Jueves, 20 de enero de 2011 | Hoy
PSICOLOGíA › CAMBIOS SUBJETIVOS EN MUJERES QUE INTEGRAN ORGANIZACIONES SOCIALES
Al presentar los resultados de un extenso estudio de campo, la autora muestra cómo la intervención en organizaciones de desocupadas/os modificó las posiciones subjetivas de las mujeres participantes; el trabajo incluye testimonios conmovedores.
Por María Laura Raía *
El Movimiento de Trabajadores y Trabajadoras Desocupados/as de Mendoza tuvo un protagonismo fundamental durante la crisis del 2001. Luego de 2003 desapareció como tal, pero las organizaciones de desocupados que formaron parte del mismo continuaron reconfigurándose, buscando nuevos caminos de acción. Participó gran cantidad de mujeres que fueron ganando protagonismo y se apropiaron de las organizaciones como un espacio que trascendió la lucha por la subsistencia. Las prácticas y experiencias de participación, protagonismo y conformación de espacios grupales posibilitaron la transformación de ciertos rasgos de la subjetividad de sus participantes mujeres. Nos proponemos presentar cómo se produjeron estos procesos de cambio en dos organizaciones de desocupados de la provincia de Mendoza: Asociación de Trabajadores Desocupados de Godoy Cruz (Atdgc) y Casita Combativa (CC).
Las organizaciones se convirtieron para los sujetos no sólo en una herramienta para satisfacer sus necesidades básicas, sino también en un lugar de encuentro, de pertenencia, que robusteció su identidad. En el proceso de construcción de una identidad auténtica –es decir, una identidad con conocimiento de sí, de la historia, del otro, configurada al calor de las prácticas– las organizaciones de desocupados se convirtieron en facilitadoras-posibilitadoras de cambios en las participantes; una forma de funcionamiento que posibilitó la toma de decisiones en forma directa, la realización de actividades y vínculos con otras organizaciones y la experiencia de lucha: construyeron espacios grupales de trabajo y encuentro que se convirtieron en herramientas posibilitadoras de procesos de cambio subjetivos y también colectivos.
De acuerdo con Edelman y Kordon (“Subjetividad en el fin de siglo”, en revista La Marea Nº 11, Buenos Aires, 1998), “una posición activa, implementada colectivamente en la transformación de la realidad que vivimos, juega un papel fundamental en la resolución de la crisis personal, produciendo un verdadero reapuntalamiento en la subjetividad. Esta posición activa puede ayudar a construir nuevos apoyos, ya que el grupo y la tarea que éste se propone en el plano de la práctica social sirven de sostén al psiquismo en riesgo de desestructuración. Hay un cuerpo grupal que lo sostiene, lo reconoce como parte de sí, funciona como marco de apoyatura de una identidad, otorga y asegura pertenencia frente a la indefensión permitiéndole participar simultáneamente en un espacio creativo y transformador en relación al mundo externo. Se desarrollan nuevas capacidades del yo, que incluyen, entre otras, la capacidad de comprender más abarcativamente la inscripción personal en el contexto social, de aumentar la tolerancia a la frustración, de transformar la impotencia en potencia”.
Las participantes de estas organizaciones compartieron tareas de diversa naturaleza que les posibilitaron romper con una cotidianidad frustrante. La trama vincular, personal, afectiva y política que mutuamente construyeron, en tanto “compañeras”, generó un fuerte sentido de pertenencia y vigorizó su identidad. La génesis de la organización se enlazó con el reconocimiento del problema común de la falta de trabajo y el conjunto de acciones directas que comenzaron a agregar a sus miembros a partir del reclamo unificado por empleo y comida. La experiencia de lucha en los piquetes, las ollas populares, las demandas en el espacio público por el acceso a planes sociales, fueron los hitos que rompieron un modo de vivir cercado y recluido en el espacio doméstico para tornarlo “cosa pública”. Al calor del proceso comenzó el reconocimiento de aquello en común que tenían sus trayectorias personales.
“Me gusta porque uno puede conseguir muchas cosas, nosotros nos propusimos una meta y lo logramos. Aprendí también que por ejemplo pelear..., peleábamos porque creíamos en una cosa.” (Entrevistada Lorena, Atdgc, 2007.)
“Aprendí que podés seguir, no hace falta de que vengan y te den nada, ni estés pretendiendo. No, yo lo que tengo, lo tengo porque me costó, porque tuve que salir a pelear, porque fue difícil. Y las personas que teníamos al lado... las personas que teníamos alrededor, realmente te van enseñando, vas mirando a otro costado y te das cuenta de que podés salir.” (Entrevistada Ana, Atdgc, 2007.)
Al mismo tiempo que se rompió una cotidianidad centrada en la sobrevivencia familiar, se conformó una cotidianidad sedimentada en la disputa comunitaria por la subsistencia. La vida social comenzó a tener un nuevo eje, la organización, en el cual las tareas habitualmente realizadas por las mujeres cobraron visibilidad, valor social y político.
En el interior de las organizaciones se verificó una división de tareas en las que las mujeres se enrolaban por sus capacidades y habilidades personales, autogestionadas en relación con objetivos discutidos democráticamente. A estos grupos, que se organizaron en torno de una tarea específica en las organizaciones, los denominamos “subgrupos de sostén en lo laboral”: se conformaron en función de las capacidades personales que cada uno de sus miembros puso al servicio del conjunto y de las necesidades de la comunidad próxima y la organización de pertenencia. La revalorización de las tareas impuestas social y culturalmente a las mujeres –el sostenimiento de la reproducción familiar: alimento, vestido, resguardo–, ahora ejercidas para la consecución de otros objetivos, permitieron una profunda valorización de sí mismas y de sus compañeras y la puesta en común de sus saberes en un proceso de autorreconocimiento.
En la Casita Combativa, las tejedoras realizaron un trabajo de “ropero”, en el que la actividad de dar abrigo fue a la vez la de reunión y discusión de las acciones. Un segundo grupo de mujeres encaró la vinculación con otros, organizaciones, instituciones y vecinos, poniendo sus potencialidades de comunicación y relacionamiento a fin de hilvanar una red de solidaridades hacia afuera. El tercero de los grupos se ocupó de garantizar el alimento; aquí se desarrollaron estrategias para conseguir materias primas, producirlas y venderlas, y los ingresos que generaron fueron el motor que potenció la realización de otras acciones conjuntas.
“Claro, antes una no tenía con quién hablar o a dónde ir o cómo va a hablar o cómo preguntar. Y ahora no, eso sí me ha servido a mí porque yo ya he aprendido mucho. Porque antes iba a la Casa de Gobierno, yo no sabía ni cómo entrar ni qué decir, porque a uno le da un poquito de miedo. Así que ya aprendí, ahora no tengo miedo, ahora voy y entro, y si tengo que preguntar tengo que preguntar.” (Entrevistada Guillermina, CC, 2007).
Las actividades realizadas por las mujeres del centro de Godoy Cruz tendieron hacia la resolución de sus necesidades por la exigencia activa de fuentes de trabajo y el fortalecimiento del comedor comunitario, espacio donde constituyeron la trama de solidaridades y reconocimiento entre sus miembros. La olla popular y el comedor se instalaron como eje de articulación entre sus participantes y pautaron como estrategia principal la de su aprovisionamiento; por tanto, sus acciones se concentraron en la búsqueda activa de “solidaridad” hacia fuera. A diferencia del caso anterior, el contexto de pauperismo y marginalización estructuró las prácticas de este grupo, como una estrategia de salida, que colocó en un lugar de privilegio la búsqueda activa de empleo y sustento en otros ámbitos, no comunitarios.
“Sí, nos juntamos a charlar, nos juntamos a ver las cosas que hemos podido hacer, a conocer, nos proponemos ‘Mirá, vamos a ver si conseguimos...’, y revolvimos cielo y tierra hasta que conseguimos esta posibilidad de servirles la media tarde a los chicos. Nos juntamos y vemos cómo buscar.” (Entrevistada Ana, Atdgc, 2007).
“Y con todos lo estamos haciendo, siendo que nos pueden ayudar con un puesto en la municipalidad, y bueno, metemos obvio mujeres, porque ahí en el comedor, somos todas mujeres.” (Entrevistada A, Atdgc, 2007.)
Estas mujeres lograron proyectarse al mundo externo al modificar la percepción que tenían sobre sí mismas: de amas de casa silenciadas a “luchadoras”, “piqueteras”, “delegadas”, “responsables”, “militantes”, modificando sus prácticas y performando sus acciones. Se tornaron agentes del proceso interaccional, mediado por tareas que adquirieron nuevos sentidos y que dieron luz a nuevas capacidades y potencialidades. A esto dio lugar la constitución de los grupos como espacios de pertenencia donde las mujeres pudieron hablar sin coacciones sobre sus problemas y experiencias vitales, al compartir el mismo lenguaje y acervo experiencial de su situación de género. Así lo personal se tornó político, lo privado se trocó en público, la resistencia individual se tornó acción colectiva.
“El martes nos juntábamos, en la mañana, a charlar, a conversar, a contar nuestros problemas, de los chicos, de lo que pasábamos, con los maridos..., porque se tocaban muchos temas y, como decíamos nosotras, ‘Estamos entre nosotras, estamos en confianza’.” (Entrevistada Silvina, Atdgc, 2007.)
A partir de este encuentro e integración en un nuevo ámbito de pertenencia comenzaron a manifestarse la desigualdad de clase y las diferencias de género, lo cual dio lugar a la revisión crítica de la propia historia personal. El grupo actuó así como sostén de aprendizaje y comunicación identitario.
“En la casa, hasta defenderse uno no sabe, pero cuando uno ya sale afuera y aprende a comunicarse con la gente, ya uno tiene una charla, ya hablás con otra, y con otra, ya aprendés a desenvolverte un poco mejor, a defenderte, bah, eso es lo que he aprendido.” (Entrevistada Luciana, CC, 2007.)
“Aprendí a valorarme yo misma porque hasta ese momento yo no sabía.” (Entrevistada Erica, CC, 2007.)
“He aprendido mucho acá, a valorizar mis amistades, a hacer de amistades, he aprendido a dialogar mejor con la gente, a acercarme más a la gente, porque era como que yo era más escondida, como que no dialogaba mucho con la gente, no me juntaba, eso ha sido hasta ahora, todas mis amistades están acá en el comedor.” (Entrevistada Silvina, Atdgc, 2007.)
Los recorridos vitales de las mujeres de ambos grupos estuvieron permeados, desde su infancia, por carencias materiales estructurales, el abandono socioinstitucional y la violencia en su sentido más amplio y profundo, macro y micro social, material y simbólico. Las huellas que estos padecimientos dejaron sobre ellas definieron los testimonios más desgarradores del lugar social y de género asignado, y de las frustraciones que emanan de la vida cotidiana. La pérdida y el abandono se conformaron en los sentimientos predominantes de una subjetividad instada constantemente a sobreponerse o perecer, al mismo tiempo que mostraban la hondura del proceso de exclusión social.
“Sí, nos divertimos. He pasado muchos pesares cuando mataron a mi hijo, me han clavado una estaca en el corazón, mucho pesar, mucho pesar, a mi marido también fallecido... Muchas penas, ahora se está mejor. Acá charlamos, discutimos, nos reímos.” (Entrevistada Luciana, CC, 2007.)
“Había sido hace poquito que habían matado a mi hijo. Yo estaba con un estado depresivo muy mal y acá me pudieron contener porque... el Federico tanto como el Diego me han ayudado muchísimo.” (Entrevistada Erica, CC, 2007.)
“Tengo doce hijos, seis fallecidos, dos mataron en el barrio... Yo estoy con pesar por eso, treinta y un años tenía mi hijo... Por eso vengo acá, uno charla, se ríe, no nos aburrimos.” (Entrevistada Luciana, CC, 2007.)
Los grupos conformados en cada organización actuaron como sostén de pérdidas y pesares, a partir de la necesidad de contención, apoyatura y fortalecimiento de cada una de sus participantes.
“Hay personas que vienen como distracción, se distraen, el ratito que ellas vienen acá se distraen porque tienen problemas en la casa, vienen acá, vienen a distraerse un rato. Alguna gente lo toma así, que acá venís y hablamos cosas de nosotras.” (Entrevistada Erica, CC, 2007.)
“Y yo cualquier problema que tengo, a veces vengo y les digo ‘Mirá, me pasa esto’, te digo que la semana pasada andaba remal, viste, cuando andás mal...” (Entrevistada Silvina, Atdgc, 2007.)
La mayoría de ellas se encontraron en soledad para enfrentar el desarraigo, la falta de trabajo, los problemas de salud, la deserción y el fracaso escolar de sus hijos, la pérdida de sus seres queridos por hechos de gatillo fácil, por peleas en el barrio y condiciones precarias de trabajo e inseguridad laboral.
“... El padre lo mandaba todo el día a trabajar con el carro, lo esperaba afuera de la escuela con el carrito y ‘Andá a juntar cartón y botellas’, se dan cuenta. Y yo siempre le decía: ‘No lo mandes a la calle y si no andá a vigilarlo, fijate que los chicos en la calle empiezan a juntarse, con uno, con otro’, no, y bueno, así llegó como está ahora, perdido en la droga, en las malas amistades, no sé en realidad si roba o no roba, ya hace un año que no vive conmigo, ya está por cumplir los 19, pero con ese chico pasé de todo, de todo, lloré hasta lágrimas de sangre.” (Entrevistada Silvina, Atdgc, 2007.)
Las organizaciones, como grupos de sostén múltiples, también permitieron una perspectiva crítico-política del padecimiento individual.
“Ah, charlando, sí. Entre compañeras charlamos una cosita, otra cosita... Yo una cosa sé, ella también otra cosa y se va contando...” (Entrevistada María, CC, 2007.)
“Dale a la cabecita pensando..., por lo menos yo me encerraba. Pero nos juntamos, entre las compañeras. Trabajar en grupo también me hizo bien porque antes yo siempre trabajé sola, los trabajos míos siempre fueron solos y después ya me dediqué a trabajar en grupo y eso es lo mejor.” (Entrevistada Erica, CC, 2007.)
“Así que es mucho lo que se necesita realmente acá en la casa. Mucha tolerancia, saber manejar a la gente, porque hay gente que viene y no sabe para dónde disparar, hay mujeres que son muy hurañas, que les parece todo negativo, los otros días me decía una viejita que viajó con nosotras al Encuentro, que había sido el Día de la Madre, nos dice: ‘No sé para qué vine a este mundo..., por qué estoy viva’, o sea, les va tan mal en la vida, y bueno, ahí empezamos a charlar, le dijimos que el destino también uno lo tiene que buscar, y la charlamos, porque hay veces que no sabemos qué hacer, que se va a matar, que se va a pegar un tiro, no sabemos qué hacer con esta mujer. Se siente tan sola realmente y cuando viene acá, bueno, se le pasa. Porque yo le empiezo a charlar y le hablo, le hablo y le hablo, como que le hago ver otra forma de vida.” (Entrevistada Mariana, CC, 2007.)
“Lo que pasa, mirá a mí me sirvió mucho. Ocho años que me quedé sola con mis hijos, quedé con un plan, quedé muy mal y realmente con los cinco me fue muy difícil salir adelante... para mí se me había terminado el mundo, quedarme sola con cinco chicos fue tan feo y verme en esa situación, y bueno, de ahí conseguí el plan, de ahí salí a ver que habían otras personas igual que yo y sabía que se podía salir adelante, pero también lo aprendí acá.” (Entrevistada Ana, Atdgc, 2007.)
Las experiencias de las mujeres en sus organizaciones, los vínculos que se gestaron entre ellas, las relaciones de solidaridad, la posibilidad de aprendizaje, la elaboración de estrategias que les permitieron pensar, reflexionar y desnaturalizar diferentes situaciones, consolidaron la valoración de sí mismas, sus prácticas y experiencias desde un lugar protagónico. En concordancia con el planteo de Ana Quiroga (Crisis, procesos sociales, sujeto y grupo, Ediciones Cinco, Buenos Aires.1998), los grupos generados en la crisis plantearon una alternativa a la frustración, al dolor, a la soledad por la que atravesaron las participantes en su vida cotidiana. En estos espacios elaboraron sus pérdidas y lograron preservar su yo, fortaleciendo una identidad ligada a sus necesidades; desarrollaron potencialidades y capacidades (anteriores y nuevas) a través de un “hacer” creativo y valorizante, superando la fragmentación e individualización que hegemoniza la vida social. Las organizaciones, en algunos casos, posibilitaron la construcción de una “conciencia crítica”, definida por Enrique Pichon-Rivière como el reconocimiento de necesidades propias y de la comunidad a la que se pertenece, conocimiento que va acompañado de una estructuración de vínculos que permitan resolver esas necesidades.
* Texto extractado del trabajo “Mujeres, organizaciones e identidad. Entre el fortalecimiento y las contradicciones”, publicado en la revista Temas de Psicología Social, Nº 28, diciembre de 2010.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.