Jueves, 6 de enero de 2011 | Hoy
Por L. K.
La protesta fraterna se origina en el sujeto porque la presencia del otro quiebra una creencia narcisista, inconsciente, escenificada en la que denomino fantasía del unicato. El historiador José Luis Romero (Las ideas políticas en la Argentina, Fondo de Cultura Económica) define así el unicato: “Es una denominación acuñada a fines del siglo XIX, aplicada al gobierno de un solo partido reaccionario y corrupto. El eje de ese sistema político era una concepción absolutista de un poder ejecutivo unipersonal que inutilizaba y avasallaba a los demás, impidiendo el establecimiento de una oposición organizada”. Con insólita frecuencia hallamos que el deseo de permanecer en el lugar del unicato se ha conservado en lo inconsciente y, desde la represión, despliega sus efectos. Esta fantasía se edifica, como el yo ideal mismo –que es un cultivo puro de narcisismo–, sobre la base de desmentidas. Frente a la muerte eleva su pretensión de inmortalidad; frente a las angustias del mundo y sus contingencias, se aferra a su invulnerabilidad: él, en sí y por sí, es digno del amor, del reconocimiento y de un poder ilimitado e inquebrantable.
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