Jueves, 30 de enero de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › A PARTIR DE UN TEXTO DE GELMAN
A partir del texto “Elogio de la culpa”, de Juan Gelman, el autor retoma el debate sobre “la operación simbólica que impone la condición de inocencia a las víctimas del terrorismo de Estado”, propone el concepto de “víctima responsable” y sostiene que “la víctima responsable puede dejar de ser víctima; la víctima enteramente inocente queda expuesta a la revictimización”.
Por Gervasio Noailles *
A partir del texto de Juan Gelman “Elogio de la culpa” y del trabajo de Gisela Cardozo y Alejandro Michalewicz “Ser o no ser víctimas”, ambos publicados en Página/12, resulta ineludible la pregunta acerca de la lógica de construcción de la operación simbólica que impone la condición de inocencia a las víctimas del terrorismo de Estado. Como señalan tanto Gelman como Cardozo y Michalewicz, la idea de que las víctimas de la dictadura debían ser inocentes estuvo (y sigue estando) instalada en gran parte de nuestra sociedad. Quien no era inocente, quien “andaba en algo”, podía ser secuestrado, torturado, desaparecido. “Por algo será”, se decía en voz baja. De esta manera, la teoría de los dos demonios sostiene que las únicas víctimas de la dictadura fueron las víctimas colaterales del enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas y las organizaciones revolucionarias. Las demás... por algo habrá sido. Es sobre esta lógica que el secuestro y sustracción de identidad de hijos e hijas de desaparecidos no fueron incluidos dentro de la enorme lista de delitos que dejaron de ser juzgables y castigables gracias a las leyes de obediencia debida y punto final: estas niñas y niños fueron víctimas inocentes.
Ahora bien, la inocencia atribuida a las víctimas no es una condición impuesta exclusivamente a las víctimas de la dictadura. Por el contrario, se trata de una operación simbólica impuesta a todas las víctimas. Vale un breve racconto de situaciones en las que se impone la condición de inocencia a las víctimas.
Las víctimas del régimen nazi. Hannah Arendt, en su Estudio sobre la banalidad del mal, señala que algunos representantes de los consejos judíos en los territorios ocupados por el ejército alemán cooperaron activamente con las fuerzas de ocupación, antes de ser ellos mismos víctimas del genocidio nazi. Asimismo, los campos de concentración y exterminio tuvieron como mano ejecutora de gran parte de las atrocidades perpetradas a los Sonderkommandos: eran unidades de trabajo formadas por prisioneros judíos que se ocupaban de controlar y vigilar a otros prisioneros, incluso llevarlos a las cámaras de gas.
¿Fueron los líderes de los consejos judíos o los miembros de los Sonderkommandos víctimas inocentes del nazismo? No, porque fueron una parte necesaria de la maquinaria genocida. ¿Fueron víctimas? Indudablemente sí. En primer lugar, porque tanto unos como otros se vieron obligados a cooperar con el nazismo; en segundo lugar, porque luego de cooperar fueron asesinados.
Sin embargo, este análisis de Arendt fue muy resistido, ya que pensar la banalidad del mal implicaba también pensar la banalidad del bien. Para Arendt, ni Eichmann fue un ser monstruoso –más bien lo presenta como un burócrata que simplemente hizo su trabajo– ni las víctimas del nazismo fueron enteramente inocentes. Ahora bien, no por ello dejaron de ser víctimas.
Las víctimas de la violencia institucional. La historia reciente argentina cuenta con numerosas masacres en instituciones carcelarias. En todas las ocasiones, la construcción de la noticia habla de un motín o intento de fuga. La lógica es sencilla: son delincuentes que intentaron fugarse, no son víctimas inocentes del hecho que los victimiza, por lo tanto no son considerados víctimas.
El excelente libro de Claudia Cesaroni Masacre en el pabellón séptimo es una joya difícil de encontrar en la que se muestran los hilos de la construcción institucional de la noticia para cubrir abusos del personal penitenciario. Cesaroni realizó un estudio histórico para demostrar que el supuesto motín de la cárcel de Devoto, en 1978, en el que murieron más de 65 internos (nunca se supo la cifra exacta), fue en realidad una masacre llevada a cabo por los miembros del Servicio Penitenciario. Esa masacre, como muchas perpetradas sobre población carcelaria, pasó inadvertida, ya que se trata de víctimas no inocentes y por lo tanto no son consideradas víctimas.
Las víctimas de la tragedia de Cromañón. Cuando todavía no se había terminado de contar la cantidad de muertos, se inició un movimiento canalla para intentar demostrar que no todas las víctimas de Cromañón eran enteramente inocentes. Circuló información que hablaba de un jardín de infantes es el baño de mujeres. ¿Qué clase de madres pueden llevar a sus hijos a un recital y dejarlos en el baño? Si el jardín de infantes hubiese existido, esas malas madres hubieran sido consideradas víctimas de segunda categoría por cierto sentido común. Si hoy no es necesario aclarar qué sucedió en Cromañón fue porque se trató de víctimas que fueron a ver un recital de rock, es decir víctimas inocentes.
Sin embargo un hecho muy similar pasó prácticamente inadvertido. Pocos meses más tarde, en la ciudad de Magdalena ocurrió un hecho similar al de Cromañón. También un incendio, también a puertas cerradas, también muchos jóvenes murieron intoxicados o por quemaduras, también era una institución que debía ser controlada por el Estado. Igual que en Cromañón había una cantidad mucho mayor de personas de las que debía haber. En la cárcel de Magdalena murieron 32 jóvenes. ¿Por qué los muertos de Magdalena pasaron prácticamente inadvertidos para la mayor parte de la población? Porque al tratarse de población carcelaria fueron considerados no inocentes y por lo tanto no-víctimas. La situación es más compleja aun cuando se analizan los legajos de los muertos en Magdalena, ya que muchos de ellos no tenían condena efectiva y estaban esperando a ser juzgados en prisión. Es decir, técnicamente eran inocentes.
Las víctimas de la violencia de género. En el año 2005, un programa de TV de pseudo investigación presentó un informe bajo el título de “Divorciadas hot”. Las escenas habían sido filmadas con cámaras ocultas en un club de desnudistas masculinos. En la puesta al aire aparece una mujer besando a uno de los desnudistas en la boca. Al reconocerse en la pantalla y sentir que se vulneró su intimidad, la mujer inició una demanda contra el canal y la productora del programa. El 30 de mayo de 2011, los jueces de la Sala H de la Cámara Civil resolvieron que la mujer debía ser indemnizada pero sólo por tres mil pesos. El fallo señala que la mujer aparece dando “un beso amoroso en los labios a uno de los desnudistas del show frente a todo el público de ese descontrolado auditorio”. Los jueces entendieron que “lo hizo gustosa” y en “la libertad de realizar tal trance”. La sentencia reconoció que se vio afectada la intimidad de la mujer y señaló que debía ser indemnizada, pero el resarcimiento económico fue nimio ya que de la escena filmada se desprende que “lo hizo gustosa”.
La sentencia parece confundir dos terrenos claramente delimitados. Por un lado el placer que pudo sentir esta mujer en el beso dado al desnudista, por otro lado el derecho a la intimidad y la ausencia de un consentimiento informado por medio del cual se autorice la utilización de la imagen de la mujer.
Nuevamente estamos frente a un caso de una persona que no es reconocida como víctima (en este caso del acoso periodístico y de la vulneración de su intimidad) porque no es inocente, ya que ha hecho uso gustoso y sin culpas de su sexualidad.
¿Por qué sólo se considera víctimas a aquellas personas que se ven recubiertas de un halo de inocencia? ¿Por qué para el sentido común toda víctima, por definición, es inocente? ¿Qué operación simbólica impone la inocencia a las víctimas? Elsa Drucaroff define como angelización de la víctima el proceso que lleva a la articulación del significante “víctima” con el significado “inocente”. Ahora bien, ¿cuáles son los determinantes culturales y psicológicos sobre los que se construye dicha articulación?
La ecuación “víctima-inocente” hunde sus raíces en la tradición judeocristiana. Jesús es el paradigma de víctima inocente, ya que muere en la cruz por pecados que él no ha cometido. Lo mismo puede plantearse para la Virgen María, paradigma de inocencia al concebir (víctima de los dolores de parto) sin pecar. Ni qué decir de la amenaza del fuego eterno para aquellos que por haber pecado dejan de ser inocentes.
Sigmund Freud, en El porvenir de una ilusión (1927), señala que las representaciones religiosas no son el resultado de la experiencia ni del pensar; son cumplimientos deformados de deseos. Por eso define la religión como una neurosis obsesiva humana universal, y a las neurosis como religiones individuales. A partir de la concepción freudiana de las ilusiones religiosas, es posible abordar la ilusión que impone la inocencia a las víctimas utilizando la misma estructura de análisis de los síntomas obsesivos. Por lo tanto, será preciso preguntarse cuál es la ganancia que se obtiene en esa suerte de formación sintomática que es la angelización de las víctimas.
Jean Piaget aporta elementos interesantes para pensar esta problemática. En El criterio moral en el niño (1932), señala la creencia en los niños de sanciones automáticas que emanan de las cosas, que hacen que exista una “justicia inmanente”. Un equipo dirigido por José Antonio Castorina realizó una investigación en la que, utilizando el método clínico piagetiano, indagaron la creencia en la “justicia inmanente”. Para ello utilizaron como disparador una historia hipotética: “Un nene se portó mal e hizo enojar mucho a su mamá. Al otro día estaba paseando y cruzó un arroyito por un puente, pero el puente se rompió y el nene se cayó al agua”. Después de contarle esta historia al nene, le preguntaban: “¿Por qué pensás que se cayó el nene? Si se hubiera portado bien y hubiera pasado por el mismo puente, ¿igual se hubiera caído?”. Luego preguntaban a los niños su opinión ante la siguiente frase. “En la vida la gente recibe lo que merece.”
El análisis estadístico de las respuestas obtenidas muestra que, entre los seis y los nueve años, se encuentran respuestas que dan cuenta de la creencia en la “justicia inmanente”, pero dichas respuestas tienden a desaparecer a partir de los diez años. Los investigadores explican dicha tendencia por la salida progresiva del egocentrismo infantil así como por la pérdida del pensamiento animista.
Volviendo al tema que nos interesa, se puede plantear que la imposición de inocencia a las víctimas es solidaria de la creencia en la “justicia inmanente”, ya que quien andaba en algo y por lo tanto dejó de ser inocente es castigado, garantizando así la absolución de la víctima inocente. El problema surge cuando nos encontramos con algo que resulta obvio: quienes justificaron la masacre de la dictadura en la no inocencia de sus víctimas eran personas mayores de diez años.
El equipo de Castorina articula la investigación piagetiana acerca de la “justicia inmanente” con una serie de estudios realizados por Melvin Lerner en relación a la “creencia en un mundo justo”, es decir la creencia de que las personas obtienen lo que se merecen. “En este país no trabaja el que no quiere” sería una versión vernácula de la creencia en el mundo justo, ya que las desigualdades económicas no serían efecto de desi-gualdad de oportunidades, sino un reflejo de la justicia del mundo al castigar con la pobreza al que no quiere trabajar.
Para indagar la creencia en el mundo justo, Lerner le pidió a un grupo de estudiantes universitarios que presenciaran una supuesta investigación acerca de las emociones en las que se realizaban descargas eléctricas de alto voltaje sobre los sujetos de experimentación. En un primer momento los estudiantes demostraron solidaridad con las personas sobre las que se realizaban las descargas eléctricas, pero luego, al no poder intervenir, modificaron su opinión y terminaron justificando las descargas y culpabilizando a las víctimas. Lerner explica este cambio de posición (de la solidaridad con la víctima a la justificación del proceso de victimización) porque la situación presenciada resulta amenazante; y suponer que eso puede ocurrir sobre quien no se lo merece implica el riesgo que ocurra sobre el individuo que presencia las descargas.
Lerner, a diferencia de Piaget, sostiene que al crecer no se abandona el conjunto de creencias que constituyen la “justicia inmanente”, sino que estas integran procesos preconscientes que forman parte de las creencias sobre el mundo.
La creencia en el mundo justo es un mecanismo defensivo contra situaciones de la vida cotidiana que resultan amenazantes. Lo mismo se puede plantear acerca del sistema de representaciones que conforman las ideas religiosas que construyen un ideal de víctima enteramente inocente.
A partir de lo anterior, se puede plantear que la teoría de los dos demonios y el proceso de angelización de la víctima son mecanismos defensivos para evitar la angustia que el terrorismo de Estado desató en toda la población: yo soy un buen ciudadano, a mí no me interesa la política, a mí no me va a pasar nada. La contracara de este argumento es la justificación de todos los males sobre aquellos que no son inocentes. Sostener que sólo fueron víctimas de la dictadura quienes eran inocentes es un modo de sostener la ilusión infantil de que vivimos en un mundo justo.
Quien fue víctima de la dictadura, lamentablemente, no tiene opción de dejar de serlo. Hay huellas que no se borran. ¿Cómo pedirle a un sobreviviente de un campo de exterminio que olvide su pasado, o a quien ha perdido a un ser querido sin tener la posibilidad de enterrarlo que se de-sentienda de las implicancias subjetivas que ello acarrea? Tampoco se trata de proponer una fijación mortífera al lugar de víctima. La pregunta es qué posición se asume ante un hecho del que un sujeto ha sido víctima; qué hace una víctima de la dictadura para que su condición de víctima no hegemonice su vida, para ser una persona con capacidad de trabajar, amar, militar, crear artísticamente, disfrutar de la vida. En términos sartreanos, qué hace el sujeto con eso que le han hecho.
Hay que recordar que el victimario triunfa cuando produce una víctima. Triunfa cuando secuestra, cuando tortura, cuando desaparece, cuando la impunidad eterniza el efecto traumatizante e imposibilita el duelo, cuando la víctima vuelve a sufrir por un hecho que ha sucedido hace mucho tiempo. Triunfa cada vez que el ser víctima hegemoniza una vida. Se trata entonces de no cederle ese triunfo al victimario. ¿Cómo hacerlo?
Juan Gelman, víctima de la dictadura porque perdió a su hijo, decía en “Elogio de la culpa”: “Estoy orgulloso de la militancia de mi hijo. A veces pienso que algo tuve que ver yo con ella y eso redobla mi orgullo y mi dolor. Mi hijo no era un ‘inocente’”. En coincidencia con Gelman, Rodolfo Walsh, al enterarse de la muerte de su hija, escribió: “Sé muy bien por qué cosas has vivido, combatido. Estoy orgulloso de esas cosas... Hablé con tu mamá. Está orgullosa en su dolor, segura de haber entendido tu corta, dura, maravillosa vida”.
Gelman y Walsh, y sus hijos, fueron víctimas de la dictadura, víctimas no inocentes, pero no por ello fueron víctimas culpables. Fueron, en la lectura que hacen sus padres, víctimas responsables. Se trata de superar la dicotomía víctimas inocentes-víctimas culpables. Se trata, más bien, de introducir una tercera posición, la de las víctimas responsables.
Hay una diferencia sustancial entre asumir responsablemente las decisiones políticas, aunque ellas hayan llevado a una derrota, y haber sido una víctima inocente que fue arrasada por una maquinaria terrorífica. De la primera opción se puede salir haciendo una lectura crítica de la historia. De la segunda no, ya que no hay modo de anticipar o elaborar el terror cuando no se comprenden sus razones.
La víctima responsable puede dejar de ser víctima. La víctima enteramente inocente queda una y mil veces expuesta al proceso de revictimización, ya que, si no hizo nada para merecer un castigo, tampoco hay nada que pueda hacer para evitarlo.
De ahí se desprende la importancia de que en los juicios por violaciones a derechos humanos durante la dictadura se dé lugar, a diferencia de lo sucedido en los juicios llevados a cabo en 1985, a que los sobrevivientes de los campos de concentración puedan contar su historia de militancia, es decir, puedan asumir públicamente una posición de víctimas responsables. Así se desprenderán del valor peyorativo que va asociado a la idea de la víctima inocente. Así habrá condiciones para asumir las responsabilidades políticas que permitirán continuar con la vida más allá del recuerdo inevitable de lo traumático.
* Licenciado en Psicología. Docente e investigador de la UBA.
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