Lunes, 16 de junio de 2008 | Hoy
MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Descubrir las estrategias de un discurso es develar su intención, tornar visibles sus supuestos y estar en condiciones de decidir si aceptarlos o no. También dispensa de repetir como loros cualquier cosa que se escuche o se lea. Las ciudadanas misóginas, o cómo ver en la Presidenta no el poder sino “la vanidad del poder”.
Por Sandra Russo
Recibí por correo electrónico una “carta de una ciudadana a CFK”, que alguien que no conozco me mandó, supongo que para esclarecerme. La carta está completamente exenta de cualquier argumento interesante o sostenible más allá de un rechazo visceral, pero está sostenida en un aparente “de mujer a mujer”. Y es así, “de mujer a mujer”, que en estos días aflora la más descarnada misoginia.
La carta en cuestión es apenas un ingrediente más en este festival de conchudez (perdón por el término, pero es el más preciso que se me ocurre). No es el eje, no es el centro ni el núcleo de este conflicto, pero sí es un rasgo importante el hecho de que en el amplio espectro opositor sean mujeres las que se “descarguen” contra la Presidenta con diversos argumentos y en diferentes tonos, con diversos grados de inteligencia y propiedad. Hay algo en la feminidad de la Presidenta que irrita sobremanera a otras mujeres, mucho más que a los hombres.
En esta carta, la ciudadana en cuestión afirmaba que “Señora: estamos en el año 2008, hace casi una década que hemos comenzado el nuevo milenio, ya ninguna mujer occidental, profesional y dirigente se siente discriminada por ser mujer”. Qué loco, pienso, si todavía ni siquiera se ha rozado la primera y básica reivindicación de género, que es a igual trabajo, igual salario. Las mujeres seguimos ganando menos dinero por el mismo trabajo que hace un hombre. ¿Que “ninguna” mujer “occidental, profesional o dirigente” se siente ya discriminada por su género? Primero, eso no es cierto. Y segundo, la mayoría de las mujeres argentinas serán occidentales por la fuerza, pero no son ni profesionales ni dirigentes. ¿Y ellas? Que se queden allí, en la invisibilidad, y que no jodan.
No voy a transcribir párrafos de esa carta porque finalmente es solamente una carta de una mujer con nombre y apellido, difundida por otras mujeres con nombre y apellido que se sienten identificadas con su contenido. Pero sí me gustaría subrayar que esta operación de odio y resentimiento repta como una serpiente en los interiores de muchas mujeres que no discuten ideología ni política: discuten género. Esto es lo inconcebible. Porque es una patraña. El género, naturalmente, es el caramelito que les ofrece a esas mujeres el pensamiento conservador y patriarcal para roer la realidad desde sus más bajos instintos.
Hemos trabajado y defendido la perspectiva de género desde hace muchos años, pero estos días renuevan el interés en este extraño fenómeno de mujeres que detestan a la Presidenta porque está en un lugar que les parece inmerecido e inapropiado. En la carta, la airada ciudadana hasta le niega a la Presidenta el derecho de reivindicarse como la primera mujer en ser electa para ese cargo. La homologa con Isabel (bueno, Carrió también lo hace cuando la dejan: compara a Cristina con Isabel, por un lado; y se abandona a toda su capacidad de resentimiento, por el otro). Y con Evita. “No nos engaña... es un viejo símbolo del peronismo ortodoxo ‘la mujer peronista’ al lado de su pueblo y de su hombre, que le posibilita la vanidad del poder.”
¿Qué hay con esa mujer peronista al lado de su pueblo y de su hombre? ¿Qué hay con haber llegado al lugar con el que se soñó? ¿Qué hay con ejercer el poder, qué problema intrínseco, profundo y necio hay con ejercer el poder, que a una mujer sólo le está permitido acercarse a él a través de “la vanidad”?
Las mujeres hemos peleado mucho por alcanzar lugares que están fuera del control de nuestros hombres. Es más: hemos peleado también por tener un nombre propio que nos designe y por ser quienes somos más allá del hombre que tengamos al lado. Pero hemos de concluir, al menos provisoriamente, que en nuestras peleas de género no hemos dimensionado en toda su espantosa y falsa naturaleza esa mirada turbia, envidiosa y capaz de todo que sale disparada de ojos con rimel y corazones de hielo.
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