Miércoles, 20 de agosto de 2014 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACION
Por Juan Pablo Ringelheim *
El panel es el modelo de expresión y de vida en el tiempo de la técnica. Un panel es una forma de vida que aparece primeramente en la televisión. Se presenta en una estructura de media esfera, un escritorio curvo (a veces dos) y sillas que sientan posiciones de cara al público; si incluimos al televidente (y es necesario sumarlo) la esfera viviente se completa. Una esfera perfecta es, en términos ecológicos y semióticos, un ecosistema que se estimula y autoabastece. En la esfera del panel cada hombre y cada mujer, cada informe, imagen y palabra, se articula con la parte vecina para abastecerla, estimularla y sostener el clima habitable que incluye al televidente.
En cada panel, quienes ocupan las diversas posiciones se aguijonean, se acoplan y se excitan con las temáticas del momento hasta dejar el ambiente al rojo vivo; ésta es su razón emocional: apasionarse, separarse, reconciliarse; el pequeño drama. También el panel elabora una totalidad discursiva (incluso en la diferencia) que lo inmuniza ante la amenaza exterior; ésta es su razón psicopolítica: organizar mecanismos de inclusión y exclusión.
Un panel, como cualquier sistema, no funciona por el valor esencial de los integrantes –si es que aún existiera alguna esencia de algo–, sino por la función que ocupan sus partes. Un panel es, de algún modo, una máquina viviente compuesta por funcionarios que estabilizan al ecosistema (fijando valores y gustos, anticipando mutaciones en el ambiente, emocionando).
El panel es la esfera que crea las condiciones de vida en el tiempo de la técnica. Hubo otras formas de la esfera que crearon las condiciones de otras vidas. Cuando la Tierra era el centro del Universo, el hombre formaba una esfera con Dios. Así es posible ver la iconografía medieval y los relatos bíblicos en los cuales la humanidad occidental se emocionaba, se organizaba, incluía y excluía bajo una cúpula celestial en cuyo vértice superior se hallaba Dios. Cuando el Sol pasó al centro y la Tierra se desplazó, el hombre formó una esfera con el mundo. Así es posible ver los globos terráqueos del siglo XVI y las razones de los imperios universales en torno de los cuales la humanidad se emocionó y organizó, pudo incluir y excluir, siempre sobre el huevo planetario que incubaba una promesa política de futuro internacional redentor. Tanto en la esfera formada con Dios como en la esfera global había un centro: Dios o la capital imperial, el eje en torno del cual se organizaba la vida.
En el tiempo de la técnica, el globo terráqueo, como representación del hábitat, se deshizo en miles de millones de puntos de Internet. Ahora nos podemos organizar en torno de cualquier temática excitante, provenga de las latitudes que sea, sin arreglo a capital imperial o centro alguno. Podemos formar un ecosistema, un panel, con un puñado de otros panelistas dispersos por la Tierra. Hay múltiples esferas, millones de paneles que se construyen y destruyen rápidamente en donde miles de millones de panelistas (funcionarios) hablan. En el tiempo de la técnica cada hombre y cada mujer es una estrella diminuta, el cabo de una fibra óptica.
En el tiempo de la técnica, del panel, Facebook es más real que la televisión. En torno, aunque más no sea, de una foto se arma rápido el panel con sus comentarios y pulgares. Y el sistema habla y habla a través de cada panel y nos dice: “comenta”, “añade”, “completa”, “sube”, “publica”, “di”.
En Facebook, en torno de un “estado” se arman mecanismos emotivos, organizadores y razones de inclusión y exclusión. En el tiempo de la técnica los panelistas se agrupan en un posteo como los mejillones se agarran a una roca; ésa es la forma de la esfera de estabilización vital y emocional: el estado actualizado. O la forma de varios estados, miles de millones de estados sin un cielo protector.
En la esfera habitada por los creyentes y Dios, el excluido era el maldito o el ateo. En la esfera global que dio lugar a las naciones del mundo, el excluido era el utópico, el que ubicaba la razón de su vida en ningún lugar. En el tiempo de las múltiples esferas de los millones de panelistas, el excluido es el desconectado, el silencioso. Los panelistas y sus esferas pueden soportar cualquier cosa, cualquier informe, cualquier ideología, cualquier contradicción, cualquier corrupción, cualquier chiste, todo puede ser procesado por sus mecanismos de inmunidad ecológica y semiótica, salvo la abstención de comunicar de quien orbita por fuera de la esfera. El desconectado encarna el estado más temido por el panelista: el momento del “se calló el sistema”.
* Docente e investigador UNQ y UBA.
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