ESPECTáCULOS › EL SEPTETO MATAMOROS CONTINUA LA TRADICION FAMILIAR
Los bisnietos de una leyenda
Emilio Matamoros, que sigue la línea artística de su bisabuelo Miguel, explica por qué el boom de Buena Vista fue beneficioso para la música cubana. “Hay que respetar la tradición”, dice.
Por Fernando D´addario
En el Café Taberna, un boliche de la Habana Vieja cuya estética remite a los tiempos de su fundación (1772) y a las necesidades de la Cuba actual, el Septeto Matamoros ensaya cotidianamente la fantasía y la realidad de revivir para los turistas un mito intocable para los cubanos: el de Miguel Matamoros. Lo hace con un estilo a la vez fundamentalista y cariñoso. “Nuestra función en la música es respetar la tradición familiar”, dice, tajante, Emilio Matamoros, un hombre de 34 años que apoya la validez de su intento musical en su condición de biznieto de Miguel. En una de sus primeras excursiones fuera de su país (la primera vez que viajaron al exterior fue el año pasado, a Colombia, nada menos que el 11 de setiembre...), el Septeto está mostrando su espíritu sonero en Buenos Aires. Después del debut concretado el jueves pasado, la cita será mañana en La Trastienda donde, promete el grupo, “Vamos a alegrarle el alma al pueblo argentino con nuestra música”. Hará falta mucho son (o en su defecto mucho ron) para coronar con éxito semejante objetivo.
Todavía es invierno en Buenos Aires y la sensación térmica disminuye en la piel de unos auténticos habitantes del oriente cubano. En un bar del bajo cercano al Luna Park, Emilio (percusionista y director general del grupo) daría buena parte de su prestigio familiar por un carajillo, también llamado café endiablado (en porteño, “café con ron”), pero se conforma con un cortado argentino. Matamoros Junior (la banda incluye otro heredero del apellido, Rubén, que toca la tumbadora) tenía cinco años cuando murió su bisabuelo. “Desde niño me ha llegado todo lo que él hizo -señala en la entrevista con Página/12–, pero cuando armamos el conjunto, nos pusimos a estudiar su obra, para ofrecerle al público temas conocidos y otros no tanto, porque siempre se siguen descubriendo cosas notables con Miguel Matamoros”.
Nadie discute que Matamoros es un prócer de la música tradicional cubana. Sus agrupaciones (el Trío Oriental, el Trío Matamoros, el Septeto Matamoros y el Conjunto Matamoros) recorrieron y enriquecieron la historia musical de la isla, situándolo en un podio que comparte con Beny Moré y Compay Segundo. Lo que en su momento fue revolucionario, la invención del llamado “son montuno”, es hoy objeto de un culto que implica la observación irrestricta de sus postulados armónicos y rítmicos. La tarea del actual Septeto Matamoros es conservar lo que en su tiempo significó una ruptura. Lo curioso fue que el conjunto se formó en 1996, simultáneamente al súbito redescubrimiento de Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y sus amigos de Buena Vista, con lo cual todo lo viejo pasó a ser nuevo. “Para nosotros fue muy importante lo de Buena Vista. Antes no se escuchaba en Cuba mucha música tradicional. Estaba de moda la timba, que en general era chabacana, pasatista y comercial. Y ahora estamos desbordados de música tradicional. No todos son buenos los que la interpretan, ni adentro del país ni en el exterior, porque muchos se aprovechan de que son cubanos para sacarle provecho a la tradición. Nosotros podemos hacerlo ya que tenemos la raíz. Lo llevamos en la sangre”.
La apelación a la sangre y a la historia es fácilmente verificable. Cada tanto, los integrantes del septeto deben escuchar la aprobación o el reproche de la viuda de don Miguel Matamoros, que a los 103 años se reserva el rol de garante de una pureza musical acosada por peligros de copias burdas y falsificaciones. “Cuando hacíamos algo mal nos decía ‘Carajo, esto no es así...’. Y si ella decía que no era así, tenía razón...”. ¿Cómo discutirle? Como testigo de esa tradición aparecía en escena la vieja casa familiar, que con sus más de 150 años y sus rejas al estilo colonial, parecía erigirse en un supremo tribunal del son montuno. Ahora han cambiado algunos nombres: el estilo del Septeto Matamoros fue rebautizado como “son-cha”, que “combina la rumba y la guaracha hasta alcanzar un ritmo contemporáneo que hace que el público pueda bailar”. Yadecuan parte del repertorio en función de las necesidades puntuales de cada público. En Buenos Aires concretan el milagro musical de fusionar (solo en cuatro temas) el son con el tango. En algún lugar, el ilustre bisabuelo (admirador del tango y frecuentador de la Argentina en los años 40) dará su veredicto.