ESPECTáCULOS › LA SINFONICA NACIONAL EN EL AUDITORIO DE BELGRANO

Apuestas al riesgo estético

 Por Diego Fischerman

Una programación es mucho más que poner una obra junto a otra y la que viene encarando la Sinfónica Nacional en los últimos dos años es una muy buena demostración de que es posible aunar criterios que tengan en cuenta tanto los hits del repertorio como el riesgo estético. Y en ese sentido, tanto puede pensarse en la macroprogramación –el ciclo de todo un año, por ejemplo– como en esa idea de microrrelato que se desarrolla en cada concierto. En el primer caso, la orquesta ha situado como eje varias de las sinfonías de Dmitri Shostakovich, un autor tan poco transitado en Buenos Aires como fundamental dentro del repertorio sinfónico del siglo XX y de cuya muerte se cumplen treinta años en 2005. En el segundo, puede trazarse, como en el concierto del viernes pasado, un recorrido que va desde el estreno de una composición del notable autor argentino Fabián Panisello hasta la sombría penúltima sinfonía de Shostakovich, pasando por el exhibicionista Concierto No 2 de Nicolo Paganini.
Con dirección del joven Alejo Pérez, que reafirmó sus valores como un seguro conductor, capaz de señalar planos y relaciones temáticas con claridad, la Sinfónica se lució en la fila de maderas y tuvo algunos rendimientos individuales sumamente meritorios, en los solos de cello a cargo de Jorge Pérez Tedesco, y de violín, por el concertino Luis Roggero. Cuadernos para orquesta, de Panisello, obra ganadora el año pasado del Premio Iberoamericano Rodolfo Halffter, superpone citas a una sinfonía de Haydn y a corales bachianos con una escritura sumamente expresiva y original, en la que se destaca un manejo sumamente preciso de la tímbrica. La orquesta no consiguió dar unidad a la composición; desajustes evidentes en la percusión y una afinación sumamente imprecisa en las cuerdas, derivaron en lo que apenas puede considerarse una versión aproximativa. El exigente segundo concierto de Paganini tuvo en Rutkaukas (segundo concertino de la orquesta) un solista digno, con algunas cualidades meritorias pero sin el resto como para que una obra cuyo único fin es la exhibición circense pueda cumplirlo con holgura. En el caso de la Sinfonía N° 14 de Shostakovich, compuesta en 1967 y dedicada a Benjamin Britten, lo mejor estuvo en uno de sus dos solistas, la excelente soprano Soledad de la Rosa. Concebida como una especie de ciclo de canciones sobre once poemas de Federico García Lorca, Rainer Maria Rilke, Guillaume Apollinaire (todos ellos traducidos al ruso) y Wilhelm Küchelbeker, está escrita para soprano, bajo, cuerdas y percusión. Gutkin, de bello timbre y graves profundos pero con serios problemas de afinación en su registro superior, una percusión poco precisa y unas cuerdas desganadas estuvieron lejos de lograr el clima que hubiera merecido esta sinfonía desgarrada, en que la temática de los poemas ronda, sin respiro, la muerte.

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