ESPECTáCULOS
Obstrucciones de Von Trier
Por uno de esos lujitos que cada tanto se da el mercado local del videohome, acaba de llegar a videoclubes un inédito de uno de los nombres más resonantes del cine contemporáneo. Se trata de Cinco obstrucciones, que el danés Lars von Trier filmó entre Dogville (la última de las suyas que se estrenó en Argentina) y Manderlay, que viene de presentarse en la última edición de Cannes. El sello Transeuropa editará en video Cinco obstrucciones, que había podido verse en el Bafici 2004 y, hace unos meses, en un canal de cable. Película menor, casi un ejercicio de entrecasa filmado con una camarita digital –quizá por eso mil veces más fresca y atractiva que las que su autor suele presentar, con bombos y platillos, en festivales clase A–, Cinco obstrucciones parecería ser una suerte de capricho cinéfilo o trabajo extracurricular. Se trata de algo mucho más vivo y apasionante que eso. Codirigida por Von Trier y su colega Jörgen Leth (o por Von Trier contra Leth, he allí lo que la hace interesante), la premisa de Cinco obstrucciones es muy sencilla. Consiste en tomar un legendario corto de vanguardia, dirigido por Leth en los 60, y practicar sobre él una serie de variaciones. ¿Para mejorarlo? No, para arruinarlo, según confiesa Von Trier (o juega a confesar, ya que todo huele a gigantesca mascarada). En tren de repartir papeles, el director de Contra viento y marea se asigna el que más le sienta: el de sádico mandamás, ordenándole al otro filmar de la manera que menos le gusta. Así, el pobre Leth deberá rodar una versión a 12 cuadros por segundo (lo cual da por resultado una acabada muestra de cine espástico), otra en animación (“Odio los dibujos animados”, había confesado el hombre) y así sucesivamente. El resultado es una suerte de falso experimento sadomaso, engañoso, divertidísimo, infinitamente más gozable que las esforzadas arideces de Dogville y otras así.