ESPECTáCULOS › “MALAS COMPAÑIAS”, DE SCHUMACHER

De mal en peor

 Por Martín Pérez

Jugar al ajedrez en un parque, revender boletos para los partidos de básquet y hacer de DJ en clubes de cuarta. A eso se dedica Jake Hayes, no con mucha suerte –al menos en lo que se refiere al tercer ítem–, cuando recibe una primera mala noticia: su novia decidió dejarlo porque se ha terminado de dar cuenta que no es lo que su hermana llamaría “un buen partido”. Y como la mala suerte no viene sola, a los oídos de Jake llegan más novedades. El viejo truco de la buena y la mala noticia: Jake tiene un hermano gemelo pero ingresó a los Marines, trabaja para la CIA y le gusta el jazz en vez del hip hop. Ah, demás acaba de morir y los servicios de inteligencia quieren que Jake ocupe su lugar. ¿Su misión? Cortarse el pelo, usar traje y viajar a Praga para comprar una bomba atómica en 20 millones de dólares.
Con un comienzo que tiene mucho de Mi bella dama, pero adaptado a James Bond, Malas compañías reúne a un Anthony Hopkins cada vez más en decadencia junto a el hasta aquí ascendente Chris Rock, para un thriller seudocómico producido por Jerry Bruckheimer, el hombre detrás de Pearl Harbour y toda clase de megaproducciones con mucho ruido pero pocas nueces. Demasiado seria para ser comedia, con demasiadas pocas escenas de acción para ser un film de acción y con muchas historias paralelas como tener una que sea realmente interesante, Bad Company es una película partida en varias. Un film con varias personalidades, la primera de las cuales recuerda Pigmalion y la última al mayor de todos los miedos: una bomba atómica en Nueva York.
Con muy poco de original, salvo mostrar lo bien que le queda a Sir Anthony Hopkins una gorra de béisbol, el enésimo opus del parejo (para abajo) Joel Schumacher, jamás entusiasma y ni siquiera divierte en serio. Porque Rock parece ser el único dedicado en serio a este ítem, y no para de decir pavadas para ganarse el sueldo. Con un final en Nueva Jersey que parece agregado a último momento pos Torres Gemelas, las dos horas del film se terminan haciendo eternas. Aunque en ese final apurado se encuentren al menos los mejores parlamentos del film, entre ellos el que el personaje de Rock le dedica al jefe de la CIA, reprochándole lo que ya es evidente para cualquier espectador: ¿cómo es que con semejante despliegue de parafernalia no puedan atrapar a nadie?

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