ESPECTáCULOS
“Lo mío no encaja con lo que compra el mundo”
Lina Avellaneda reniega de los estereotipos tangueros “for export” y dice que lo suyo es interpretar tangos con “letras vigentes, con los mejores arreglos, y en pantalón y camisa”.
Por Karina Micheletto
“Yo no soy la tanguera cliché. No soy pollerita con tajo. No lloro por el barrio perdido y añorado. No soy una sopranito ni canto fuera de mi registro. No canto lo que hay que cantar, de ‘La cumparsita’ en adelante, para que me compren afuera. No pierdo la memoria. No acepto que seamos todos culpables de lo que está pasando.” A la hora de definirse, Lina Avellaneda comienza por enumerar todo lo que no es. “Soy una mezzosoprano aguda interpretando letras que me conmueven, vigentes, con los mejores arreglos, en pantalón y camisa”, concluye durante su diálogo con Página/12. Docente desde hace 25 años, directora del Conservatorio Centro de la Voz de Don Bosco, como autora e intérprete Lina Avellaneda dice que siempre fue el tango. “Algunos folkloristas, como Juan Falú, Antonio Tarragó Ros o Julio Lacarra, se acercaron antes a mis letras, por eso hay gente que dice que empecé con el folklore. Para colmo, cuando mi disco Frágil fue nominado al ACE, me llamaron para preguntarme: ‘¿En qué categoría lo ponemos? Tiene algo de olor a tango, pero es canción...’ Yo les dije que hicieran lo que quisieran, y terminé ternada en folklore, junto con Teresa Parodi, nada que ver. Eso también ayudó a la confusión”, explica ahora.
En su tercera temporada consecutiva, Avellaneda actúa todos los sábados a las 21.30 en Café Homero (Cabrera 4946), un espacio de tango a cargo de Rubén Juárez. Allí presenta temas de su último disco, Tango Lina, y parte del repertorio del que va a grabar en vivo, como una versión del clásico “Recuerdo”, de Osvaldo Pugliese, pocas veces escuchado por las dificultades técnicas que presenta. La acompañan Nicolás Ledesma en arreglos y piano, Walter Ríos en bandoneón y Quique Guerra en contrabajo. “Es un ciclo generado por la generosidad”, explica. “Juárez se fue a vivir a Córdoba, y me ofreció el Café Homero para que dispusiera. Con el mozo trabajamos en cooperativa, y los músicos, que tocan en grandes lugares, aceptaron un dinero ínfimo, por el solo placer de tocar, y por respeto al trabajo independiente económica y políticamente.” Por su práctica como docente, y por experiencia personal, Avellaneda sabe que “cantar cura y hace bien”. Por eso entiende que ésa es el arma con la que puede cambiar lo que esté a su alcance. “Si un tipo que tiene una panadería entrega pan a los que no tienen qué comer, yo entrego lo que tengo para dar.” Por eso organiza encuentros abiertos de voces y ofrece clases gratuitas de canto a través de su página web, difundiendo un material que trabajosamente recopiló durante sus años de docencia.
–¿Cree que este momento de crisis puede generar un florecimiento compositivo?
–La crisis puede matarte o convertirte en alguien más creativo, con más energías, más empuje. Pero no sé si eso es bueno. Primero, porque hay que trabajar el triple y obtener la mitad de lo que se ganaba antes. Pero además porque cuando hay poco para repartir termina pasando que sólo llegan los mejores de los mejores, o los que ofrecen algo que no puede fallar. No creo que sea sano tener que ser el mejor para tener trabajo, el más conocido, el de más experiencia, el que obtuvo más éxito. Son reglas de juego muy duras que no te dejan margen para la creatividad, para el juego, para equivocarte libremente, probar, hacer ensayo y error. Y tampoco para la felicidad. Terminás haciendo covers de la vida. Lo que sí noto es que en estos días, como catarsis, estoy escribiendo más, y cantando más. El canto me salva, sé que si no cantara andaría como muchas personas que conozco, tomando pastillas, fumando a cuatro manos, comiéndome las uñas.
–En todos sus discos usted interpreta temas propios. ¿Cómo se animó a componer, en un género que parece intocable?
–Es una necesidad que siento. Necesito contar las cosas que veo, lo que me da bronca, lo que creo injusto, lo que me maravilla. A veces me salen panfletos y los tiro, me gustaría poder decir siempre a través de la belleza. Claro que la miseria no es bella, el hambre no es bello. Pero el tango lo pudo poner en palabras bellas, el tango con guitarras, el tango de compromiso que se cantaba en la primera etapa. Cuando escuchás al primer Gardel, tiene una filosofía tan bella, está diciendo exactamente lo que pensás, y eso hace que te sientas acompañado. Hay quienes dicen que nadie debe escribir más, porque después de Homero Manzi y Discépolo se acabó todo. A esa gente le contesto que por favor, dejen que otros construyan, porque si no va a quedar un agujero en el tango, un vacío generacional imposible de cubrir. Además, no tengo por qué ser Discépolo, y no se me ocurriría. Sigo buscando el tango, y lo seguiré buscando toda mi vida.
–¿Pensó en la posibilidad de proyectarse internacionalmente, dada la explosión del tango en el mundo?
–No creo que lo mío encaje con lo que compra el mundo. El tango que se vende es el de la bailarina de pollera con tajo, el compadrito con funji... Entrás en Internet y es impresionante cómo eso prendió en todo el mundo, y en todos lados dejaron escuelas. Pero eso no es la Argentina. Y yo no estaría dispuesta a transformarme en eso. Por otro lado, sigo teniendo un sentido de pertenencia muy fuerte, a veces incauto, ingenuo. El 80 por ciento de las personas que quiero se fue a vivir afuera. Todas pasan el mismo proceso. Apenas llegan tienen una actitud defensiva: “Encontré mi lugar en el mundo”, “no extraño nada”, “acá es otra vida”. Esos son los primeros mails. Con el correr de los días empieza a aparecer un silencio de radio. Pasado un tiempo, te empiezan a escribir de vuelta: “no es tan fácil”, “te siguen tratando como a alguien del culo del mundo”... La cosa cambia. La última que se fue es Sandra, alguien a quien siento como mi segunda hermana. Se fue como tantos, regalando y vendiendo todo, quemando las naves. Si habré llorado. Sé lo que es la pérdida. Pero me quedo, éste es mi lugar. Yo me quedo a apagar la luz.