ESPECTáCULOS
La manipulación como estrategia
Maggie O’Kane, corresponsal del diario británico “The Guardian” en el frente durante la guerra de Bosnia, celebra el rigor de “El ultimo día”, la primera película que, afirma, captura todo el horror del conflicto.
Por Maggie O’Kane
El problema con la mayoría de las películas de guerra es que las escriben los de afuera. Generalmente los guionistas-periodistas sólo llegan a la ciudad del conflicto, o por lo menos al hotel de guerra correcto en la ciudad correcta: el Holiday Inn en Sarajevo; el Milles Collines en Rwanda; el Al Rashid en Bagdad. Pero el motivo por el cual la película de Danis Tanovic es diferente es porque él vivió su guerra. Pasó dos años en las trincheras donde se ubica la película. Cuenta la historia de dos soldados, uno bosnio, uno serbio, que terminan encallados en la misma trinchera, cerca del cuerpo de otro soldado atrapado por una bomba cazabobos. A la farsa trágica entra el heroico sargento francés de las Naciones Unidas, seguido por la prensa, haciendo equilibrio para convertir la impotencia de la ONU en un incidente internacional.
El resultado es sin duda la mejor película hecha hasta ahora sobre la guerra de Bosnia. Tanovic era un cameraman oficial del ejército bosnio y su película capta no solo la lucha sino los otros factores que componen el horror de esos años. Explora el giro político, la forma en que los medios estaban controlados para alimentar a la audiencia con una visión distorsionada del conflicto.
La indignación de la película está reservada para el mando de la ONU en Bosnia, un mito que explotó cuando el “refugio seguro” de Srebrenica cayó, causando la ejecución de casi 8000 hombres y muchachos jóvenes por las tropas bosnio-serbias en tres días de verano, en julio de 1995. La furia de Tanovic contra la ONU está desplegada en una pintura de la conducción político-militar británica durante ese período. En No Man’s Land, un oficial francés hace lo que puede, a pesar de las órdenes de su superior, por ayudar a los tres hombres atrapados en la trinchera. El francés se refugia en su único aliado posible: los medios.
El sargento espera que, al involucrar a la periodista Jane Livingstone (Katrin Cartlidge), evitará que la ONU abandone los hombres a su suerte. El personaje de Livingstone es interesante. En términos básicos es una reportera de TV, el tipo de persona que Tanovic ve como un parásito. O en las palabras de un soldado bosnio desesperado: “Tus buitres filman la guerra, vos recibís buen dinero. ¿Nuestra miseria paga bien?”. Pero si hubiera unos pocos periodistas más como Livingstone, nosotros estaríamos haciendo el trabajo mucho mejor de lo que lo hicimos durante la guerra de Bosnia y de como lo hacemos ahora en Afganistán.
Un importante agregado a esto es que los corresponsales de prensa también se morían tan rápido como los soldados en el frente: 51 periodistas murieron en los Balcanes en los años 90. Así, mientras los periodistas siguen arriesgando sus vidas para hacer su trabajo, las técnicas cada vez más sofisticadas de los militares para controlarlos consiguen que se produzcan informes de baja calidad. Lo que la película saca a la superficie es la manera en que los ejércitos internacionales, especialmente el británico y el norteamericano, hacen bailar a los medios durante una guerra.
El modelo original fue la cobertura del conflicto de la Malvinas, cuando el ministro de Defensa británico permitió el acceso a solo unos pocos favorecidos, de los diarios correctos. En la Guerra del Golfo, Estados Unidos perfeccionó el sistema pool (un pequeño grupo de periodistas selectos hacen un viaje de un día y a la vuelta le informan a los otros lo que está sucediendo). Ahora los funcionarios militares de prensa han mejorado el sistema hasta convertirlo en un arte que frustra la cobertura durante una guerra y deja a los periodistas peleando entre sí para ver quién consigue el próximo inútil paseo militar.