Miércoles, 22 de octubre de 2014 | Hoy
LA VENTANA › MEDIOS Y COMUNICACIóN
Aníbal Binasco reflexiona acerca del discurso periodístico, el rumor y la construcción del sentido común.
Por Aníbal Binasco *
La importancia que tiene el discurso periodístico en la sociedad moderna no requiere mayor explicación, sin embargo es necesario reparar en la particular tipicidad de esta categoría discursiva, principalmente, porque con ella aparece un componente retórico no siempre explícito. Porque este discurso llega a sus destinatarios con una carga persuasiva que irrumpe como una garantía de certeza y de verdad sobre todo aquello que el periodista cuenta. De tal modo que a los hechos narrados, acontecimientos construidos, publicados o emitidos, tanto como a las ideas y argumentaciones sostenidas en sus textos, se les adjudica validez de verdad. Y es justo en este punto donde se plantea el debate. En primer lugar, porque gravita una razón de tipo cultural en tanto el receptor está condicionado a confiar en el discurso recibido, es como si se proyectase en la sentencia pronunciada en 1921 por Charles Prestwich Scott, editor del diario británico The Manchester Guardian, “el comentario es libre, los hechos son sagrados”, con la diferencia de que esa pretendida sacralidad de los hechos entró en crisis cuando esos hechos fueron manipulados o, más aún, considerados inexistentes. Téngase en cuenta que el destino del discurso periodístico es el de ser interpretado al tiempo que el lector o el espectador audiovisual lo percibe. Es decir, nace en el mismo momento en que se lo enuncia, que es también el mismo en el que adquiere su carácter persuasivo. Pero además se incorpora un nuevo factor a estas secuencias discursivas, porque pueden multiplicarse muchas veces por la velocidad de circulación que permiten las nuevas tecnologías de la información. Así es que el discurso de un periódico potencia su condición persuasiva mediante la reiteración de su relato instalado en los medios audiovisuales e Internet, prácticas habituales, que incluyen en su menú, de rutinas de difusión mediática, el pasaje simultáneo por las redes sociales. Por otra parte, se ve además facilitada su difusión por la alta concentración mediática.
Para comprender este escenario, tal vez haya que entender la razón de la pregunta que se hizo el filósofo del lenguaje británico John Austin sobre “¿por qué alguien dice lo que dice?”. En rigor, la respuesta está en la misma forma de conexión que establece el lenguaje con la realidad. Porque el funcionamiento del lenguaje señala el punto de conexión de los estados de cosas que ocurren en el mundo real con el relato que de ellos se hace. El problema se presenta cuando la verdad, que es el insumo discursivo estratégico, desaparece de la escena periodística porque ha sido desconectada de la realidad, falsificados los hechos o reemplazados por sustitutos ficcionales. Este dispositivo permite entonces que su autor lo adapte al blanco que persiguen sus propios fines.
La novedad, en el escenario mediático actual, está en la incorporación de las técnicas del rumor profusamente estudiadas por Alport y Postman, en la Universidad de Harvard, en 1942, Psicología del rumor, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero lo notable es que las técnicas del rumor, entonces estudiadas y practicadas por las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón), se ejercitaban en las calles con la finalidad de desmovilizar y asustar a la población de los Estados Unidos. Sus condiciones esenciales eran dos: que esté revestido de cierta importancia y que los hechos reales invocados estén envueltos en cierta ambigüedad.
En cambio, su práctica actual adaptada a nuestro ámbito procede no sólo desde sectores de la población mediante el uso de las redes sociales, sino que preferentemente es al revés, con lo cual el rumor suele ser instalado por los grandes grupos mediáticos y sus columnistas estrellas, para después ser replicados. Una de las formas más novedosas de generar un rumor en este tiempo es la de crear un acontecimiento inexistente y convertirlo en noticia o reemplazar fuentes citadas por menciones no citadas. De tal manera, lo que entró en discusión es el modo en que este nuevo escenario gravita sobre el sentido común de las audiencias.
Esa, tal vez, es una de las controversias más importantes en estas circunstancias aunque no siempre se manifiesten claramente sus propósitos. Además, esta cuestión es más sensible cuando los medios hegemónicos proyectan políticamente sus intereses. Por eso, un punto de fractura en esta controversia lo marcó la sanción y aplicación de la ley de medios 26522 al promover la multiplicidad y pluralidad de discursos frente a la alta concentración mediática señalada.
* Doctor en Comunicación Social, U. Austral, abogado UBA, docentec investigador UNLaM. Codirector de la Maestría en Comunicación Cultura y Discursos Mediáticos, UNLaM. [email protected]
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