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Por Mariela Reschini *

Mirar, observar, gozar, repasar los títulos que mi biblioteca aloja es un placer, pero, claro, ¿quién se conforma? Yo no. Quiero más.
Sueño despierta con la posibilidad de disponer, alguna vez, de algún dinero extra, exclusivo para poder invertir en libros, sin mirar los precios o sin tener que calcular si el resto que me queda me alcanzará después para pagar las cuentas... Entonces sí o sí me voy a abalanzar sobre los estantes de las librerías; en este momento reflexiono, bueno, tal vez el mes próximo... qué tal si pago un impuesto después del último vencimiento y entonces compro un libro.
Claro, en mi casa lo analizo, pero en ese paraíso tan colorido, de tantos diseños, formas y colores, en ese lugar, en la librería, me transformo, cambio de personalidad. Algo se apodera de mí y saco de mi agenda la lista de libros que deseo comprar que crece cada día. Y bueno, regreso a casa con dos o tres libros de segunda mano comprados en una librería de viejo, con la ilusión de leerlos tranquila en mi confortable sillón. Me encuentro feliz...

* Lectora.

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