Lunes, 23 de junio de 2008 | Hoy
MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Algunos apuntes sobre género, política y escritura. El abrazo entre la Presidenta y su marido, y las mil y una maneras de reproducir el discurso hegemónico rural.
Por Sandra Russo
Lo vieron todos, porque lo pasaron hasta el cansancio: cuando terminó su discurso, CFK fue abrazar a su marido, que a la sazón es el presidente del Partido Justicialista, y él quedó de frente, con los ojos cerrados, y se leía en los labios que le dijo “te amo mucho”, dos veces.
Antes, la Presidenta había dicho, en algún momento del discurso, que ésa era “la plaza del amor”, y en la conferencia de prensa que dio esta semana Néstor Kirchner creo haberle escuchado también esa palabra, “amor”. Cuando la escuché me hizo ruido, y me causó un poco de gracia, porque Kirchner tiene algo hippie. Le encantó, en su momento, ser criticado por su forma de vestirse. Los mocasines, el traje cruzado abierto, todo eso. La palabra “amor” hizo ruido porque no forma parte del vocabulario político K, o no lo hacía hasta ahora. Quien haya ido a la plaza quizá podrá comprender de qué se trata, a qué lazos colectivos puede corresponderle esa palabra, que sale al cruce de otras palabras que se dicen, se sugieren o se gritan.
Antes de las elecciones, cuando se postulaba Cristina y el que dejaba un gobierno tan exitoso que hubiese podido volver a postularse y ganar era él, este escenario que ahora es descrito con ánimo de denuncia constante era perfectamente previsible. Kirchner dejaba la presidencia pero no la política, estaba claro. Cristina se postulaba y ganaba por los méritos de la presidencia de Kirchner, pero era en sí misma y por sí misma, a todas luces, el mejor cuadro de esta nueva etapa del peronismo. Por eso en los correos que manda “el campo” dicen que “está loca”: no pueden decir que es estúpida, como dijeron de Isabel, que es lo que necesitan para hacer encajar a Kirchner con López Rega. Están intentando hacer cuajar esa imagen, que por cierto se descompondrá rápidamente, vista su precariedad maliciosa.
Pero el abrazo. Esa noche para respirar un poco de las noticias puse RSM, el programa de Mariana Fabbiani. Pasaron el abrazo, en un contexto de conductora y panelistas partiendo de la base de que el abrazo estaba preparado. Mariana Fabianni, que jamás termina una nota a favor o en contra de alguien sin mandarle un beso a esa persona y sin decirle “te quiero mucho”, dijo que las demostraciones de afecto entre personas adultas “hay que cuidarlas”, que no le caen muy bien. En el contenido del programa se juntaban entonces dos ejes: el abrazo fue una puesta en escena y la exposición pública del “amor” entre la Presidenta y su marido causaba rechazo.
Veo muy seguido RSM y Mariana Fabbiani casi nunca resulta irritante. Sin embargo, ese día en el que se estaba al borde del desabastecimiento, ese día en el que la fricción civil llegó a su punto más álgido, vi que en ese programa estaban dando por sentado que el abrazo no fue sincero, y que por añadidura, se daba por sentada la insinceridad del Gobierno. Gabriel Rolón, que no sé muy bien qué hace ahí, intentó meter su cucharada de sensatez, diciendo que cuando uno termina de hacer algo que le cuesta mucho necesita el abrazo de un ser querido. Mientras escribo todo esto siento un poco de vergüenza ajena, pero así es la televisión en estos días.
Un porcentaje altísimo de las críticas que recibe el Gobierno proviene de que ella sea la esposa de él. Lo que votó la mayoría de la gente, el resto no lo digiere. Ahora los legisladores de la oposición están montados también en eso. En que ella es la esposa de él. Pero eso se sabía, eso se votó. Así es este proceso. Podría ser de otro modo, pero es así. Y era obvio que ella gobernaría y él seguiría haciendo política. Y acá va decantando: que lo que no les gusta es la política.
Ninguna pareja presidencial, es cierto, ofreció hasta ahora una imagen de afecto tan demostrativa como la que se vio en ese abrazo. Desde que volvió la democracia, en materia de parejas presidenciales lo que hubo fue una primera dama escondida en Chascomús, otra primera dama expulsada por la fuerza de la quinta de Olivos, otra primera dama de acento zona norte emparentada con militares y de convicciones muy religiosas, y otra primera dama, Chiche Duhalde, que también es por sí misma un cuadro político, que también respalda con lealtad ciega a su marido, y viceversa; pero ninguna de esas parejas exhibió un abrazo como el de los Kirchner. El discurso hegemónico vigente invita a desconfiar, también, de que se quieran. El resultado es una operación según la cual no importa lo que digan o hagan, mientras se ejerza aplicadamente la desconfianza. En programas políticos, y mientras uno se entretiene.
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