ESPECTáCULOS
La jaula de las locas catódicas
El Rubén Jilguero de Dady Brieva se inserta en un panorama de homosexuales exagerados que comenzó con las “locas” emblemáticas de Hugo Arana, Fabián Gianola y Guillermo Francella. ¿Cómo son las machiettas que dejó la tele?
Por Julián Gorodischer
Rubén Jilguero (Dady Brieva) es “la reina de la comparsa”: el más afectado de los gays de la tele, en la tradición forjada por la vecina boba de Fabián Gianola en Los Benvenutto, o como homenaje tardío a “la tía” de Guillermo Francella, en Poné a Francella. Gianola, Francella, Dady componen a sus “locas zarpadas” con vocación de extremistas, exasperando la apariencia antes que el deseo. Para variar, Rubén Jilguero (maestro pastero) satura las figuras gastronómicas: “¿Se arma la rosca?”, en referencia a posible fiestita sexual. O después: “¡Probá mi salsa putanesca!”. Es el remate copiado al número revisteril, con sombrerito, pañuelo al cuello y ojos delineados. Es el disfrute de quebrar la mano y soltar la lengua envenenada, el mágico encanto del estereotipo tal como Francella lo legó, exculpado por una misión de bien: “No es gay –insiste la gacetilla–, simula para denunciar a un patrón que discrimina”.
La tía Dady es confidente y se aproxima a la curvilínea (Romina Gaetani); la puede ver casi desnuda, muy de cerca, y aprovecha para ensayar un manoseo. Igual a la tía Francella, que siempre contuvo el gesto del baboso delante de su sobrina, Luciana Salazar. Las tías se desmayan (como Dady en Los secretos...) o exhalan con fuerza (como hacía Francella). Y forjan una falsa confianza que después decepciona: “Así te quería agarrar”, dirán sus chicas cuando se enteren, más entrada la trama. Ahora la tía Dady compite con la travesti en horario central, bajo la misma extraña premisa: consumar una pareja hétero. Los gays de las 21.30 parecen pero no son, o son pero no parecen: no se lo crean del todo. La tía Laisa (Florencia de la V) es una mujer que enamora al casado y se incorpora como un pariente más a la mesa de Los Roldán. La tía Dady (o tía II) goza con el cantito de loca, convence a todos y amasa siempre rollos o falos (tallarines, canelones, etcétera) pero, ante mamá y la hija, es un macho de ley. La machietta de la tele no tiene que dejar dudas: nunca ambigua, siempre varón o mujer.
Como Paco (Iván González, en Los Roldán), casi una chica, con colita en el pelo, labios y ojos pintados, voz agudísima y modos de geisha, pero después se le escapa la mirada al culo de la secretaria (otra vez la Salazar). Paco es “chismosa y vueltera” (en femenino), aprovecha para manosear al jefe (Gabriel Goity) pero se deja vencer por el minón. La tele convierte y exculpa –también en Padre Coraje– cada vez que el Doctor Ponce (Luis Machín) consuma su fiestita con Amanda (Leonor Benedetto). Gay contenido y con dos hijas, él se trasviste por las noches y reclama a la mujer su golosina: que se ponga bigotito y frac. Ponce es un gay disimulado, temeroso de la calumnia pueblerina, y se conforma con lo que le toca: pedirle a la mujer que se convierta sólo por un rato.
Al panorama de solteronas y tapados, Mosquito Sancinetto (en Los de la esquina) aporta lo impensado: mostrarse como un “casi travesti” de voz grave y poco maquillaje, devoto de la madre (Marita Ballesteros), a medio camino entre las locas pos Gianola y la estrella de Florencia de la V. Si Laisa anula toda ambigüedad (“La veo mujer”, dicen Sofovich, Tinelli y Uriarte), Mosquito incluye otro linaje: pobre, mantenido y dependiente de su madre, en esa casa en la que casi ni lo registran. El realismo barrial se inserta en el programa delirante (digno de una trasnoche Clase B) y conecta con figuras menos lineales: como el Lupe (Sebastían Pajoni) de Resistiré o el Borda Jr. (Nicolás Mateo) de Historias de sexo de gente común, que hasta incluyen la escena de sexo y acercan el conflicto del destape: ¿lo digo o no lo digo?
Cuando entra en escena el coming out, la tele expulsa a sus locas y recibe a sus chicos integrados, que no son muchos y empezaron, en 1996, con el laburante Ariel Quintana (Damián de Santo) de Verdad/Consecuencia. Ese espíritu normalizado, más afín a un vecino cualquiera, marcó a Lupe, buen amigo y hermano, y ahora hace lo propio con el personaje de Nicolás Mateo. Ellos están levemente conflictuados pero nunca moralizan: lo que sigue es esperar que se animen a contarlo. Nada más lejos de Rubén Jilguero, el de Los secretos de papá. “Soy Rubén, el de la puerta vaivén”, declama Dady, como hacían Gianola, en el patio de la familia Benvenutto, o –más lejos– Huguito Araña en Matrimonios y algo más. “Antes era hermosa, ahora soy sabia”, dice Dady, para pelearle el rating a la travesti verdadera que brilla del otro lado. Quiebra la muñeca, pega el grito, ondula la cintura, le toca el culo a alguno, dejando a Gianola y a Francella en el plano de lo sugerido, liberado por la consigna que habilita el desbande: “No soy, sólo parezco”.