SOCIEDAD

Gatillo fácil entre camaradas

Ricardo Leguizamón fue asesinado en febrero en medio de un robo. El caso fue presentado como otra muerte a manos de la delincuencia. Pero ahora la Justicia investiga a dos federales sospechados de ser autores del crimen.

 Por Carlos Rodríguez

La primera información aparecida en los diarios en febrero pasado, citando las consabidas “fuentes policiales”, dio cuenta de que el joven policía federal Ricardo Antonio Leguizamón, de 24 años, fue asesinado durante “un intento de robo” cometido por “un grupo de marginales”. Ocho meses después, los investigados como presuntos autores son dos policías federales, uno de ellos en actividad, porque fueron los únicos que hicieron alrededor de 20 disparos contra cuatro supuestos ladrones a los que solo se vio correr. Un dato clave incrimina a los dos federales: el padre de uno de los sospechosos, ayudado por otro policía que después se arrepintió y contó todo, robó el arma de Leguizamón y la “plantó” en el lugar del hecho, para tratar de demostrar que el muerto también la había usado contra los delincuentes. La noche de su muerte, Leguizamón estaba franco de servicio y, acatando una norma dictada por el ex jefe de la Federal Rubén Santos, había dejado la 9 milímetros en su casa, en una caja de zapatos, porque su única misión era la de irse a bailar.
“Mi hijo había salido de la Escuela de Policía dos meses antes de morir y fue víctima de dos policías federales de gatillo fácil”, denunció a Página/12 Susana Yedro, la mamá de Leguizamón. Para ella no hay dudas sobre la autoría del crimen, ocurrido a una cuadra del domicilio familiar, en la localidad bonaerense de Wilde. El 22 de febrero, el joven Leguizamón salió de su casa a las 23.30, en su Fiat Siena rojo, para ir a un boliche bailable con un amigo, Mario, que ahora se fue a vivir a Italia por el impacto que le produjo lo sucedido.
Leguizamón vivía en Coronel Méndez y Camacuá. Antes de irse a bailar con su amigo, pasó a ver a su colega de la Federal Jorge Sosa, quien vive en Cotagaita 1842, en el mismo barrio, a una cuadra. Desde la ventana de su dormitorio, en la planta alta de la vivienda, Susana le mostró a este diario las razones de cercanía por las cuales escuchó cada uno de los disparos. La versión “oficial” de los hechos, recogida por la Comisaría 5ª de Wilde, fue la que relataron el agente Sosa y el cabo retirado de la Federal Julio Norberto Miranda, quien vive en Cotagaita 1820.
Según ellos, cuatro ladrones intentaron robarle el auto al cabo Miranda, quien en un descuido de los asaltantes pudo sacar su arma de la guantera y disparó entre seis y ocho balazos, desde el frente de su casa hacia la calle Camacuá. En ese momento, el coche de Leguizamón estaba estacionado frente a la casa de Sosa, quien estaba parado en la vereda, conversando con quien sería la víctima. Sosa también disparó hacia Camacuá, entre ocho y diez tiros. Hacia esa calle escaparon los supuestos ladrones, que fueron vistos por algunos vecinos, pero todos coinciden en que los únicos que dispararon fueron los dos policías.
La calle Cotagaita se corta en Camacuá, donde hay un paredón de cuatro metros de altura. A los dos metros, más o menos, se pueden ver todavía hoy por lo menos ocho de los disparos realizados por Sosa y Miranda. Ambos tienen que haber estado arrodillados, en “posición de tiro” como admitió Miranda, o directamente tirados en el piso. La posición se deduce de la altura de dos o más metros en la que se estrellaron las balas contra el paredón. El recorrido tiene que haber sido de abajo hacia arriba. Si estaban de pie, es insólito que hayan disparado tan alto, tratándose de dos policías, que saben usar las armas.
El Siena de Leguizamón tiene un impacto de bala. El proyectil entró por el baúl, rebotó en el soporte de hierro del asiento trasero, se elevó, rompió el tapizado del techo y cayó sobre el asiento delantero. El recorrido también fue de abajo hacia arriba. Las pericias balísticas son las que podrían determinar cómo murió Leguizamón y desde dónde partió el disparo que lo mató. La bala entró por la espalda y salió por el pecho. Susana, su hermana mayor, le hizo masajes en el corazón para tratar de mantenerlo con vida, pero murió en el trayecto hasta el hospital de Wilde.
Mientras la familia estaba en el hospital ocurrió el aspecto más oscuro de la historia. En un Peugeot 505 azul, dos hombres llegaron hasta la casade los Leguizamón. Uno de ellos era Antonio Marcelino Sosa, el padre del agente Jorge Sosa, y otro Jorge Luis Franco, también agente de la Federal, vecino del barrio y amigo de Leguizamón. En la casa habían quedado el sobrino de la víctima, un menor que en ese momento tenía una traqueotomía, y un vecino, Osvaldo Lugo, que lo cuidaba. Sin esperar que Lugo les abriera la puerta, mientras Sosa padre se presentaba, el agente Franco saltó el paredón de casi dos metros, subió a la planta alta y se llevó el arma reglamentaria y la credencial del joven asesinado. También revolvió el placard buscando la chapa de policía, pero no pudo encontrarla.
Meses después, Franco se arrepintió de lo que hizo, le pidió perdón llorando a Susana Yedro y se presentó a declarar ante el fiscal de la causa, Carlos Arocena. Franco confesó que había ido a buscar el arma “por pedido de Jorge Sosa”, quien le aseguró que era “para evitar que Leguizamón perdiera el seguro de vida por no tener el arma encima”. Franco agregó un detalle estremecedor: “Cuando subí de nuevo al auto, el padre de Sosa me dijo que íbamos a tirar unos tiros. Nos fuimos hasta un descampado cercano y Antonio Marcelino Sosa sacó la mano por la ventanilla, con la pistola empuñada, e hizo dos disparos al aire”. Así se intentó demostrar que Leguizamón había usado un arma que ni siquiera llevaba con él.
En el expediente, el padre de Sosa había brindado una versión inverosímil sobre cómo encontró el arma y la entregó a la policía. “Dijo que había ido a la cocina de su casa y había encontrado el arma sobre un mueble. Que se dio cuenta de que no era la de Jorge Sosa, su hijo, y que entonces comprendió que era la de mi hijo”, recordó Susana Yedro. La visita nocturna de Sosa padre y de Franco fue certificada por el testigo Lugo y hay otro hombre que lo vio saltar la tapia para entrar a la casa.
Otros dos testigos observaron cómo Sosa padre, una vez más, fue el protagonista de otro acto incriminatorio: “Lo vieron manguerear la vereda de su casa, para borrar las huellas del lugar donde cayó mi hijo”, aseguró Susana Yedro. “Mi hijo amaba ser policía y creía en la justicia”, afirmó la mamá del agente asesinado, mientras abría los brazos como buscando alguna explicación.

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Susana Yedro contó que su hijo se había recibido de policía dos meses antes de morir cuando estaba por irse a bailar.
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