de argentinos hacia afuera, por diversas cuestiones, políticas, económicas, académicas y sociales.
–¿Y cómo surgió asociar la distancia afectiva con el contexto de la dictadura?
–Tiene que ver con una indagación sobre los vínculos familiares. Quería saber hasta dónde el vínculo que tengo con mis hermanas aguantaría. Por eso, en el film llevé la tensión de ese vínculo hasta el extremo. Si bien no soy de la generación que creció con la dictadura, uno se conecta: tengo familiares y conocidos que tuvieron que exiliarse. El exilio tiene un fuerte impacto en los lazos familiares. Si repaso mi foto del secundario, todos estamos distantes. Hay una pérdida colectiva también en migeneración. Esas dispersiones que se generaron en la sociedad argentina, más ciertos encubrimientos y silencios, terminaron truncando vínculos. Cambian las causas, pero la diseminación de argentinos continúa, el tejido se sigue rompiendo. Formar argentinos para que se vayan afuera le sale muy caro al país, tiene un costo afectivo y social enorme.
–En la película también está presente esa fantasía de irse a otro país a reinventarse...
–Esa idea de convertirse en otro es muy argentina. De alguna manera, la tesis de la película es contar que tarde o temprano esa idea es imposible, como le pasa al personaje de Elena, que con la llegada de la hermana se desmorona su orden ficticio. Vayas a donde vayas, aunque sea a Marte y no tenga nada que ver con tu pasado, tu historia siempre va. Tarde o temprano esa mochila se abre. Una persona que guarda un secreto durante tanto tiempo es una persona que queda presa de ese secreto, de esa trampa que se le tendió en algún momento. En la película, lo interesante es que los personajes se terminan haciendo cargo de lo que hicieron, aun cuando no sabían lo que hacían. No se justifican.
–¿Pero usted cree que Hermanas no es una película política?
–Sí, es una película política. No trato de negarlo. Pero la estructura se basa en determinados vínculos personales. La película, justamente, lo que tiene para aportar en lo político es esa mirada más personal y con una cierta dosis de duda sobre la época, más que una bajada de línea. La duda es el elemento político del film. En vez de pegarse a un discurso prearmado o prejuzgar y bajar línea, la película se propone preguntarle a la gente sobre la dictadura y los lazos familiares. Me parece que eso se ha hecho muy poco. Esa es la apuesta política de la película, una apuesta que toma desde el arte y no desde el discurso judicial. Mi aporte a la discusión política sobre la dictadura proviene de la literatura; es decir, antes de colocarle el cartel a alguien, analicemos la situación y pongámonos en su lugar, que eso nos va a ayudar a entender algo que creemos que ya sabemos todos.
–Una suficiencia que atenta contra la cicatrización de la herida social abierta por la dictadura...
–Con la época de la dictadura pasa algo muy raro. Hay un par de generaciones que creen saberlo todo, y hay otras que directamente llegan a hacer las preguntas, pero no tienen receptividad. Una cosa muy fuerte es ver la manera en que los de 20 y 30 años reciben la película, que es gente “inocente” del conflicto. Es una generación que hace preguntas más básicas y elementales, pero que encontraron respuestas dogmáticas. Esa incomunicación favorece la sospecha. Los desaparecidos todavía provocan incomodidad. A punto tal que el discurso te condena. No es lo mismo decir “la dictadura” que “el Proceso”. Es normal que el discurso te encasille, pero de alguna manera eso impide que nos escuchemos. Creo que debemos poder hablar en términos un poco más comunes y menos enfrentados.
–Lo que pasa es que se trata de un país que siempre se movió con antagonismos históricos...
–Pero esos antagonismos son los que hacen que no avancemos. El Boca vs. River, el facho vs. el progre... Nada es tan claro. Hay un aprendizaje democrático que todavía no hicimos. Somos un país enormemente autoritario.
–El hecho de que ambas hermanas condensen las dos posturas antagónicas con las que se mueve la sociedad acerca de la dictadura, ¿fue deliberado o se dio inconscientemente? Hay una que quiere saberlo todo y otra que quiere olvidar...
–No creo que sea inconsciente, pero tampoco es esquemáticamente deliberado. Es el enfrentamiento de los dos modelos entre los que nos manejamos ante un hecho traumático. Hay quienes necesitan o deciden olvidar, y hay quienes deciden hurgar hasta descubrir la verdad. No existe una reparación para una tragedia, para una muerte, y menos para un desaparecido. La película plantea que el único rearmado es que esas dos personalidades se junten. Porque la persona que está tratando de olvidar,en este caso Elena, está sepultando tanto que al final no le queda nada, se perdió en el camino. Esa gente aún tiene la dictadura dentro, quedó presa. La película no plantea una lucha entre una hermana buena y otra mala sino que va más allá: se jodieron todos. Por eso siento que la literatura hizo un trabajo muy importante sobre la dictadura, pero que el resto de la sociedad no ha estado a la altura de la literatura. No es casual, en tal sentido, que sea un libro el que dispara la verdad en la película.
–¿A qué se refiere con eso de que “la sociedad no estuvo a la altura de la literatura” con respecto a la dictadura?
–Me parece que en la gente no se dio el proceso de ponerse en el lugar del otro, de escuchar al otro. A partir de la película, a mí la gente me trae todo el tiempo su propia experiencia. No vino a hablar ningún mártir conmigo, pero son experiencias chiquitas muy conmovedoras. Me vino a hablar gente a la que le ha pasado cosas y no encontró el espacio para contarlas. Siento que muchos quedaron tan preformateados con un discurso tan rígido que tampoco hay lugar para contar determinadas cosas. La rigidez de posiciones se mantuvo durante todos estos años. El hecho de que la política sigue dominada por la misma gente con el mismo discurso, porque no ha habido una renovación política, atenta contra el diálogo. Los que tienen 30 años no están representados hoy. En estos momentos hay referentes de gente muy honesta y luchadora, pero el discurso no se ha renovado.