ESPECTáCULOS › JUAN FREUND, DRAMATURGO
Viaje de regreso al lugar del dolor
Bienvenido Sr. Mayer, de Freund, puede verse en el IFT, dirigida por D. Marcove.
Por Cecilia Hopkins
Además de dirigir más de una veintena de obras, desde hace décadas que Juan Freund escribe dramaturgia. Entre otras, se destacaron Al fondo a la derecha (Premio Municipal 1973) y más recientemente, Residuos. En Bienvenido Sr. Mayer –estrenada bajo la dirección de Daniel Marcove en el Teatro IFT–, un hombre de 70 años regresa a Alemania luego de haber pasado su infancia en la Argentina. No es difícil imaginar que las razones de la partida tuvieron que ver con la persecución nazi, con el origen judío de su familia. Lo que estructura la pieza es el deseo del protagonista de reconstruir sus recuerdos junto a los amigos que aún sobreviven de esa época. Una tarea que de a poco va revelándose como imposible, en virtud del contraste con los relatos de todos, tan diferentes al suyo. Es que, en su deseo por falsear lo ocurrido, los sobrevivientes del horror, aquellos que siguieron viviendo en el sitio donde ocurrió todo, debieron inventar un pasado acorde con su necesidad de olvidar lo imperdonable. La obra figuró entre las asignaturas pendientes del autor durante muchos años. Tres viajes a Alemania lo decidieron, finalmente, a retomar algunos hechos de infancia, tomando como punto de partida una foto suya en la que aparece en un campo de ensueño “en la misma época en la que Alemania ya construía cámaras de gas”.
–¿Cómo fue que, habiendo transcurrido tanto tiempo, surgió en usted la necesidad de volver sobre una circunstancia tan dolorosa?
–No sé si fue mucho tiempo. Estos recuerdos y vivencias forman parte de mi vida, por lo tanto son atemporales. Cabe la pregunta: ¿Por qué ahora? Entre 1978 y 1982 fue el período en el cual germinó el proyecto de escribir esta obra. Las sensaciones de temor por mis hijos, entonces adolescentes, eran parecidas a las que sentí, a los siete años, durante las persecuciones enla Alemania nazi. Hasta 1978 eran recuerdos sin impronta emocional. De ahí en adelante fueron precipitándose recuerdos e imágenes, olvidados o reprimidos, a veces alterados a través del espejo deformante del tiempo. Las mismas sensaciones en la boca del estómago al sonar de noche un timbre. Entonces, cuarenta años no son nada, porque las angustias siguen siendo las mismas. La decisión final fue consecuencia de tres viajes a Alemania: uno en 1990, los otros en 1995 y 2000. En ellos descubrí que los hijos o nietos de aquellos alemanes tampoco olvidaron. Había habido demasiadas piezas de teatro antinazi y, a la vez, demasiados silencios cada vez que alguien descubría mis orígenes.
–¿Cuáles son los aspectos de la realidad que más lo impulsan a escribir para la escena?
–Siempre me fascinó el increíble talento que tenemos los argentinos para sobrevivir en la emergencia. En Residuos, de 1990, una familia argentina acepta usar su casa como depósito de desechos nucleares. En Vamo y vamo, de 2000, a raíz de la crisis carcelaria, un desocupado aloja un convicto en una celda construida en su propia casa. El estilo de las piezas es grotesco. Pero Bienvenido... se aproxima más al expresionismo. Nació de una simple foto en sepia, yo de 4 años, montado sobre un burrito en un paisaje bucólico, en una Alemania que ya construía cámaras de gas.
–¿En qué medida el teatro agudiza la percepción de la realidad o ayuda a clarificar ideas o conceptos?
–Nunca me interesó describir la realidad tal cual es. Pero siempre la percepción de la realidad desde lo imaginario me permitió recrear todo un mundo de absurdos y delirios. En Residuos, una familia desesperada por un mayor bienestar, hipotecan sus vidas y terminan contaminados. Sin embargo, detrás del absurdo mantengo un ancla firme con la realidad: Ezeiza y José León Suárez, lo mismo que Gastres, en Chubut, están contaminados por emanaciones nucleares.
–¿Le preocupa que el teatro sea un arte que moviliza a un número de gente mucho menor que otras expresiones de la cultura?
–En absoluto. Es un lugar común. Yo creo que el teatro es un moribundo que goza de buena salud. Por supuesto, es un arte menos masivo que el cine, y menos aun que la televisión. A su favor tiene un público deseoso por ver el drama “en vivo”, fenómeno irreemplazable no presente en ninguna de las otras artes. El del teatro es un público atento y activo que decide personalmente qué espectáculo verá y reconoce a sus actores preferidos. Tengamos presente que en la ciudad de Buenos Aires se presentan aproximadamente 200 espectáculos teatrales y que muchas veces hay más actores en escena que público en las salas y que, sin embargo, nadie se amilana. Quizá las razones económicas son de peso, a fin de cuentas se monta un espectáculo con poco o nada, pero el motivo esencial es que los teatristas tenemos un mundo que se expresa con un lenguaje propio y único, insustituible; permanentemente realimentado por el contacto con la realidad y el público.