PSICOLOGíA

El amo seductor o cómo llevarse el poder a la boca

 Por Bruno Bonoris *

Nosotros, los posmodernos, tenemos la curiosa costumbre de llevarnos el poder a la boca y tragarlo sin masticar. O lo aspiramos, o lo inyectamos en nuestro cuerpo para que transite el organismo. De alguna u otra forma lo incorporamos, lo queremos dentro nuestro, lo hacemos uno con nuestro ser. El poder nos dice: “¡Abrí la boca, tragame, cerrá la boca, y gozá!”

Stuart McMillen parece estar en lo cierto cuando opone las visiones distópicas de George Orwell en su libro 1984 y de Aldous Huxley en Un mundo feliz, y señala que fue el segundo quien ganó la batalla predictiva sobre los modos futuros de dominación. En efecto, no estamos –como pensó Orwell– en un momento en donde el conocimiento deba censurarse. No parece necesario debido a que el saber no provoca interés, lisa y llanamente hemos perdido la inquietud por el funcionamiento del mundo. Presenciamos la muerte de la teoría, el fin de los porqué. La era de la información es la era de las correlaciones: “no importa por qué la gente hace lo que hace, lo importante es que lo hace y que podemos predecirlo y desviarlo según nuestro favor”. No hace falta ninguna policía del pensamiento, ya que somos nuestra propia policía. Tampoco padecemos por la escasez de la información sino por su exceso; la verdad no se nos oculta, simplemente se pierde en el sinfín de la irrelevancia. El dominio no se ejerce a través del dolor sino a través del placer. El poder no prohíbe sino que seduce.

Podría pensarse que estamos relatando el popular desplazamiento desde el poder soberano hacia el poder disciplinario, magníficamente elaborado por Foucault. Sin embargo, nos referimos a un cambio más sutil, más ligero, casi imperceptible. Se trata, en verdad, de la coincidencia entre libertad y explotación, entre sometimiento y optimización. Explotación es ahora autoexplotación. Como bien señala Byung-Chul Han: “El poder inteligente, amable, no opera contra la voluntad de los sujetos sometidos, sino que dirige esa voluntad a su favor. Es más afirmativo que negador […] Se esfuerza en generar emociones positivas y en explotarlas […] No se enfrenta al sujeto, le da facilidades.”

El poder “psicopolítico” –tal como lo denomina Han– no somete a los individuos ni por métodos coercitivos ni por métodos disciplinarios, sino que hace que ellos mismos ingresen al entramado de dominación por su propia cuenta. No obstaculiza ni subyuga, no prohíbe ni sustrae; sino que optimiza. Su plena eficacia se debe a que actúa a través de complacer y colmar. “En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes.” El cuerpo dócil foucaultiano cede ante la optimización psicofísica del cuerpo farmacológico, las técnicas disciplinarias pierden potencia ante el aumento del rendimiento psíquico a través de la ingesta de sustancias psicotrópicas. Es por este motivo que el consumo sin medida de sustancias psicoactivas, lejos de ser un acto de rebeldía y subversión frente a la ley, es un hecho de pleno disciplinamiento y mansedumbre.

Es un hecho, todas las funciones que consideramos como las más naturales debemos regularlas químicamente. Como sostiene Preciado, el éxito de la tecno-ciencia consistió en transformar unilateralmente la depresión en Prozac, la ansiedad y el sueño en Rivotril, la impotencia en Viagra y el dolor en Ibupirac; sin que sea posible saber qué viene primero. De hecho, deberíamos preguntarnos por qué –a pesar del perfeccionamiento de los antidepresivos y de su uso masivo en todo el mundo– la depresión será la primera causa de discapacidad en el año 2030, según las previsiones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Para que esto suceda fue necesario que la psicología, la psiquiatría, la neurología, la endocrinología y la sexología se hayan encargado de transformar los conceptos de psiquismo, de libido, de tristeza, de impotencia, de homosexualidad, de amor, etc. en “realidades tangibles, en sustancias químicas, en moléculas comercializables, en cuerpos, en biotipos humanos, en bienes de intercambio gestionables por las multinacionales farmacéuticas”.

¿Cómo llegamos a este mundo feliz? ¿Qué fue lo que pasó para que cada uno lleve hoy en día dentro de su cartera o de su mochila al poder sintetizado y listo para ser engullido?

En primer lugar, fue necesario que nuestros cuerpos se hayan convertido en una máquina, un aparato compuesto por elementos móviles y fijos cuyo funcionamiento permite producir, dirigir, regular o transformar energía. Correlativamente tuvo que ser admitida la versión anátomo-fisiológica de nuestro cuerpo, constituirse como verdad única e insustituible. En segundo lugar, fue preciso hacer del cuerpo el signo y soporte de nuestra subjetividad, el ancla de nuestra existencia. Por último, fue preciso un engaño, un olvido: la inadvertencia de su propia constitución, de su propia historia; como si el cuerpo fuese un dato primario, una realidad en sí misma, aquello que no engaña, lo real último, naturaleza en bruto.

Debemos volver sobre nuestros pasos, olvidar al olvido. Por supuesto que no es nuestra intención escupir al poder, eso parece incorrecto, una tarea quimérica. No obstante, siempre es bueno estar advertido. Tal vez, este sea el mayor acto de rebeldía.

* Psicoanalista. Docente e Investigador en la Universidad de Buenos Aires.

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