ESPECTáCULOS › “CHICAS CATOLICAS O LA ESCUELA EN LA DECADA DEL ’70
Cuando la vida cabe en un pupitre
Verónica Llinás, Vanesa Weinberg, Julia Calvo y Fabiana García Lago encarnan a cuatro chicas de primaria, pero también a las monjas que impartían una educación salpicada por el absurdo.
La escuela en tiempos de dictadura, el jumper marrón, el cuaderno forrado con papel araña, las canciones de ABBA y el mantecol de cada recreo son algunas de las vivencias que caben en el arcón de los recuerdos de todo aquel que fue al colegio primario en la Argentina de los ’70: esa clase de memorias recoge Chicas católicas, la nueva obra dirigida por Alicia Zanca, que se presenta de jueves a domingo en el Teatro Picadilly (Corrientes 1524). Cuatro son las alumnas que protagonizan la obra de la estadounidense Casey Kurtti (con traducción de Miguel Abeledo Piñeyroa) y que en esta oportunidad interpretan Verónica Llinás, Vanesa Weinberg y las ex chicas Padre Coraje, Julia Calvo (la madama del burdel de la tira televisiva, ganadora del Martín Fierro a Mejor Actriz de Reparto) y Fabiana García Lago (“la mudita”, nominada como Revelación en los mismos premios).
Convocadas por Zanca, las cuatro actrices aceptaron el proyecto a pesar de desconocer la obra, exitosa en el off Broadway neoyorquino, e inmediatamente “hubo muy buena química” entre ellas. “En la primera lectura dijimos “esto es un poco alejado”, entonces el primer trabajo fue hacer que nos calzara el zapato”, explica Weinberg. “Decidimos trasladarla de los Estados Unidos de los años ‘60 al Buenos Aires de los ‘70, lo cual significó hacer una adaptación del lenguaje y de cosas que acá no han tenido ninguna repercusión social, como el Día de Gracias o el desayuno con huevos y panceta.” A partir de allí la obra comenzó a tomar vida, en un proceso de exploración de diversas temáticas relativas a la niñez, siempre “con mucho humor, porque la obra es una mirada que revela lo absurdo de la educación de esa época”, cuenta García Lago.
Desde una perspectiva infantil, pero a la vez punzante, la pieza propone un recorrido por la experiencia de cuatro niñas que asisten a un colegio católico desde primero a séptimo grado. Como sucede en todo grupo de amigas, cada una cumple un rol: María Teresa (García Lago) es la más introvertida, de origen humilde y la becada del curso; Wanda (Calvo), la polaquita, hija única, “criada entre tules y con un mandato muy fuerte que es tener que ser la mejor en todo”; Eva (Weinberg), la pizpireta con vocación de líder que impone siempre su punto de vista; y Ana (Llinás), la metafísica del grupo, “una especie de Mafalda, con muchas dudas e inquietudes, que cuando no encuentra una respuesta se la inventa”, cuenta Llinás. Y también están las monjas, interpretadas por las mismas actrices: “La posibilidad de pasar de un personaje a otro, de la monja a la nena, desordenadamente y con plena libertad, está dada por el carácter de recuerdo que le dio Alicia a todo esto, que si bien ya estaba en el texto, en nuestra versión se desarrolla más”, comenta Weinberg.
–Entonces, ¿toda la obra se cuenta desde una mirada infantil?
Julia Calvo: –Sí, pero al hacer resonar el pasado en el presente, se pone el acento en las cosas que nos dejaron marcadas de esa educación. Es muy interesante poder, después de tantos años, volverse a encontrar, recordar con tranquilidad, con permiso. Es muy movilizador el reencuentro con el pasado desde un lugar sano, de recuerdo vivencial de lo que pasó, no solamente anecdótico. Volver a preguntarse cosas que por ahí uno las preguntó de otra forma, nos las contestaron de otra forma y hoy cambian.
–¿Y cómo trabajaron la construcción de estos personajes, que en este caso son niñas?
J. C.: –Alicia trajo información sobre cada etapa del niño, y el hecho de ir leyendo acerca del tema hace que empiece a impregnarse en uno y resuene en cada uno de los roles. Sin embargo, no hacemos totalmente de nenas, sino que hay algo de eso tamizado por el recuerdo.
Vanesa Weinberg: –También en seguida interviene la memoria de una, de cuando una era chiquita, de la escuela... Es muy lindo hacer de niño, la cabeza se limpia un poco, hay una mirada más inocente, más nueva.
J. C.: –Yo también siento que nos refrescó. Entre tanto prejuicio, significa volver a las fuentes. Y haber traído nuestras fotos y anécdotas también fue bueno porque, aunque no somos ésas, esencialmente nuestras niñas están. Es muy placentero.
–Si bien se cuenta la historia de unas niñas, ¿hay algún indicio de situaciones políticas o sociales?
V. W.: –Aparece el Mundial ’78, ciertas materias que no se pueden ver más, alguna monja que de pronto no viene más a la escuela...
J. C.: –No se cuenta, pero resuena en la vida de esas chicas. Por ejemplo, decimos “busquemos en la biblioteca” y encontramos que se cerró.
Verónica Llinás: –En un sentido la obra es juguetona, no es que quiera dar un mensaje o criticar... Tanto cuando habla de la educación como de la Iglesia, no hay pretensión de ir directamente a denunciar, sino que lo hace a modo de juego.
–Pero, a pesar del humor, ¿consideran que hay una mirada crítica o nostálgica del pasado?
V. L.: –No es una comedia. Tiene momentos muy divertidos y tiene momentos duros, incómodos. Los monólogos, que se van disparando a partir de situaciones traumáticas para las nenas, son momentos bisagra, de profundo dolor. A una le vino la menstruación y la abochornan, a la otra no le entran las matemáticas en la cabeza y la hacen sentir una estúpida. Generalmente son momentos en que la niña se encuentra aislada e incomprendida.
Fabiana García Lago: –No es triste lo que sucede, pero el que lo reciba se va a impregnar de cierta melancolía. La obra lleva a reflexionar de distintas maneras.
–¿Y trabajan en un tono irónico, sobre todo en lo que respecta a la Iglesia y la educación religiosa?
V. L.: –Se toma a la Iglesia en un período particular, en el que las monjas que quedaban dando clases tenían determinadas características y respondían a cierta vertiente. Pero no se pretende dar una opinión de la institución en general.
V. W.: –Recogemos muchas contradicciones de la Iglesia. Esto no se dice en la obra, pero que digan que no se puede usar preservativo porque es pecado, en el momento en que estamos viviendo, habla de una gran contradicción. Lo que sí está en la obra es cómo resuenan en un niño de seis años las palabras infierno, castigo, martirio. Los niños hacen lo que pueden con esa información. Por ejemplo, hay una monja que da clases de higiene pero le preguntan qué es un tampón y dice “un limpiafrascos”.
J. C.: –O decirles a los chicos que si mordés la hostia te vas al infierno. Hay que ver cómo se brinda la información. Es un tema muy interesante, que nosotros estamos descubriendo, y lo seguiremos haciendo en las funciones.
–¿Cómo piensan que esta obra resuena en 2005?
V. L.: –Nosotras esperamos no ofender a nadie, pero sin duda va a haber gente que no va a compartir esta visión. Por una cuestión de época, hay muchas idiosincracias y uno no puede hacer algo que conforme a todas.
F. G.: –Pero, les pegue por donde les pegue, de lo que no se van a poder escapar es de viajar a su propio pasado.
–Algunas de ustedes están en un período de crecimiento como actrices de TV, comienzan a ser figuras mediáticas. ¿Qué significa hacer teatro en estos momentos?
F. G.: –El teatro es algo que disfruto mucho, es completamente diferente a lo que hago en TV, en cómo se construye el personaje, en la relación que generás con tus compañeros. No me imagino ser actriz sin ese mundo.
J. C.: –La TV me encanta, me divierto mucho, aunque son muchas horas... Pero, después, venir a hacer teatro es renovador. Es un complejo vitamínico, de la A a la Z.
Entrevista: Alina Mazzaferro.