Jueves, 15 de octubre de 2009 | Hoy
PSICOLOGíA › LA LOCURA, LA MISERIA Y LA ESPERANZA
Por F. B.
Proponerse la liberación del loco sería muy triste; sería volver meramente al rol de psiquiatra. Nosotros queremos ser psiquiatras pero, sobre todo, queremos ser personas comprometidas, militantes. O, quizás mejor, queremos transformar, cambiar el mundo a través de nuestro lugar específico; a través de la miseria de nuestros pacientes, que son parte de la miseria del mundo.
Cuando decimos no al manicomio, decimos no a la miseria del mundo y nos unimos a todas las personas que en el mundo luchan por una emancipación. En ese momento nosotros no somos más una sociedad de psiquiatría social, o de psicodrama o lo que fuera: somos personas unidas que luchan por una libertad real en el mundo.
Muy probablemente, si estuvieran presentes psiquiatras tradicionales, dirían que yo soy un paranoico, que tengo un delirio de omnipotencia, que quiero dar vuelta el mundo ¡y es verdad! Pero este delirio, que hoy nos incluye a todos nosotros, es un delirio colectivo, una locura generalizada. Sería hermoso que hubiera en el mundo muchas otras locuras como ésta; podríamos decir que el mundo estaría cambiando verdaderamente.
Pero éstas son afirmaciones de principios. El problema está en colocar ladrillo tras ladrillo y esto es lo difícil. Lo más importante es que no estamos hablamos de psiquiatría, sino de la miseria de la vida, porque éste es el verdadero contexto en el que se construye la psiquiatría. Pienso que la pregunta que nos debemos hacer es: si la miseria desapareciera, ¿la psiquiatría seguiría existiendo? En realidad, esto que dije es un poco abstracto, porque la miseria existe y existe la psiquiatría. Justamente por eso debemos, antes que nada, abolir la miseria, para ver qué pasa después.
Dar de alta a una persona que está en un manicomio es verdaderamente un drama. Esta persona ha pasado años y años internada y ahora deberá afrontar la realidad que la ha rechazado y empujado al manicomio. Si una persona entra en un manicomio es porque fue rechazada por la organización social, por la sociedad. Cuando es dada de alta, encuentra una sociedad que no ha cambiado en absoluto. Entonces, esta sociedad la mandará nuevamente al manicomio. Para nosotros, técnicos, es un problema dar de alta a un enfermo, porque se desencadenan reacciones, contradicciones en cadena. Mientras una persona vive en el hospital, se producen cambios muy grandes en la familia, que se reorganiza con independencia de la persona internada. La esposa o esposo encuentran otros compañeros, los hijos no recuerdan más a la madre o al padre. Después sucede que esta persona, ya totalmente extraña al grupo familiar, vuelve a la familia. ¿Qué podemos hacer? ¿Podríamos recrear nuevamente la familia tal como era? Nuestro problema es encontrar una solución de vida para el que es dado de alta, no ya en el grupo familiar, sino en el grupo social.
Para esto, hay que tratar de mostrarle al grupo social quién es la persona que está volviendo. Esta es la dificultad mayor, la que exige mayor habilidad por parte del operador social que, en la miseria extrainstitucional, debe encontrar un lugar para el indeseado. Yo pienso que esta presencia puede ser detonador para una toma de conciencia política por parte de la sociedad, porque, habiendo sido excluida la persona y volviendo a ser integrada, puede presentarse como un espejo de la política de la organización social en la que vivimos, de su significado, de sus valores. Gracias al que es dado de alta, la comunidad puede tomar conciencia de la propia opresión.
Hemos dicho que esa persona, además de estar enferma, tenía carencias sociales, afectivas, psicológicas y humanas: las mismas que cada uno de nosotros tiene. Si analizáramos las carencias que cada uno de nosotros tiene esta noche, veríamos que son carencias de una unidad que hemos perdido o que no hemos tenido nunca. Tenemos un tremendo miedo y nos sentimos reasegurados por el hecho de estar juntos. Imaginen una persona que vivió diez años en un manicomio: nos pide protección y nosotros debemos dársela. Finalmente éste es nuestro trabajo, nuestra habilidad. No es cuestión de hacer grandes elaboraciones psicológicas. Lo importante para esta persona es tener algo de comer, tener dinero, una cama para dormir. Esto lo aprendí de las personas con las que hablé.
Tenemos el optimismo de lograr una solución, de encontrar algo distinto, una esperanza. Pero una esperanza que no debe ser mesiánica, porque el mesías es siempre un falso profeta. La esperanza debe estar en nosotros, como expresión de nuestras contradicciones, porque el otro, el enfermo, es uno de nosotros.
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