Jueves, 15 de octubre de 2009 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Sandra Russo
He notado ayer que una neurosis que se apoderó de mí desde hace un par de partidos de la Selección no me pertenece por completo. Quiero decir: ayer confirmé que se trata de una neurosis que varias otras personas me transmitieron verbalmente, en un tono un tanto apesadumbrado: mejor no lo veo, soy mufa. Eso es lo que intermitentemente fui sintiendo desde que jugaron no me acuerdo dónde. Es que no me importa el fútbol ni soy seguidora de la Selección. Lo de ayer no fue un asunto de futboleros, sino de argentinos contrariados con su propia mala suerte.
De a ratos me iba a la cocina, o al baño, y hasta llegué a quedarme frente a la pantalla pero con los ojos cerrados. Creí que era mi vieja neurosis personal, adaptada para la ocasión: no podía ser que jugasen tan mal. De modo que a medida que iban jugando peor, cierta necesidad de verosímil interno me convenció de que no eran ellos, era yo. Que si no veía el partido, liberaría a la Selección de esos deseos que a mí no se me cumplen.
Pero un taxista, una maquilladora, una vendedora de kiosco y un amigo ayer me dijeron lo mismo: mejor no lo veo, soy mufa. Es hacerse cargo de la situación. O mejor dicho, de una situación en la cual es imposible no reconocer una argentinidad imbatible para la frustración. Hacerse cargo vía pensamiento mágico de lo ilógico de la argentinidad. Este equipo fue acariciado por las expectativas. Hay grandes nombres de los que deseamos sentirnos orgullosos. Maradona y Messi, por ejemplo. El pasado, el presente, el futuro. Talentos increíbles que a veces creemos que nosotros mismos exudamos para ellos, para los ídolos. Y tenemos ese tipo de ídolos. Los que ganan. Héroes cuya heroicidad se sostiene del triunfo, y sin él se extingue. Y cuando esos talentos no consiguen el éxito, ¿qué es lo que se frustra? No es algo solamente, banalmente deportivo. Se frustra la percepción de la estatura de una nacionalidad.
Cuando Palermo hizo el gol contra Perú yo justo estaba mirando para abajo. No falló. Sacándole los ojos al partido, rompía la mala onda. Claro que en todo momento tengo perfectamente claro que lo que estoy diciendo es una boludez. Pero así somos los seres humanos. A veces somos solamente una madeja de pena, impotencia y presentimiento.
Lo de ayer fue por supuesto algo más que el pasaje al Mundial, o no, si tomamos el pasaje como la oportunidad de testear nuestras capacidades con las del resto del mundo. Haber estado a punto de quedar afuera fue como caminar por el borde de un precipicio. El de la exclusión. El de la ñata contra el vidrio. El de no poder ser portadores ni siquiera de la chance del orgullo. Es algo se nos repite, yo creo, en otras instancias más implacables que la del deporte.
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