Leo con indignación y estupor la noticia –publicada en Página/12 el 15 de enero pasado– de que a un hombre que embarazó a una niña de 12 años, en Neuquén, sólo se le aplica una pena por “abuso sexual” con el argumento de que no se pudo probar que hubo penetración. Estamos ante una actitud claramente patriarcal al observar la realidad y emitir juicios. La preocupación sobre si hubo o no penetración, y el debate que se genere alrededor de esta cuestión, es absolutamente irrelevante para la niña que ha padecido un embarazo no deseado, que transcurrió hasta dar a luz un bebé. Esta niña tiene una subjetividad que ha percibido, quizá con horror, que cuerpos extraños, ajenos a sí misma, transcurrían por su organismo: líquidos seminales, fluidos corporales de otro que la había desubjetivizado, transformándola a ella misma en alguien no-persona, un objeto o un animal que habría de contener sus descargas.

¿Qué impacto subjetivo tiene sobre esa niña la transformación que siente en su organismo, imponiéndole modificaciones hormonales, cambios en sus tejidos y en órganos que, más aún siendo niña, no están preparados para semejante intrusión? Parecería que el supuesto de estos jueces es que la niña carece de subjetividad, y que en todo caso, si la poseyera, no importa tanto como los debates teóricos acerca de si hubo o no penetración. Es tiempo de que estos señores aprendan de lo que no saben, o no quieren saber: que haya habido penetración o no la haya habido, eso es un problema de señores como ellos, no de las niñas y mujeres que padecen vejaciones, incluso por parte de quienes, desde el aparato jurídico, deberían estar encargados de protegerlas.

Es hora de que quienes juzgan tengan una formación previa en los aportes multidisciplinarios de los estudios de género. Nunca es tarde para capacitarse.

* Directora del Programa Posdoctoral en Estudios de Género. Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).