ESPECTáCULOS › “AGUA TURBIA”, DE WALTER SALLES
Peli de terror para discutir en una reunión de consorcio
El director de Diarios de motocicleta hizo para Hollywood la remake de un film de terror japonés y la llenó de explicaciones.
Por Martín Pérez
AGUA TURBIA
(Dark Water) EE.UU., 2005
-Dirección: Walter Salles.
-Guión: Rafael Yglesias, basado en el guión cinematográfico de Hideo Nakata y Takashige Ichise, y la novela original de Koji Suzuki.
-Fotografía: Affonso Beato.
-Música: Angelo Badalamenti.
-Intérpretes: Jennifer Connelly, John C. Reilly, Tim Roth, Dougray Scott, Pete Postlethwaite y otros.
Una hija con una amiga imaginaria, un pasado demasiado real y un contundente divorcio. Eso es todo con lo que tiene que lidiar Dhalia en su afán de ser una buena madre para su hija. O, al menos, una mejor madre de lo que fue la suya cuando ella fue chica. Recién divorciada, y con un ex marido que no hace más que gritarle una y otra vez que es incapaz de ser madre, Dhalia debe buscar un lugar donde vivir, ya que sus ingresos no le permiten seguir viviendo en Manhattan. Su ex ha decidido cruzar el río hacia Jersey City pero, en vez de seguirle los pasos, Dhalia decide ir hacia Roosevelt Island, donde se encuentra una de las mejores escuelas de la ciudad, pero también los edificios más bizarros. Allí es donde Dhalia y su hija Ceci encontrarán su futuro hogar, un departamento tan ominoso como la primera impresión que ambas tuvieron de él, aunque de pronto, y curiosamente, Ceci dejó de quejarse por el barrio y por el edificio, para decidir que quería vivir ahí.
Casi una película de terror inmobiliaria, Agua turbia es la nueva realización para Hollywood de Walter Salles, el director de Diarios de motocicleta. Pero esa referencia resulta equívoca a la hora de hablar de Agua turbia, ya que antes de ser una película de Salles, es la remake estadounidense de una película de terror japonesa llamada Dark Water, obra original de Hideo Nakata, factótum de la ahora famosa La llamada. Obsesionados con el enorme mercado del cine de terror japonés, y tratando por todos los medios de reproducirlo en casa, detrás de esta enésima remake –de las tantas que se han hecho últimamente– hay muchos nombres famosos, muchos más de los que habitualmente figuran en esta clase de películas. Además de Salles, y detrás de la protagonista Jennifer Connelly, hay un elenco secundario de lujo, en el que descollan John C. Reilly como el agente inmobiliario responsable de alquilar el departamento a Dhalia, y Tim Roth como el abogado que intentará resolverle todos los problemas relacionados tanto con ese alquiler como con el divorcio con su marido.
La historia que cuenta Agua turbia es la de Dhalia y Ceci, madre e hija intentando sobrevivir en una ciudad llena de seres tan solitarios como ellas. Casi un ensayo sobre la angustia urbana, el film de Salles parece cargar con el fantasma del film original, que debe adaptar. Pero, así como Dhalia jamás parece darse cuenta de que no hay nada normal en lo que le está sucediendo en su nueva casa, Agua turbia no termina de aceptar que es la remake de una película de terror japonesa. Llena de subtramas e incluso pequeños detalles que aportan a su particular mirada de la cotidianidad ciudadana, el film sufre cada vez que se aleja una y otra vez de su trama central. De hecho, incluso tiene una especie de falso final de thriller, con el que Salles pareciera decir “yo llego hasta acá”. Así como Ceci, la protagonista que no ve gente muerta pero habla con ella, divide su vida y sus lealtades entre su madre y su padre, Agua turbia parece una película dividida entre lo que le interesa filmar a Salles y lo que realmente tiene que contar. Cuando se revisa la lista de todos los talentos contratados por Hollywood para tratar de “hacer más decente” su historia de terror japonesa, entre los que figuran desde el actor británico Pete Postlethwaite (En nombre del padre, Los sospechosos de siempre) hasta la norteamericana Camryn Manheim (Happiness), no deja de sorprender la presencia del músico Angelo Badalamenti, eterno colaborador de David Lynch. Y ahí es cuando es imposible evitar ponerse a pensar en lo que hubiese hecho Lynch con una historia que originalmente era sugerente y casi onírica, y que, para adaptar al uso occidental –como ha sucedido con todas las adaptaciones del terror japonés–, creyeron necesario llenar de explicaciones.