ESPECTáCULOS › “GUN”, UNA SERIE PRODUCIDA POR EL GRAN ROBERT ALTMAN
Los senderos de un revólver
No le fue de maravilla en Estados Unidos, pero es un programa que parece tener todo para garantizar suspenso y entretenimiento. El protagonista de la serie es un revólver Colt, que va de mano en mano.
Por Pablo Plotkin
En 1997, cuando fue estrenada, la serie “Gun” duró apenas media temporada en el aire. Es un fallido extraño de la televisión estadounidense, porque parecía tenerlo todo para trascender: Robert Altman como productor ejecutivo (incluso dirigió un capítulo), buenos actores (James “Soprano” Gandolfini, Rosanna Arquette, Martin Sheen), guiones inteligentes, una realización con clase y una apertura musical inédita: los irlandeses U2 haciendo una versión del clásico beatle “Happiness is a warm gun”. Pero la televisión no siempre se rige por parámetros del todo lógicos, y así es como “Gun”, luego de seis episodios, salió por la puerta trasera del paraíso catódico. Cinco años después, con Gandolfini erigido en el mafioso televisivo del momento, la serie que fue mini por obligación llega a la Argentina convertida en rareza, prologada por una frase que parece bastante acorde con la intriga argumental del producto: “La serie maldita de Altman”.
Hoy a las 23.30, I-Sat emitirá el capítulo inaugural, “Columbus day”. Dirigido por James Sadwith, este mediometraje presenta al objeto que desenvolverá el conflicto de cada capítulo unitario: una Colt 45 niquelada. Al cambiar de portador (por lo general en situaciones extremas), el arma se convierte en una especie de umbral automático en el camino de los personajes. El primer dueño del que se tienen noticias es un terrorista que descarta la pistola en el carrito de limpieza de un aeropuerto. Allí trabaja como guardia de seguridad un hijo de italianos del sur (Gandolfini), que por 50 dólares le compra el arma al empleado de limpieza. El tipo la guarda en el cajón de la mesita de luz, para que su mujer (Arquette) pueda defenderse en caso de un ataque nocturno. Las cosas empiezan a complicarse con la irrupción de un vecino –joven, escritor y atractivo, encarnado por Peter Horton– que se cruza con la jadeante Rosanna en la sala de lavado del edificio. A partir de ahí, los personajes se encuentran y se pierden en una trama de suspenso que no deja de hurgar en cierta problemática existencial del centro de Nueva York. La resolución es inteligente y el destino incierto de la Colt abre una rendija de intriga para el siguiente episodio.
“All the president’s woman” (“Todas las mujeres del presidente”), el capítulo que dirigió Altman, se emitirá el viernes 13. Suerte de precalentamiento de Cookie’s Fortune, este trabajo para televisión del director de Ciudad de Angeles también insinúa muchos de los conceptos que luego explotaría en Gosford Park (2001). Con el libro gordo de Alfred Hitchcock entre manos, Altman monta una historia de adulterio, codicia y venganza en el corazón de la oligarquía tejana. La trama se dispara cuando el mujeriego Hill Johnson (Randy Quaid) se convierte en el presidente sucesor de un exclusivo club de golf del sur de los Estados Unidos. La Colt, escindida en tres partes (cuerpo, cartucho y balas), les llega como inquietante correspondencia a Johnson y a dos de sus mujeres. De bragueta irrefrenable, Johnson comenzará a verse cercado por los enredos amorosos, el peligro de alguna revancha y la fragilidad de las apariencias de su clase social.
Altman decide no tomarse las cosas del todo en serio y, sin descuidar la intriga, convierte el relato en una caricatura de los ricos de Texas. El episodio cobra altura con algunos detalles de clasicismo cinematográfico, poco usuales en la televisión actual. Ciertos objetos aparecen una y otra vez y su significado varía según el contexto: un cuchillo en manos de una ama de casa, una huella de rouge en la espalda de una camisa blanca, un par de esposas aquí y allá. Acaso con lógica de celuloide, Altman suelta pistas y espera que el espectador las recoja. Considerando el final precipitado que tuvo la serie, fueron pocos los que tuvieron ganas de agacharse. Las mediciones de rating, se sabe, jamás descansan.