Jueves, 21 de agosto de 2014 | Hoy
PSICOLOGíA › NUEVOS SOPORTES PARA UNA PRACTICA CENTENARIA
El psicoanálisis también es posible por correo electrónico o mediante Skype, sostiene el autor, y relata casos desarrollados por estos medios. La razón de efectuar un análisis por esta vía no se reduce a la distancia física, ya que también puede responder a “rasgos propios de esos pacientes”.
Por Sergio Rodríguez *
Traté y trato pacientes que, por vivir muy lejos –en localidades distantes de la ciudad de Buenos Aires o en el extranjero–, no tienen otras posibilidades para analizarse que hacerlo, en su totalidad o casi, on line: algunos por correo electrónico, otros por Skype, con voz e imagen. También algunos análisis presenciales han requerido de esa tecnología, no por distancia, sino por rasgos propios de la forma de subjetivación de esas personas. Excepto alguna situación, no he llevado adelante este tipo de tratamientos por teléfono. En todas, el trabajo presencial ha tenido algún lugar, mayor o menor.
Observé que analizar mensajes electrónicos facilita la lectura a la letra. Pero también dificulta, al estar ausentes expresiones de sentimientos como gestualidades, tonalidades de voz o cambios en la temperatura de la piel perceptibles en el apretón de manos o en el beso del saludo. Por Skype, sí se perciben elementos de la gestualidad y sus componentes, aunque no las temperaturas. En mis pocas experiencias telefónicas advertí que se alcanza a trabajar con indicios aportados por las tonalidades de voz y sus cambios según lo que se enuncia.
Psicoanalizo a Roberto desde hace más de veinte años. Como suele suceder en muchos análisis, hubo interrupciones. Por vacaciones mías o de él, por resistencias de él o mías. Roberto nació en una familia modesta de campo, que al poco tiempo se trasladó a una ciudad chica. Desde que se casó, vive en un pueblo de otra provincia. Llevó a cabo sus estudios universitarios en la ciudad de Córdoba. Recibido de médico y recién casado con una profesional de otra profesión, se trasladó a su residencia actual. Tuvieron dos criaturas. No mucho después del nacimiento de la segunda, fuertes desavenencias, sexuales, sobre la vida hogareña y otras, los llevaron a separarse. En esa crisis, Roberto comenzó a analizarse conmigo. Venía a la Capital Federal cada quince días y hacíamos dos sesiones. Estaba muy abatido por la decisión tomada, a pesar de que había sido quien apuró el corte. Extrañaba mucho el hogar y las criaturas. Pasado cierto tiempo empezó el análisis propiamente dicho. En 1989 apareció y se extendió Outlook, y algún tiempo después comenzamos a usar correos electrónicos. Las sesiones presenciales se espaciaron. Se mantuvo de mi parte la regla fundamental de asociar libremente, agregándole la prohibición de borrar o modificar lo escrito. Con el tiempo, Roberto fue haciendo aclaraciones entre paréntesis respecto de cada “error” de escritura, de lo cual a veces resultaba una asociación agregada, que solía aportar nuevos elementos para la lectura que yo hacía.
En un marco de transferencia positiva, el análisis continuó y se profundizó. En su desarrollo también fueron teniendo lugar las construcciones, y las fantasías y actos de Roberto fueron acercándose a sus fantasmas más primitivos. Hasta desembocar en un fantasma inconsciente fundamental: “Cogerse a la madre, aprovechando que se sentía poco atendida por el marido, padre del paciente”. A ese marido él lo amaba mucho, por ser buen tipo, padre afectuoso y trasmisor de sus saberes a los hijos, que siguieron oficios muy diferentes al del padre, aunque conservaron algunas de sus habilidades manuales.
Hace más de diez años, recibí el pedido de análisis de Florencia. Vive en el sur de Santa Fe, pero nació y se crió en La Plata. Se enamoró y casó con un muchacho de Santa Fe, que estudiaba en La Plata, y cuando se recibieron fueron a vivir a Santa Fe. Esto le daba a él más posibilidades de establecerse en su profesión, y a ella le permitía establecer distancia geográfica con sus padres. Con ellos mantenía, desde que recordaba, una relación sumamente conflictiva. Era hija de una madre muy trabajadora que atribuía al trabajo su poca atención a las hijas. Por los relatos de Florencia, supuse que su madre padecía, y hacía padecer, una neurosis obsesiva de carácter, con dificultades para expresar sentimientos. Desde muy pequeñas, les requería a las hijas hacerse cargo de quehaceres domésticos. Un padre poco presente y muy débil de carácter le daba a la madre el timón de la familia. La hermana al recibirse se fue a vivir a Alemania. Así, ambas se alejaron de la pareja parental. A Florencia, su percepción de los padres la llevó desde muy chiquitita a aislarse y alejarse. El marido tenía con sus propios padres una problemática parecida.
Como suele ocurrir en los jóvenes, conversaron mucho sobre sus problemas con los padres y las heridas que a cada uno les habían dejado. No conversaron sobre lo que les resultaba imposible conversar: cómo funcionarían ellos matrimonialmente. Sólo disponían de las herramientas simbólico-imaginarias que el pasado infantil les había grabado en la memoria corporal y neuronal. Hubo y hay desavenencias, alejamientos, reacercamientos, con repeticiones y diferencias. La mayoría de esos relatos los fuimos trabajando por Skype; también presencialmente, cuando, por razones profesionales, Florencia viajaba a Buenos Aires.
Desde hace ya unos diez años, en mi práctica habitual, trabajo frente a frente, sin diván, excepto casos particulares en los que la modalidad de presentación o de tiempos del análisis exija el diván. Skype me sorprendió por la posibilidad de llevar a cabo las entrevistas a distancia, con voz e imagen.
Con Norma, la utilización de correos electrónicos, devueltos con mi lectura a la letra, no obedece a razones geográficas. Ha resultado un buen recurso para psicoanalizarla, por ser una persona con dificultades para salir y establecer lazos sociales. Esto no fue ni es en términos absolutos. Se casó, tuvo hijos y algunas pocas amistades. Norma es muy apegada a leyes y reglamentos. Su trabajo consiste en controlar el manejo de dinero de la empresa. Prolija, cumplidora, muy buena persona. Un problema físico le facilitaba justificar sus dificultades para salir. Durante su análisis mejoró, hasta límites insospechados por ella. Era la hija menor de un matrimonio que ya tenía otra hija, diez años mayor. Su llegada fue resistida por la madre y la hermana. El padre parecía haber desarrollado expectativas más favorables, pero algunas cuestiones surgidas en el análisis hicieron suponer que deseaba un varón. No obstante, al nacer Norma fue quien mejor la recibió, y el que mejor la atendió cuando era chica. La madre y la hermana tendían a marginarla; muy niña, ella lo aceptó pasivamente y sin defenderse. De grande, pasó activamente a marginarse, excepto cuando se consideraba necesaria para otros. Claro que de una manera con la que también vehiculizaba un deseo de ser rescatada y colocada en el centro. Su automarginación era una forma de darse a ser mirada y oída. Cierta vez, cometí un acto fallido que me hizo repensar la cuestión: uno de mis mensajes a ella lo envié en cambio a la dirección de una ex paciente, uno de cuyos rasgos importantes era darse a ser mirada a través del trabajo de su cuerpo y su rostro. ¿Por qué le había enviado a ella el mensaje dirigido a Norma? El elemento común entre ambas pacientes estaba en el darse a ver, aunque utilizando cualidades diferentes.
La transferencia era sostenida por Norma en la diferencia con que la había tratado siempre el padre, del cual se sintió la preferida. Hasta que una serie de asociaciones hizo emerger recuerdos que mostraban que para él tampoco había sido deseada la fecundación que originó su vida. La transferencia se complicó. De positiva aunque ambivalente, pasó a ser fuertemente negativa. El analista iba apareciéndosele a Norma como padre rechazante. Ya no se trataba del analista inteligente, simpático y amable de otras épocas. Pasó a ser aliado de “las malas”. Parecido a como sentía al padre tras el levantamiento de la represión sobre su rechazo. Esto produjo diversos intentos de interrumpir, este análisis no le servía o ella no servía para analizarse. Se espaciaron las sesiones presenciales, siempre bajo planteo de interrumpir. Pero esta crisis resultaba más piloteable a través del análisis de sus extensos correos electrónicos. Presencialmente la figura del analista, antes amado, le resultaba tan irritante que se atascaban las asociaciones. Durante un tiempo se instaló el análisis a través de correos electrónicos, y esta particularidad facilitó sortear resistencias. La letra escrita funcionó como tercero, que, en acto, facilitó la continuación del análisis.
La nueva herramienta permite llevar a cabo psicoanálisis que, sin los instrumentos on line, resultaban imposibles, inimaginables. No por impotencia del psicoanálisis como estructura práctica para acceder a los secretos del inconsciente y favorecer en los analizantes acercarse a sus deseos. Pero sí por distancias geográficas o cuestiones de estructura subjetiva y hasta físicas del analizante. En segundo lugar, tratándose de los que se vehiculizan por mensajes electrónicos, éstos dan más tiempo a los analistas para leerlos, releerlos y trabajarlos, facilitando mejores puntualizaciones e interpretaciones. No ocurre lo mismo con los que son por Skype o telefónicos. Pero, ¿los correos electrónicos pueden dar lugar a que el analizante borre o corrija, traicionándose a sí mismo? Si en algún momento el analista lo advierte, puede trabajar acerca de esa modalidad de subjetivación que, suponiendo defender el amor propio, lo perjudica.
Cierto, estos psicoanálisis traen la desventaja de que, llevados a cabo sin la presencia corporal y gestual del analizante, no concurren indicios que sí se hacen presentes en las entrevistas personales: modificaciones en los cortes de cabello y peinados; cambios de color y temperatura en la piel; sudoraciones, leves o profusas; olores, entre ellos mal aliento, cambios o agregados de perfumes, pedos, etcétera; modificaciones en los ojos, como enrojecimientos, humedecimientos, lágrimas; variaciones en los puntos de mira; diferencias en la modulación de la voz; variaciones en los escotes de las mujeres; contracturas corporales, a veces con expresiones de dolor; abultamientos de bragueta, ligados a cuestiones del discurrir discursivo o a la presencia física del o la analista. Podría seguir con la lista de observables y variantes imposibles de observar en los correos electrónicos.
Los tratamientos on line generalmente dan más trabajo y menos ganancia dineraria que una sesión. Y cuando toman sesiones presenciales los pacientes tienen que pagarse el pasaje, además de que, a igual oficio, los que trabajan en el interior suelen ganar menos que los que trabajan en Capital Federal, y esto lo tengo en cuenta.
Por Skype los análisis son más trabajosos porque el factor no presencial resta una serie de indicios que tienen valor significante en los presenciales. Mantiene de ellos, pero plana, la presencia de la imagen y de la voz. En los telefónicos, la ausencia de imagen acentúa el peso de la voz y escabulle otros indicios. Por escrito desaparecen ambos indicios, pero presentan la ventaja de facilitar la lectura a la letra de lo dicho por el o la analizante.
* Psicoanalista. Director de la revista Psyché Navegante.
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