EL PAíS › LAS MEDIDAS QUE IMAGINA EL GOBIERNO PARA ACUMULAR CONSENSO Y DIVISAS

Para arreglar hay tiempo

El Gobierno confía en que el canje de bonos comience y no salga tan mal como auguran sus contrincantes. Mientras tanto imagina medidas de reactivación del consumo, con sesgo distributivo. Posibles aumentos de sueldos, de jubilaciones y de planes sociales. Qué se busca, qué límites pueden surgir. Dudas sobre la gestión y reflexiones sobre el Salón Blanco.

 Por Mario Wainfeld

El Gobierno no tiene apuro en bajar la tensión con el FMI. Pero sí en instar a que se multipliquen y se hagan sentir las medidas que Néstor Kirchner llama “pro gente”. La obsesión del Presidente es llegar a diciembre con dinero en Caja, con más reactivación, con menos desempleados, con el frente interno robustecido. Y desde ese lugar, pujar con los organismos internacionales y los tenedores de bonos de deuda. Para el frente local, todo es urgencia, ansiedad, hiperquinesis, las marcas del estilo K. Con los acreedores no corre prisa.
El Gobierno aspira a que se genere más empleo y observa con preocupación cómo se ralentan los respectivos índices. La cuestión tiene su lógica, analizan en Economía. En actividades comerciales se ha recuperado la capacidad instalada y la erección de nuevos establecimientos no es sencilla ni inminente. La actividad industrial también se amesetó en tanto generadora de puestos de trabajo. El ala optimista del oficialismo (muy nutrida) afirma que están al venir proyectos industriales estratégicos, por caso en siderurgia, pero éstos se toman su tiempo y ocupan a poca gente. La gran esperanza del Gobierno en el corto plazo sigue siendo la obra pública y más derechamente el plan de vivienda.
El Gobierno está decidido, antes de fin de año, a aumentar los ingresos de los sectores de menores recursos, tanto los trabajadores formales como los jubilados y hasta los desempleados.
Para los trabajadores dependientes que cobran con sobre la idea es elevar el salario mínimo vital y móvil a 400 pesos, esto es, duplicar el que existía cuando Kirchner llegó a la Rosada. El Gobierno reserva la información acerca del modo en que se implementará la medida, que se “cruza” con la convocatoria al Consejo del Empleo y del Salario. Tampoco deja conocer la fecha, que Kirchner ansía adelantar todo lo que pueda. En una posición que muchos discuten, el Gobierno interpreta que los incrementos al mínimo en empleos formales inducen a la suba de otros salarios y también impactan en el mercado informal. Como fuera, habrá millones de trabajadores que recibirán un plus de bolsillo, cuyo montante preciso habilitará estudios y debates, tal es la maraña legal de un sistema salarial lleno de triquiñuelas y zonas grises “no remunerativas”.
Las jubilaciones mínimas ya tienen un aumento pautado en septiembre. Y ahí sí que no hay polémica imaginable, sólo trepan los mínimos. Kirchner tiene en carpeta o al menos en intención una suba a otros jubilados de bajos ingresos.
Los planes sociales también estarían en pos de recibir un retoque. En parte por explorar una eventual variante en los planes de ingresos, en parte en pos de evitar rechazos de “la gente” (muy acicateada por una derecha desembozadamente clasista), bien puede que no haya aumento del salario sino una módica asignación familiar por hijo. Sería sólo para quienes integran el padrón actual de Jefas y Jefes. Como suele ocurrir con las medidas que propone el Gobierno, es fácil coincidir con su orientación. Pero también es dable pensar que no alcanzan la suficiente magnitud respecto del drama de la pobreza (que en la Argentina es básicamente pobreza por ingresos) y de la afrenta de la desigualdad.
Me sobra la plata
Mejorar los ingresos de los sectores de menores recursos es, amén de redistributivo, dinamizador. El principal motor de la economía local es el consumo y el Gobierno aspira a que crezca. Para que el fin de año venga, en ese aspecto, con bombos y platillos, en la Rosada se rumia repetir una medida ensayada en 2003: una reducción transitoria del IVA durante algunos meses, a fin de año o durante las vacaciones. Asimismo se analiza posponer vencimientos de impuestos que caen en noviembre o diciembre. El objetivo es doble. Por un lado, evitar que “la aspiradora” estatal se vuelva muy astringente y frene la actividad y el gasto durante las vacaciones. Por otro, ya garantizado largamente el superávit de 3 por ciento en 2004, arrancar 2005 con platita en caja.
El aumento del dólar es visto con satisfacción por el Gobierno, que desafía así el insistente reclamo del FMI de apreciar el peso. El incremento de las retenciones a las petroleras es un modo de controlar el precio del combustible, pero también de limitar o socializar sus superrentas. Cuando presentó la medida, Roberto Lavagna se dio el gusto de remarcar que la mayoría de los países captura esa renta a través de empresas estatales pero que Argentina había malvendido esa chance. La relación entre el Gobierno y las petroleras, dicen en Economía y la Rosada, es muy tensa. Los funcionarios se enardecen por la angurria de los gerentes de esas empresas que lloran una miseria que no es tal. “En el último trimestre Argentina aportó la mitad de las ganancias de Repsol, a nivel mundial”, se encona un empinado ocupante del Palacio de Hacienda. Y también dispara contra el curioso empresariado que anda asolando estas pampas. “Lo peor es que con esas ganancias no hacen un cañito para trasladar el combustible y abandonan la exploración.” Cultura extractiva, que le dicen. Frente al aumento del petróleo, los reflejos del Gobierno fueron veloces, en el rumbo correcto. Y no es para sorprenderse, la administración K se hace fuerte en el terreno de la decisión. No cabildea, no cavila, no le tiembla el pulso. Claro que un incremento de impuestos, si se quiere pura voluntad, es el terreno más fértil para esta administración. Las decisiones que exigen gestión ulterior dejan más dudas, conforme se reconoce al interior del propio equipo de Gobierno. La frase “falta gestión” que da bronca al Presidente cunde, sin embargo, entre sus propias filas. Y no suena desacertada ni pesimista. Apenas realista... o costumbrista.
La empresa nacional de energía, Enarsa, que Julio De Vido fue a mocionar con ahínco al Congreso, es un reto en ese sentido. El desmantelamiento del Estado no consistió apenas en la venta de empresas públicas, sino básicamente en desactivarlo como representante del interés común. El Estado bobo que los ’90 nos legaron quedó inhabilitado para corregir inequidades del mercado, para intervenir contra la concentración, para representar a los que son más frente a los que más tienen. El Gobierno se hace muchas (interesantes) ilusiones con Enarsa, entre otras “tener en el banco de suplentes” a una empresa que pueda sustituir a una privatizada que incumple su concesión o abusa de su posición. Para tener ese cuchillo en la manga, el Estado no sólo deberá contar con una ley sino con recursos humanos, económicos y gerenciamiento que estén a la altura. Conseguirlos es más arduo que lograr que se alcen los brazos de los compañeros legisladores.
Plan canje
En una semana que lo tuvo como protagonista y que terminó de muy buen humor, Lavagna produjo una –inusual por lo durísima– respuesta a la autocrítica del FMI. “Ni Turquía, ni Brasil, los otros grandes deudores –comenta el ministro ante oídos confiables– hacen públicos los documentos críticos del FMI en sus países. Nosotros sí lo hacemos, en aras de la transparencia, lo que nos autoriza a cuestionarlos.” El argumento formal, sarcástico, no da cabal cuenta de la intencionalidad política de la réplica. Los negociadores argentinos tensan la cuerda dejando ver, casi sobreactuando, que no los corre nadie. En esto, como en todas sus movidas de los últimos tiempos, el Presidente y el ministro dan la impresión de estar en un todo de acuerdo.
La intención conjunta, como viene informando Página/12, es no hacerse drama con las chicanas y contramarchas del Fondo y avanzar con la implementación del canje con los bonistas privados. El cronograma respectivo se viene cumpliendo bien y Lavagna espera que el mes que viene la SEC neoyorquina autorice a comenzar el canje de los bonos de deuda. El sentido común “del mundo” –así se autodenominan las potencias dominantes y sus corifeos– profetiza que las críticas del FMI y los rezongos de los bonistas más indómitos determinarán un rechazo unánime o casi de la propuesta argentina. El Gobierno no lo explicita, pero imagina como factible un porvenir distinto. Factible, no seguro, acaso ni siquiera probable. Para posibilitar ese avenir, el Gobierno cuenta con una primera carta: activar que las AFJP locales acepten el canje, no bien lo permitan las reglas bursátiles. Y, contra lo que dicen los diarios de negocios y sus consultores favoritos, imaginan que algunos acreedores también se apañarán a recibir los nuevos bonos. Así las cosas, con un 30 por ciento de los bonistas –o algo así– implementando el canje, se habilita una nueva etapa, de cara al FMI y a los demás acreedores. El Gobierno supone que ese escenario puede agrietar el frente acreedor. O, de mínima, que la caída de las hojas del calendario, contra lo que dicen los gurúes de la City, juega a su favor, Si al tiempo le pido tiempo, no me lo niega jamás.
Las tácticas de los negociadores argentinos han sido zigzagueantes, plenas de ensayo y error. En 2003 especularon con que las demoras lo beneficiaran y predijeron mucho mejor que las contrapartes la evolución de la coyuntura económica. Seguramente se equivocaron al pensar que, pagando a los organismos internacionales, éstos serían más neutrales en la pulseada con los bonistas. O, por lo menos, que tardarían más en dejar de lado su neutralidad. Su manejo, como todo, es opinable, pero está claro que siempre trataron de conducir la economía local con criterios propios, sin ceñirse a las recetas de los organismos. Eligieron un camino de no ruptura pero de autonomía relativa.
La situación, un año después, ha cambiado. El Gobierno conserva su objetivo principal, que es conducir la economía, avanzando en el camino ya emprendido. Lo esencial, según su ver, es limitar las condicionalidades, juzgadas por Kirchner y Lavagna más graves que pagar, que no pagar, o que vivir con lo nuestro. Adónde llegarán los protagonistas ante una situación cambiante e inédita es algo que ni siquiera ellos pueden saber con precisión.
Y la nave va
La medida más importante de la semana fue la suba de las retenciones a las exportaciones de petróleo. La que más euforia obró en el equipo de gobierno fue la derogación de la ley que permitía a los buques argentinos usar “bandera de conveniencia”. La desregulación del transporte por agua desmanteló una industria nacional y desprotegió a los trabajadores argentinos, quienes primero vieron bajar sus retribuciones y sus conquistas sociales, para luego quedarse sin laburo. Propiciar el regresode los buques de bandera, en una decisión que impulsa el trabajo argentino y el compre nacional, es encomiable, pues apunta a rectificar una perversa muestra de lo que fue el modelo neoconservador. Arrasador, mendaz, antiargentino.
Otra vez el Gobierno rumbea bien y elige bien qué cambiar. Y también quedan dudas de cómo sigue la película después del anuncio y del festejo.
Kirchner se zambulló entre los trabajadores del sector tras el clásico acto en el Salón Blanco. Los anuncios en el Salón Blanco, a fuerza de repetirse, corren el severo riesgo de tornarse inaudibles e invisibles. Un calcado elenco de ministros, gobernadores y legisladores desfila en sinfín, casi todos los días. Una prueba de fuego para el oficialismo sería preguntarse si puede promover una variante en su liturgia. Hacer algunos anuncios donde, se supone, se concretan las medidas. En el ejemplo que nos ocupa, en la proa o al lado del casco de algún barco argentino, tripulado por argentinos o reparado por argentinos o armado por argentinos.
Otro punto sugestivo es el tono “peronista del ’45” del encuentro en Plaza de Mayo. Un Presidente justicialista vivado por trabajadores, casi todos hombres, es un decorado inusual desde hace añares. Porque los presidentes no viene siendo aplaudidos en público, porque los trabajadores no vienen siendo muy aplaudidores. Y porque los actos peronistas, duhaldismo mediante, han virado su base social. No se trataba ya de los trabajadores sindicalizados sino de desocupados y aun de marginales.
La foto informa acerca de una módica utopía del oficialismo y de Kirchner en especial. Devenir un gobierno industrialista, promotor de empleo, blasón de los trabajadores organizados.
El tono peronista también echa luz sobre un desplazamiento que viene sucediendo y que sin duda merecerá abordajes ulteriores. El Presidente conserva un amplio consenso, aunque parece ostensible que su prestigio sufre más desgaste entre las clases medias urbanas que entre los humildes de las grandes ciudades o de los pueblos del interior. No da la sensación de que exista contradicción de intereses materiales entre las clases medias y los más humildes. Pero sí da la sensación de que resurgen distingos simbólicos, resquemores de vieja raigambre, que hacen sospechar que un sencillo acto de Kirchner con trabajadores eufóricos, por decirlo con un eufemismo, no incrementa su química con la clase media porteña.
Amenazas y expectativas
Desafiar al FMI, aumentar las retenciones a los dueños de la renta, promover la restauración de la industria, imaginar medidas redistributivas, son item de una agenda que no es de desdeñar. A grandes trazos, el Gobierno apunta bien. Puesto en términos futboleros, conoce una verdad esencial que es saber contra qué arco patear, pero esa certidumbre imprescindible no basta para concretar los goles.
La negociación de la deuda externa es un escenario impredecible por su magnitud, por su novedad, por la enorme asimetría en la correlación de fuerzas. Por si no hubiera suficientes dificultades, todo discurre en un marco de pasmosa fragilidad institucional, en el que un secuestro extorsivo puede ser tan amenazante como eran en el pasado los golpes del mercado.

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