Jueves, 7 de mayo de 2015 | Hoy
Por Germán García
Según escribió Mandeville a principios del siglo XVIII, el gran arte de hacer animosos a los hombres consiste en llevarlos a que reconozcan el principio interno del coraje y, luego, inyectarles tanto temor por la vergüenza como el que, por naturaleza, tienen ante la muerte. Pero el temor “natural” por la muerte, clave de la soberanía divina, ha desaparecido en el mártir moderno, en los juegos lúdicos de alto riesgo, en las prácticas de goce que desafían las amenazas mortíferas. Y no se trata de dar la vida para sostener la dignidad del sacrificio, sino de arriesgarla frente a la irrisión de lo que la vida promete. Leemos cada día el lamento de los desorientados a consecuencia de la disolución de una moral sexual contra la que Sigmund Freud inventó su psicoanálisis. Como, hasta no hace mucho, se decía en España: se estaba mejor contra.
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