ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A GRACIELA DUFAU, QUE SE SUMA AL ELENCO DE “MONOLOGOS....”

Las vaginas hablan por sí mismas

La actriz, de una sólida trayectoria en varios campos, integra un nuevo trío junto a Silvina Chediek y Catherine Fulop. “El público participa mucho, pero hay que evitar el modelo del fútbol”, dice.

 Por Hilda Cabrera

Convocada para proseguir con la ronda de intérpretes de la exitosa Monólogos de la vagina, pieza teatral de Eve Ensler festejada en escenarios de Europa y América, la actriz Graciela Dufau dice que conocer la obra desde mucho tiempo atrás. Lo más interesante de la obra es su intención: esa forma de exponer con humor, ironía y sinceridad lo femenino y lo feminista, que en su opinión significa aceptación de la propia libertad y de la autonomía del criterio de los otros. Los monólogos sobre las violaciones de las mujeres en Bosnia y Kosovo son quizá los tramos más dramáticos de un itinerario femenino en el que se suceden el dolor y el sarcasmo, la risa franca y la celebración. Dufau pone también el acento en la reacción del público. Ella asistió a la función inaugural que en la Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (donde hoy debuta el nuevo trío) protagonizaron Alicia Bruzzo, Andrea Pietra y Betiana Blum, que actuaron en noviembre de 2001 en la Unidad 31 de la Cárcel de Mujeres de Ezeiza y que ahora se aprestan a llevar la obra en gira por distintas ciudades de provincia y Uruguay.
Dufau relaciona el comportamiento de los espectadores (en su mayoría mujeres) con la mayor disposición de la sociedad a expresar lo que le molesta o aprueba. A diferencia de las compañeras de rubro seleccionadas en esta etapa (la conductora de TV Silvina Chediek y la intérprete de teatro y TV Catherine Fulop), Dufau acredita una importante trayectoria en cine (Los jóvenes viejos, de 1961, La isla, de 1979, por la que fue premiada en el Festival de Montreal, Momentos y muchas más), TV (en ciclos dirigidos por Juan Carlos Gené, Alejandro Doria y otros) y teatro: Un tranvía llamado deseo, La Maga, Diatriba de amor para un hombre sentado, de 1988, sobre un texto de Gabriel García Márquez dirigida por Hugo Urquijo; Brujas, de Santiago Moncada; Siemprediva, de Hugo Paredero, y entre otras La loca de amor, unipersonal sobre textos y poemas de varios autores, donde interpretó La Patria, poema de 1955 de Julio Cortázar, modificándole el final a raíz del atentado a la AMIA. Entonces, la disconformidad respecto de sucesivos gobiernos se convirtió en protesta contra el menemismo. Fue además directora de Ver y no ver, versión de Molly Sweeney, del escocés Brian Friel, donde se condujo a sí misma, a Hugo Urquijo y al chileno Franklin Caicedo. En 1995 publicó un libro autobiográfico, Confesiones de una bruja, casi una catarsis personal.
–¿Cómo encara su trabajo en Monólogos...?
–El trabajo de un intérprete puede crecer o empobrecerse. Eso depende de muchas circunstancias. En este espectáculo hay que ser cuidadoso con lo que se transmite desde el escenario, porque el público participa, y de manera militante. No reconozco a las mujeres aullando de esa manera. Lo que me pregunto es cómo puede uno “conducir” a una platea desde el escenario sin que el teatro se parezca a una cancha de fútbol.
–¿Hay un componente masculino en esa reacción?
–Cuando a las mujeres nos dan permiso para expresarnos (o nos lo tomamos, a veces) corremos el peligro de caer en actitudes masculinas. Esto ocurre en la vida cotidiana y en otros niveles, como el del poder. Las mujeres suelen adquirir los rasgos del discurso masculino.
–Este modelo es el que se observa también en representaciones donde lo que convoca son temas como la identidad o la memoria, aunque quienes propicien esos actos sean mujeres...
–Cuando esto se produce se puede llegar a vaciar de contenido el mensaje. No sucede siempre, pero es cierto que en muchos la reacción es semejante a los modelos del fútbol.
–¿Qué intención quiere transmitir a la platea de Monólogos...?
–Quisiera que la obra fuera vista como una celebración femenina, como algo festivo. Uno sabe que estando arriba del escenario tiene opinión ypuede influir. Por eso hay tantos Hamlet como actores que lo interpreten. Estoy tratando de hallar otros componentes, no sé si más reflexivos pero de ninguna manera melancólicos ni solemnes. El ensayo fue breve (de 7 horas durante diez días) y a una le queda la impresión de que no llega al día del estreno. La presión es muy fuerte, también la sensación de inseguridad. A veces tengo miedo de no recordar el texto, aunque en la obra haya fragmentos que deben leerse. Pero es esta imperiosa necesidad que tenemos los humanos de ser aprobados. Dependemos de la bondad de los extraños, como dice un personaje de Tennessee Williams. Pero no me quejo. En este momento tan difícil, tener trabajo, y en un espectáculo digno, es un privilegio.
–¿Tiene algún otro proyecto?
–Esta es una época en la que hay que tener mucha fuerza. Tengo proyectos pero nada iniciado. Cuando no ejerzo mi profesión leo teatro y poesía con un grupo de amigos. Que en este momento ni los mayores ni los jóvenes puedan ocupar un espacio en el propio país me produce un gran desaliento. Mi refugio es el trabajo, la gente que quiero y la creación de mundos imaginarios. Hace tiempo que no hago cine ni TV, convocada por otros. Lo último que hice en TV fue un programa de autogestión, “Cuentos de medianoche”, que presentamos por Canal (á) en 2001. Era un ciclo sobre la biografía de algunos compositores clásicos: Bach, Chopin, Mozart, Schumann, Schubert. Creo que fue positivo, entre otras cosas porque cuando uno está triste puede, escuchando a Schubert, ir hasta el fondo de su tristeza y sentirse reparado, o experimentar una gran plenitud, y hasta una intensa alegría.

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Dufau dice que la descolocaron algunas actitudes de la platea de los “Monólogos de la vagina”.
 
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