Jueves, 2 de octubre de 2008 | Hoy
PSICOLOGíA › EN LOS CONJUNTOS SOCIALES Y EN LA INTERSUBJETIVIDAD
Para el autor, “la modalidad de sufrimiento contemporánea es la superfluidad y la dispersión, junto con la caída de las figuras reguladoras y donadoras de autoridad y de los sentidos simbólico-imaginarios que organizaban las ficciones que sostenían la modernidad”.
Por Carlos Pachuk *
“El sufrimiento, en todos los órdenes, resulta hegemónico en la realidad y en el imaginario social de estos tiempos; si bien de-sagrega y genera desesperanza también representa el momento de lucha vital” previo a toda desinvestidura. Quizá transitemos en la Argentina, a partir de 2002, un nuevo clima fundador de lo grupal, como lugar de nutrición, cohesión o ilusión, otra forma de estar con los otros que recupere bajo nuevos modos, los espacios de intimidad que “inventó” la modernidad. Desde nuestra práctica clínica, nos introducimos en una lógica contradictoria donde los caminos del sufrimiento conducen también al campo del deseo y la creatividad.
Apoyándonos en algunos conceptos de las ciencias sociales, aquello que denominamos realidad o experiencia, forma parte de la ficción dominante en cada época histórica. Esa ficción es lo que permite armar lazo social y también lo que sostiene los procesos de producción de realidad social y subjetividad. En este sentido, tal como plantea Ignacio Lewkowicz, la figura del monarca y los súbditos organiza un tipo de lazo social, crea las condiciones para generar determinada subjetividad, crea mundo (Pensar sin Estado).
Como latinoamericanos nos debemos pensar cómo se construyó nuestra historia: ¿nuestra colonización acaso no contribuyó al pasaje de la Edad Media a la modernidad europea, que se produce en forma acelerada a partir de la fecha mágica de 1492? Es evidente que el crecimiento de la burguesía y la acumulación del capital fueron generados a partir del descubrimiento del Nuevo Mundo. La conquista de América y el despojo de la riqueza que provenía de los pueblos que la habitaban fue, junto con la preeminencia de la ciencia sobre la religión y el triunfo de la razón, uno de los factores decisivos de la construcción de la modernidad. Esto ya lo había planteado Marx en el Manifiesto Comunista, aunque en forma elogiosa hacia la burguesía exportadora de “progreso”.
Luego en Europa la figura del Estado-Nación y la del ciudadano crea otro mundo, es el mundo de las instituciones que articuladas entre sí apuntalan la producción de sujetos que transitan de manera relativamente organizada y escalonada de la familia a la escuela, de la escuela a la fábrica o a la universidad y de allí al mundo del trabajo, a esta idea de progreso, de “hacerse un lugar en el mundo” que implica básicamente sustento económico y reconocimiento social.
¿Cómo es hacerse un lugar en un mundo dominado por las corporaciones? Un horizonte que desde el Contrato Social promete incluir a todos a cambio de cierta renuncia y que desde hace mucho tiempo no incluye, y tampoco dice que no incluye, constituye una doble violencia.
Como plantea un autor, el mundo actual se parece a cuando alguien va a ver un espectáculo y se encuentra con un cartel que dice “localidades agotadas”. En ese caso uno podría elegir ir a ver otro espectáculo, pero en el agotamiento del mundo que vivimos lamentablemente “no hay adonde ir”. En los albores de este nuevo siglo asistimos a la caída de la ilusión neoliberal: es evidente que este modelo, para funcionar, produce como efectos la amplia exclusión y expulsión de gran parte de la población, que luego retorna bajo figuras de violencia casi naturalizadas como única manera de existir. La “globalización” es el término que comúnmente se utiliza para dar cuenta de esa extraña experiencia del “mundo que se expande y al mismo tiempo se agota”.
En la actualidad, somos partícipes de la pugna entre el modelo liberal y otros que intentan revertir esta realidad. Aun así, resulta inevitable hacerse cargo de los efectos, al menos en nuestro país, de dos generaciones de desocupados, con las consecuencias de desarticulación familiar, social y psíquica que padecemos.
Ocurre en simultaneidad una revolución informática y biogenética que contribuye a la formación de nuevas subjetividades. Señalamos que se va profundizando en el psiquismo y en los vínculos una brecha entre el afecto y el lenguaje, pues los nuevos seres humanos están más en contacto con las “máquinas” que con las madres. Esto fue conceptualizado por Franco Berardi como la “aceleración de la infoesfera”. Por su parte, Bauman lo plantea en estos términos, en La sociedad sitiada: “La nueva velocidad vuelve a la acción momentánea y por ende virtualmente imposible de prevenir, así como potencialmente imposible de castigar. Y la imagen especular que nos devuelve esa impunidad de la acción es la vulnerabilidad de sus objetos, potencialmente ilimitada e irremediable”.
Nos preguntamos sobre qué formas de poder se está realizando el inevitable “salto antropológico” producido por la aceleración de la infoesfera y la mutación cognitiva. Las modalidades discursivas y relacionales toman el sesgo de lo múltiple, que, al ser asociativo y conectivo a la vez, introduce una clínica configuracional que transforma la idea tradicional del dispositivo psicoanalítico, basado en la teoría de la representación. Luego admite el trabajo con la presentación y lo irrepresentable como otro modo de estar y de producir realidad. ¿Será posible generar modos de poder alternativos y horizontales para usufructuar la “mutación cognitiva”, es decir, las nuevas subjetividades que produce la tecnociencia?
La mitad de la población del mundo ya tiene teléfono celular: ¿qué tipo de subjetividad genera la combinación de velocidad, simultaneidad y predominio de la imagen? Los profesionales y ejecutivos de 40 años “vuelven a tener posibilidades”, dicen los periodistas de economía. Nos alegramos por las nuevas invenciones y nos quedamos pensando las consecuencias que el neoliberalismo de la década de los noventa produjo en nuestras cabezas y en nuestros cuerpos. Los que ya no tienen posibilidades, los que tienen más de cuarenta, los que dejan que se les note el tiempo en la cara, los que envejecen, los que nacen pobres...
¿Posibilidades de qué? De ser queridos, reconocidos, amados, tenidos en cuenta, valorizados, de ganarse el sustento, de acceder a una vivienda, de seguir perteneciendo a alguna clase. Posibilidades de formar pareja, de tener hijos, de criarlos, de alimentarlos, de encontrar razones para seguir estando en pareja con la misma persona pasados los dos años o los dos meses o los dos días...
El avance de la tecnología sin ninguna pregunta bioética pone en riesgo la existencia misma del planeta. Hay una idealización del presente y una cooptación de los procesos deseantes y cognitivos. Tal como lo señalaba Heidegger, la ciencia “no piensa”, conoce, investiga, descubre pero carece de una reflexión ética de los efectos sociales de su producción.
Desde este cruce podemos decir que la modalidad de sufrimiento contemporánea es la superfluidad y la dispersión, junto a la caída de las figuras reguladoras y donadoras de autoridad y de los sentidos simbólico-imaginarios que organizaban las ficciones que sostenían la modernidad.
Luego es conveniente diferenciar conjuntos sociales, intersubjetividad y vínculo. Los conjuntos sociales son heterogéneos y producto de una multiplicidad histórica, cultural y económica; generan un imaginario social que impregna los “capilares foulcaultianos” de la intersubjetividad anónima y de los vínculos que son, al mismo tiempo, autónomos, tienen una lógica propia y proveen nuevos significados a los conjuntos sociales en una retroalimentación continua. El vínculo implica una historia, un recorrido con un otro significativo para el sujeto que definimos como el Dos. La intersubjetividad parece un terreno más amplio, cuyo devenir es incierto y puede generar pertenencia al Dos o desplegarse en un potencial N. Debemos eludir una encrucijada polarizada entre el anhelo nostálgico de la solidez y las certezas modernas o bien, una visión acrítica que se desliza a una resignación del presente, sin posibilidades de transformación.
El paciente actual conlleva una doble pregunta: ¿qué nos demanda lo que hay y cómo hacer con lo que hay? Lidiamos día a día con el fantasma de la destitución del lugar del analista y del espacio de la sesión. En este sentido el paciente produce lo mismo que padece, transfiere al analista el fantasma de la destitución subjetiva.
De allí surgen situaciones clínicas donde el paciente suspende, posterga y manipula el encuadre como si fuera algo accesorio en su vida y desmiente así su propia demanda en una suerte de catarata de vínculos desubjetivados en la que todos los actores se ven arrastrados. ¿Son resistencias, en el sentido clásico, o momentos de hundimiento de la espesura simbólica en los que, como en el zapping mediático, cambiamos de canal, ya no estamos en el mismo lugar, ya no somos lo que decimos ser? ¿Colapso de la palabra y del sentido?
Quizás esto convoque a una clínica de lo real, término de origen lacaniano, aunque ya pertenece al corpus psicoanalítico, donde lo predominante sean las intervenciones del analista fijando al paciente límites concretos para sostener el vínculo analítico. Dicho en otras palabras, el imaginario de la sociedad de consumo se instala en el acontecer transferencial de la sesión.
Nos preguntamos bajo qué condiciones y en qué encuadre es posible realizar un tratamiento. ¿Será necesario recuperar cierta lógica disciplinaria? Posiblemente el espacio analítico sea un lugar donde generar legalidades que regulen y otorguen consistencia a la dispersión y fragilidad psíquica producida por la cultura de la velocidad y la imagen. Dicho en otras palabras, el interrogante que proponemos dilucidar en la clínica apunta a destronar la “cultura” del mercado en la hegemonía del proceso analítico, para evitar la transformación del analista en un objeto más de consumo.
En psicoanálisis distinguimos cuatro categorías para pensar al otro, a partir de la elaboración del narcisismo: idéntico, semejante, diferente y extrañoajeno. Se pone en crisis la noción de semejante y esto produce un efecto aterrador. En la imposibilidad de ser semejantes, la diferencia gira hacia los extraños que pierden el misterio de la ajenidad y se vuelven siniestros, a veces como doble amenazante y a veces como simple resto o desecho. En el plano social la manera de nominar al delincuente nos recuerda al concepto del subversivo de las épocas de la dictadura militar en tanto irrupción del mal, “seres extraños que siembran el terror entre ciudadanos inocentes”. Se omiten las verdaderas causas que remiten a una triple exclusión: económica, social y simbólica. El Mercado necesita producir permanentemente la sensación de obsolescencia para fomentar el consumo y el fortalecimiento de la identidad en una ilusión que promete el paraíso pero aquí y ahora, en la tierra y no en el cielo, como lo hacía la religión.
Quizá se nos fue “haciendo la cabeza” que el mundo es como el Mercado dice que debe ser y quizá durante muchos años parecía el único mundo posible y hasta parecía que ésa, la del Mercado, era la única voz.
Voz o imagen que se hace voz en cada uno de maneras imperceptibles y así, de a poco, vamos siendo curiosamente “disciplinados” por una “sociedad de control” o controlados y manipulados por una sociedad “disciplinaria” sui generis.
También en ciencias sociales son ampliamente conocidos ambos términos. Se denomina sociedad disciplinaria a los procesos sociales bajo los cuales se desarrolló la modernidad, eslabonamiento de instituciones que ligadas entre sí constituyeron la trama estatal de producción de subjetividad, con su correlato de no incluidos, recluidos y expulsados, nos referimos a los locos, los criminales, etcétera, con sus premios y sus castigos, sus sistemas de reconocimiento, de valor, sus prescripciones, prohibiciones y transgresiones.
El sufrimiento era por alienación, la violencia era normativa en función de la organización de un mundo de incluidos y excluidos que generalmente adoptaban la forma de la reclusión, también en ámbitos institucionales, la cárcel, el hospicio, etcétera.
Por otra parte, las que Deleuze denominó “sociedades de control” proceden de otro modo: en lugar de responder a una ley común que promete incluir, acontece un permanente proceso de interiorización de la amenaza de exclusión que precariza todos los vínculos y todos los ámbitos (laboral, afectivo, social), afectando los modos de pertenecer, de hacer lazo social, los anclajes familiares y de pareja, los modos de agruparse, de ser sujeto; éste desde ese momento toma imaginariamente el relevo de las funciones que otrora estaban delegadas en el Estado y en las instituciones y trata de hacerse cargo de resolver privadamente lo que en realidad sigue siendo una cuestión de todos, una cuestión pública, común.
Si las sociedades disciplinarias actúan sobre el cuerpo más directamente, a través del castigo y de la punición, las sociedades de control o “sociedades de seguridad”, como las denomina Foucault, actúan más sobre la acción del individuo, es más una acción sobre la acción, un verdadero poder entendido como hacer, operando sobre los “soportes” y “los elementos de circulación” de la acción, en lugar de actuar sólo a través del adiestramiento del cuerpo como las disciplinas que dictan y ordenan de manera directa qué se debe hacer y qué no (Lazzarato, Mauricio, Políticas del acontecimiento, ed. Tinta limón, Buenos Aires, 2006).
Se trata de la implantación de un sujeto de certeza que, a diferencia del sujeto cartesiano, que dudaba como método para acceder a la supuesta verdad, es un sujeto tecnológico, transparente que porta un discurso agresivo que se corresponde con el desarrollo ilimitado del poder sobre los pueblos y capaz de autotribuirse todos los designios.
Apostemos a que las nuevas maneras de agruparse, artísticas, intelectuales, sociales, políticas, vayan delineando modos de producir subjetividad alternativa a las políticas de mercado, permitiendo crear vínculos y redes sociales, y que este sujeto de certeza se transforme en sujeto múltiple.
* Presidente de la Federación Argentina de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares (Fapcv). Fragmento del libro Curarse con otros, en preparación.
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