ESPECTáCULOS › ENTREVISTA AL ESCRITOR COLOMBIANO FERNANDO VALLEJO
“Mentir está en la esencia de los seres humanos”
El autor de La virgen de los sicarios es tan cordial como filoso: habla del nuevo Papa, dice que su única religión es el amor por los animales y que se siente “como un muerto”.
Por Silvina Friera
Uno de los motivos por los que prefiere quedarse en México son Kim y Quina, dos perros a los que ama tanto que no quiere dejarlos por nada del mundo. Aunque la literatura de Fernando Vallejo provoque –“maestro en el arte de injuriar”, según lo definió Juan Villoro–, ese narrador furioso e implacable considera que todos los animales son “su prójimo”. No es una excentricidad o una impostura del escritor, que podría ser considerado uno de los genios de la misantropía del siglo XX y del XXI. No faltó quien pensara que fue una ironía vallejiana que donara los cien mil dólares del premio Rómulo Gallegos (2003) a los perros de la calle de Venezuela, más precisamente a la asociación venezolana “Mil patitas”. Error de apreciación: fue tan cierto como que la única religión que profesa Vallejo es la del amor por los animales. Habla de Kim y de Quina como si fueran sus hijos, cuenta que esta vez los está cuidando la familia de la señora que trabaja en su casa, que nunca los sometería a la tortura de tener que viajar en la bodega de un avión. En su tercera visita a la Argentina, mañana a las 20.30 presentará los cinco volúmenes que componen El río del tiempo (Alfaguara) en un diálogo abierto con Claudio Zeiger.
En 1975 y en 1980 estuvo en Buenos Aires con un grupo de teatro mexicano, país en el que lleva viviendo más de la mitad de su vida. “Mi patria es mi idioma”, señala Vallejo a Página/12. “La lengua española es mi fe y uno de mis amores”, agrega el escritor con una cordialidad que contrasta con la furia que destila en las páginas de La virgen de los sicarios o El desbarrancadero. Si Vallejo escribe en estado de manifiesto y diatriba, cuando habla lo hace con una notable amabilidad; no abandona, claro, las reflexiones explosivas, ni la ironía y la comicidad que conforman el credo vallejista: contra Fidel Castro, contra las religiones semíticas y el Papa, contra Gabriel García Márquez y los novelistas de tercera persona. “¡Qué gente severa y con poco sentido del humor –apunta el escritor respecto de quienes lo critican por defender ideas genocidas cuando el narrador de sus libros propone acabar con los pobres de Medellín con dinamita o cianuro–. ¡No hay que tomarme tan literalmente!”
–¿Por qué nunca dejó de escribir sobre Colombia?
–Era el centro de mi vida, allí pasé mi infancia y mi juventud, y los sueños y las ilusiones que he tenido nacieron ahí, en esa época de la vida. Nunca me pude liberar de Colombia, pero tampoco hice muchos esfuerzos por hacerlo, tampoco me hubiera importado si me hubiera liberado, hubiera aceptado otro país, otra nacionalidad, pero nunca he podido.
–A propósito de su infancia, En Los días azules hay un tono deliberadamente nostálgico respecto de esa etapa de su vida.
–Si hay nostalgia debería ser así, debería ser un libro nostálgico. Yo no sé si me había propuesto que fuera nostálgico o no, pero si es nostálgico estaría bien, porque usualmente uno añora la infancia, sobre todo si la infancia no fue infeliz. Yo no creo que nunca haya una “infancia feliz”: uno magnifica con el correr del tiempo los recuerdos, los mejora, los engrandece. La idea era que, por contraposición a los otros libros, apareciera como un libro feliz por una razón literaria: si la infancia era feliz tendría más fuerza decir que el final es miserable si empezó bien, que si empezó miserable y terminó bien, pues no habría progresión.
–En La virgen de los sicarios hay una escena en la que el narrador sufre porque tiene que sacrificar al perro que quedó atascado en una zanja. ¿Fue ahí realmente cuando empezó a sentirse, como diría luego, un muerto vivo?
–No me acuerdo muy bien de los libros míos, pienso que tal vez no fue ahí sino cuando salgo de la morgue, al final; ver esa infinidad de cadáveres tal vez me hizo sentir que estoy entre gente que cree que está viva y son cadáveres. En los últimos años he ido sintiéndome cada vez más como un muerto, tengo una sensación de distanciamiento, sobre todo cuando viajo y me alejo de lo cotidiano de mi casa.
–¿En todo caso, la escritura le sirvió para sentirse menos muerto?
–Empecé a escribir muy tarde, a los cuarenta años, porque antes me dedicaba al cine. La sensación de la cercanía de la muerte es más bien de los últimos tiempos. El río del tiempo no lo escribí con esa sensación, y hubiera sido mejor que lo hubiera escrito con esa sensación, más adelante. El problema de escribir más adelante y empezar muy tarde, que es como yo pienso que debería ser, es que si bien por una parte uno tiene una perspectiva de la vida muy amplia y más verdadera, lo que uno nunca sabrá es qué es la vejez si no la siente.
–Usted suele decir que ya no lee más literatura, ¿en qué momento perdió el interés por la lectura literaria?
–Cuando empecé a escribir dejé de leer literatura porque ya no me interesaba lo que me contaban los demás. Mi impresión es que yo había vivido más intensamente que la mayoría. Los escritores menores que yo tienen un español más pobre que el que me tocó a mí en suerte. Entonces la gente joven no tenía nada que ofrecerme. En todos estos años, durante los que he escrito mis libros, no he leído nada de literatura, pero sí muchos libros de biología y medicina, por el deseo de entender.
–¿Por eso sostiene que es más fácil desenmascarar el discurso político o literario que el científico? ¿La ciencia es más compleja para entender?
–No, estaba hablando de la impostura en el ser humano, que es la única especie que miente; está en la esencia del ser humano el mentir. Es muy inusual y muy primitiva la mentira en los chimpancés, un perro no miente. Pero el hombre miente y hay formas de mentir distintas. La palabra es la gran forma de mentir, pero de unos siglos para acá son las matemáticas. Las ecuaciones aplicadas al mundo físico están mintiendo siempre.
–¿En qué sentido?
–Los fenómenos físicos no son entendibles, no es entendible la gravedad, ni la luz, ni la electricidad. Los físicos están mintiendo con ecuaciones, sosteniendo que miden esos fenómenos y que hay razones para medirlos, pero esas ecuaciones son falsas, no son verdaderas. Los físicos son unos charlatanes. La biología es una ciencia sólida en estos momentos porque nos permite entender el fenómeno de la vida biológicamente.
–Lástima que desde lo filosófico no se encuentren argumentaciones tan sólidas para explicar el sentido de la vida.
–(Risas.) La vida no tiene ningún sentido, ¡no hay ninguna razón de que estemos aquí!, no estamos cumpliendo ni el plan creador de Dios, ni el plan quinquenal del Partido Comunista. El plan creador de Dios es un desastre y el plan quinquenal del Partido Comunista no sirve. Como no hay ninguna razón de que estemos aquí, no hay ninguna razón de que nos reproduzcamos ni que prolonguemos esto. Uno sigue porque es una máquina de echar andar por inercia vital.
–¿Su ateísmo fue producto de la educación salesiana que recibió?
–Pero también si hubiera sido educado por los jesuitas, como Voltaire, hubiera terminado en lo mismo. El ateísmo es la actitud normal de casi toda la gente: “Yo no soy religioso, pero creo en Dios”, dicen muy a la ligera. A lo mejor al decir esto se quitan la necesidad de plantearse problemas, ¡pero Dios hizo esto!, eso es lo que ellos creen.
–Aunque Marx no es santo de su devoción, quizá coincida con él en que la religión es el opio de los pueblos.
–Pero a lo mejor el opio es muy conveniente (risas). Marx pensaba que el opio era despreciable, pero el opio ayuda a vivir, yo no lo he podido probar, pero me encantaría probarlo, no es fácil encontrarlo.
–¿Qué es para usted lo peor que tienen las religiones semíticas?
–Lo más grave es que no respetan a los animales porque ni Cristo ni Moisés ni Mahoma vieron que los animales eran nuestros prójimos y yo creoque todo el que tiene un sistema nervioso es nuestro prójimo. Ninguno de los tres puede ser paradigma de miles de millones de seres humanos. No hay derecho a que Cristo no haya visto a los animales, no hay una sola palabra de amor por ningún animal. ¿Cómo puede ser el paradigma de lo humano este hombre? ¡Esto es una locura, en qué hemos caído!
–¿Qué pensó cuando los católicos festejaban el humo blanco y repetían “habemus papam”?
–Un clavo saca a otro clavo (risas). Yo creí que a Wojtyla lo iba a borrar el próximo mundial de fútbol, que iba a durar hasta ese momento. ¡Qué va, lo borró éste en menos de una semana! Y toda esa gente que estaba llorando los días anteriores, llenando la Plaza San Pedro, se olvidó totalmente de él. Eso nos da una idea de lo que es el pueblo. El pueblo siempre es despreciable.
–¿Qué opina sobre Benedicto XVI?
–Yo prefiero un inquisidor declarado como Josef Ratzinger a un lobo disfrazado de cordero como Wojtyla. Unos días antes, en las misas del novenario tras la muerte de Wojtyla, estuvo hablando en contra del relativismo y sosteniendo que la verdad de la Iglesia Católica es absoluta, por lo que es falso todo lo que no está en ella. Pero tres días después ya estaba hablando de la confraternidad con las otras religiones. ¿En qué quedamos? Es un mentiroso, un político. Pero lo que es despreciable no sólo es él sino toda la institución: la Iglesia Católica es una institución nefasta, es una plaga criminal de la humanidad.