Lunes, 3 de noviembre de 2008 | Hoy
MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS
Y una reflexión sobre cómo ha circulado la noción de la propiedad privada en los conflictos políticos de este año.
Por Eduardo de la Serna *
Ayer, el vicepresidente de CRA, Ricardo Buryaile, dijo que “hay que disolver el Congreso” si se avala la 125; hoy el vicepresidente de CRA, Néstor Roulet, afirmó que “el campo, la Iglesia y las Fuerzas Armadas hicieron grande el país”. Obviamente esto nos lleva a formular algunas preguntas. ¿Qué país? ¿El país de quién? Pero el mismo don Ricardo nos aclaró el tema: el país de nuestros abuelos. A la misma generación pretérita se refirió más de una vez el dirigente mellizo de Gualeguaychú. El campo, la tierra, la cosecha se remonta a nuestros abuelos, los de aquel tiempo en que “una cosecha salva al país”, los de la Generación del ’80, los nostálgicos de aquel tiempo en que Argentina era el 8º país del mundo –puesto que ahora ocupa el admirado Brasil–, la Argentina potencia. “¿Y por qué vinieron nuestros abuelos?”, se preguntó Buryaile en la carpa ubicada frente al Congreso que ahora no quiere disolver; “por el respeto a la propiedad privada”, afirmó suelto de cuerpo y sin ponerse rojo de vergüenza. “Después que les robaron toda la tierra a los indios inventaron el Código Civil”, afirmó una vez el recordado Carlos Mugica.
Recuerdo hace varios años una charla con un conocido que venía de su admirado EE.UU. y una de las cosas que –fiel a su corazón– defendía era que allí –que en realidad para él era aquí– se respetaban los derechos. Y un ejemplo evidente era el derecho al voto. “No puede ser –afirmaba también sin ponerse colorado– que el voto sea obligatorio, es un derecho, y no me pueden obligar a votar si no quiero.” Mi punto de discusión era que votar no es un “derecho” sino un “deber”; un deber que tenemos con la “patria”, tierra de los padres (y madres), aunque quizás no de los abuelos.
Es precisamente esa tensión entre derechos y deberes lo que vuelve a aparecer en el debate por las AFJP, perversa creación del Dios dinero. “Tengo derecho a seguir en una AFJP”, afirman algunos. Y vuelvo al punto de discusión: la solidaridad, ¿no es un deber? El sistema de reparto, ¿no es –evidentemente– una obligación de todos para con todos? La divinidad propiedad privada vuelve a aparecer una vez más como caballo de batalla en un conflicto; es un dogma intocable muy extraño, porque lo pueden tocar los poderosos para defenderse contra los débiles, y no lo puede tocar el Estado, o mejor, no cualquier Estado, sí Cavallo, no Cristina, sí los EE.UU., no Chávez, sí se puede hacer un corralito para defender a los más poderosos contra la propiedad privada de los débiles. No es la propiedad privada de los dueños originarios de la tierra la que cuenta, sino la de ciertos abuelos; no es la propiedad privada de los que durante años aportaron y se vieron estafados, abuelos que hacen ya mil marchas reclamando todos los miércoles frente al Congreso, sino la de los privados; no es la propiedad privada de los pobres de la tierra, sino de las cacerolas de teflón que no golpearon cuando Cavallo confiscó el 13% a los jubilados. La propiedad privada, ¿priva a alguien de lo necesario para vivir? La pobre España tan afectada por estas medidas, ¿no tuvo nada que ver en que se violara la propiedad privada de los indígenas y se cometiera un genocidio todavía no reparado, si es que un genocidio puede repararse?
Quienes creemos que los fondos previsionales son un deber de solidaridad, ¿seremos excomulgados por quienes sostienen inquisitorialmente el dogma de la propiedad privada? ¿Se iniciará una Cruzada contra quienes creemos que la propiedad privada no es un absoluto, porque antes está la vida de los pobres?
Y aunque no le agrade a algún vicepresidente, me permito recordar lo que afirmaba ese gran Papa que fue Pablo VI: “Si alguno tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios? Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que encuentran en necesidad: ‘No es parte de tus bienes –así dice San Ambrosio– lo que tú des al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos’”.
Es decir, que la propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo lo que supera a la propia necesidad cuando a los demás les falta lo necesario. En una palabra: “El derecho de propiedad no debe jamás ejercitarse con detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos”. Si se llegase al conflicto “entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales”, toca a los poderes públicos “procurar una solución con la activa participación de las personas y de los grupos sociales”.
* Sacerdote.
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