ESPECTáCULOS › NUEVA VERSION DE UNA PROVOCATIVA OBRA DE JAVIER DAULTE
El psicoanalista como un criminal
En la inauguración del teatro El Piccolino, la
directora María Florencia Bendersky y la actriz Anahí Ribeiro rescatan una de las primeras piezas del dramaturgo Javier Daulte, Criminal, donde se exponen críticamente “las diferentes formas de sometimiento que se producen en el análisis”.
Por Hilda Cabrera
Aun cuando algunos clisés de la relación psicoanalista-psicoanalizado de clase media pasaron de moda, el contrapunto que suele generar esa y otras relaciones, el de quien somete y es sometido, es un tema de todos los tiempos. Esto opina la actriz y directora María Florencia Bendersky, quien subraya ese aspecto en su montaje de la premiada Criminal, obra de Javier Daulte que sedujo al público diez años atrás exponiendo y desarmando prejuicios y lugares comunes de la terapia. La directora propone un nuevo enfoque en las funciones de los viernes y sábado a las 21 que se ofrecen en el recientemente inaugurado Teatro-Estudio El Piccolino (de Fitz Roy 2056) que dirige el actor Oscar Ferrigno. Quién es el que detenta poder en ese micromundo y cuáles son las estrategias para conservarlo son cuestiones planteadas aquí en tono paródico y entre enigmas. En algún punto la obra es tan desaforada que “convierte a los analistas en criminales”, como apunta Bendersky, también autora y docente que completó sus estudios en los talleres de Norman Briski y Augusto Fernandes. Existe un video de aquella primera entrega de Criminal que dirigió Diego Kogan en el Payró, pero la intención no es hoy una vuelta sino “refundar el texto y considerarlo nuevo”, como sostiene la directora, en diálogo con Página/12 junto a la actriz Anahí Ribeiro, a su vez egresada del estudio de formación actoral de Agustín Alezzo y con varios trabajos concretados en teatro, cine, tevé y video (Bandidos rurales). Ella es Diana en esta historia que interpretan Luis Manzini, Daniel Campomenosi y Federico Paz.
Siete meses de ensayos demandó este policial bizarro donde todo lo que debiera estar oculto es ofrecido a la vista del público y donde, como en algunos melodramas, “el espectador ve qué ocurre pero no sabe cómo se llegó a esa situación”.
Desechando puntos de vista que pudieran petrificar la escena, Bendersky multiplica perspectivas y apunta a lo que importa. En este caso, a “las diferentes formas de sometimiento que se producen en el análisis”. Simplifica deliberadamente esos estados observando que “el psiquiatra inyecta y el psicólogo indaga de modo invasivo”. Dice no ser ajena a la terapia y confiesa que proviene de una familia de psicoanalistas y psicopedagogos. Leyó y releyó textos de Freud y Lacan para no dejar hilos sueltos en el montaje y se internó en la pintura flamenca de Jerónimo Bosch, El Bosco, artista del siglo XVI cuyos cuadros suelen ser examinados, erróneamente o no, según los códigos de la psicología del siglo XX. El hecho de participar de una régie de El barbero de Sevilla, la condujo además al conocimiento de antiguas formas de curación, como la utilización de sanguijuelas.
–¿Qué se espera de una terapia? ¿La curación?
M. F. Bendersky: –En general que el otro nos modifique.
–Sin embargo, en Criminal lo decisivo es la rebeldía.
M. F. B.: –Que va cambiando. A veces es directa y otras muy sutil, porque ¿cómo se modifica lo que se ha hecho? En la terapia y fuera de ésta, una puede tomar la propia vida en sus manos, “interpretarse” y ser así un elemento teatral que incluso invierte roles. Ese “trabajo” está en Criminal, a la que calificaría de orgía del género teatral, porque es una obra que se relaciona muy profundamente con el deseo, en mi opinión, riel del psicoanálisis y el teatro.
Anahí Ribeiro: –En esta obra mi personaje es el oscuro objeto de deseo. Como intérprete me toca aquí poner el cuerpo y desprenderme de la cabeza. Vengo de actuar en Panoramas olvidados, un espectáculo muy mental con dos obras breves de Tennessee Williams, y me encuentro con una Diana que me exige gran entrenamiento corporal. Estudio bioenergética con Susana Yasán y eso me ayuda a expresarme con fuerza a través del cuerpo, a traicionar con el cuerpo y hasta ser cómica, siempre desde lo melodramático.
–¿Puede decirse que Criminal es la historia de una revancha?
A. R.: –Hay una parte de venganza en la relación médico-paciente, que es también la venganza de una sociedad.
M. F. B.: –Pero no es el único conflicto. Criminal plantea por ejemplo el tema de la homosexualidad, que explotó en el teatro de los 80 y fue tratado como algo cotidiano en los 90, una década en la que casi desaparece el teatro político.
–¿Hubo un teatro afín a esa época?
M. F. B.: –Después de años de resistencia teatral a modelos políticos represivos explotó la banalidad. Es verdad que en los 90 coexistieron estéticas obsoletas con poéticas de ruptura, pero muchas de las obras que se estrenaron pusieron el acento en la forma y no en el contenido. Una de las excepciones fue Teatro por la Identidad, donde participé y participo (este año dirigiendo El mudo). Aquellos ciclos eran teatro político, y a veces muy directo. Los autores que empezábamos encontramos allí una oportunidad para expresarnos. Presenté La Intangible, que “no es directa” sino muy lírica y fue una de las elegidas para inaugurar este año Teatro por la Identidad en Madrid. Para esa obra debía encontrar una forma nueva de atraer al espectador, de sumarlo a un objetivo muy concreto. Con Criminal, dirigiéndola, busco también ahora algo semejante, aunque la pieza sea pura ficción. El texto ayuda, porque es de los que no sueltan al público. Lo seduce, divierte y asombra. Pero ¡ojo! que tiene trampas, como me previno Javier, un autor que no escribe “más de lo mismo”. Uno de los aspectos más importantes de sus obras es la teatralización del interior de sus personajes, como lo hace en ¿Estás ahí? y Nunca estuviste tan adorable.
–¿Cómo se sienten inaugurando una nueva sala?
A. R.: –Muy cuidadas. Todo lo que necesitamos está en El Piccolino, un teatro chico equipado a lo grande por Oscar.
M. F. B.: –Veo mi nombre en la marquesina y no lo puedo creer. Tenemos una productora para el espectáculo (4º Hombre) y nos sentimos privilegiadas por trabajar en una ciudad tan teatrera como Buenos Aires, aunque nos sigan faltando más y mejores espacios de formación. Hay mucho improvisado por ahí. Estoy estudiando régie en el Instituto del Teatro Colón. Allí tengo de profesora a Betty Gambartes y con ella sé que aprendo. La ópera es considerada un género elitista, y ése es un error. Por eso, con otros cantantes y actores, participamos de los ciclos de la Opera de Cámara Itinerante. Salimos de gira y salvamos los costos. Es hacer algo distinto, como en mi producción de Con la cabeza bajo el agua, de Norman Briski. Para aquella puesta (la primera, de 1993) Briski me pidió que consiguiera cuarenta camas de hospital. Y me fui al neuropsiquiátrico del Borda. Hablé 35 minutos con alguien que parecía interesado en ayudarme hasta que vinieron a buscarlo para tomar la medicación.