SOCIEDAD › UN ARBITRO DENUNCIO QUE
TRES POLICIAS LE SACARON SU AUTO EN MORENO
Robando de uniforme y en patrullero
A Luis Amaya lo pararon en la ruta 23. Le pidieron los documentos, pero después se llevaron su auto. “Vos sabés cómo es esto”, le dijeron y nunca más lo volvió a ver. Ya reconoció a uno de los efectivos, que son de la comisaría de Las Catonas, la misma que protegía el desarmadero quemado por los vecinos.
Por Mariana Carbajal
La impunidad en la jurisdicción de la subcomisaría de Las Catonas, en Moreno, puede llegar a extremos escalofriantes: según denunció Luis Javier Amaya, un árbitro de una liga de fútbol infantil, tres policías –a cara descubierta, con uniforme reglamentario y a bordo de un patrullero– le robaron su Fiat Duna de color azul, después de detenerlo con la excusa de un control vehicular sobre la ruta provincial 23. Al realizar un reconocimiento fotográfico de los legajos del personal policial del distrito, Amaya identificó como uno de los ladrones uniformados a un cabo primero de la seccional de Las Catonas, que estaba de guardia la noche que lo despojaron de su automóvil. La denuncia abrió una causa que tramita en la Fiscalía Nº 7 de Mercedes. El relato del árbitro es estremecedor: “Después de comprobar que toda la documentación del auto estaba en regla, me dijeron que no podía seguir conduciendo porque tenía olor a cerveza. Me obligaron a subir al patrullero y uno de los tres se puso al volante de mi auto. Me dijeron que íbamos para la comisaría, pero en un momento del recorrido el patrullero se desvió a una zona de quintas y el policía que iba con mi auto siguió por otro camino. En una zona oscura, me hicieron bajar, apoyarme contra un árbol y sacarme las zapatillas. Me puse a llorar. Pensé que me mataban. Finalmente, me dijeron: ‘Vos sabés cómo es esto... Mejor, callate’. Y se fueron. Nunca más vi a mi auto”.
No es la primera vez, en los últimos días, que la subcomisaría de Las Catonas queda involucrada con ilícitos. Una semana antes de que le robaran el auto a Amaya, un grupo de vecinos la denunció por proteger a una banda de desarmadores de autos del lugar. Hartos de que los ladrones los sometieran al miedo, los vecinos decidieron destruir a golpes de martillo y fuego el aguantadero de los delincuentes. La publicación del hecho en Página/12 puso a la comisaría en la mira del ministro de Seguridad de la provincia, Juan Pablo Cafiero, quien ordenó a la Auditoría de Asuntos Internos del organismo iniciar una investigación sobre el accionar policial y su presunta vinculación con el robo de autos en la zona.
Viaje a la oscuridad
“Salí de cargar gas en la EG3, cuando me detuvo el patrullero”, contó Amaya a Página/12. En ese momento comenzaría su pesadilla. El árbitro de fútbol conducía su Fiat Duna color azul con vidrios polarizados y patente RQW376. Eran alrededor de las 20.30 del sábado 2 de noviembre. El móvil policial estaba estacionado de contramano, en dirección al centro de Moreno, en la banquina de la ruta 23, metros antes de la calle Demóstenes. Los uniformados eran tres. “Uno de ellos me pidió la documentación del auto. Le di la cédula verde, el carnet de GNC, comprobantes de pago del seguro. Tenía todo. Entonces, me dice que no estaba en condiciones de conducir porque tenía olor a alcohol, que los tenía que acompañar a la comisaría de Las Catonas, que de ahí iban a llamar a mi familia para que me fueran a buscar. Yo venía de ver un partido de fútbol con unos amigos y había tomado cerveza, pero de ninguna manera estaba alcoholizado”, señaló Amaya. Según denunció, lo hicieron subir al asiento trasero del patrullero y uno de los tres uniformados se subió a su auto y siguió al móvil policial. Los dos vehículos se dirigieron rumbo a Moreno, pero antes de llegar al complejo Las Catonas, el patrullero dobló a la izquierda por la calle 2 de Abril, que conduce al barrio Pfizer, en cuyas inmediaciones funcionaba el aguantadero quemado por los vecinos y el otro siguió de largo.
“Les pregunto por qué nos desviábamos si la comisaría quedaba más adelante. Y ahí me empiezan a tratar mal, me insultan, me dicen que me calle la boca. Empecé a buscar la manera de escaparme, de tirarme del auto, pero no tenía forma de abrir la puerta. Suponía que me iban a matar.” Según su denuncia, unas cuarenta cuadras más adelante, cien metros antes de llegar a la colectora del Acceso Oeste, el patrullero se mete marcha atrás en una callecita entre dos quintas y le dicen que se baje. “Me hicieron sentar contra un árbol, me dijeron que me saque las zapatillas y que baje la cabeza. Ahí me puse a llorar, pensé que me mataban. Uno me apoyó la mano en la cabeza y me dijo: ‘Tranquilo, negro, vos sabés cómo es esto ... mejor callate’. Y se fueron.” De acuerdo con el relato de Amaya, la impunidad llegó a tal grado que el móvil policial se retiró con las luces altas y las balizas puestas, como si estuviera realizando un procedimiento legal.
Miedo
Descalzo, sin un peso –porque en su auto quedó un maletín con sus pertenencias, entre ellas su billetera y un celular–, Amaya regresó a pie a su casa, en el cruce de Castelar, a unas cincuenta cuadras de aquel lugar. “Intenté pedir ayuda, pero nadie me contestó.” Dice que quedó tan sho-ckeado y atemorizado por el episodio que en un primer momento decidió acatar la orden y callarse la boca. Su primer impulso fue, en la madrugada del día siguiente, denunciar en la comisaría 1ª de Moreno que lo habían robado delincuentes comunes, para tener así el comprobante para cobrar el seguro del auto. Antes, se acercó a la subcomisaría de Las Catonas y preguntó al oficial de guardia si habían hecho un procedimiento y tenían secuestrado algún vehículo. La respuesta fue negativa.
Horas después, Amaya se encontró con sus compañeros de la liga de fútbol infantil –organizada por Miguel Cavagnaro, el ex árbitro del Ascenso de la AFA, en la que juegan más de 2000 chicos de Moreno–, que le brindaron su apoyo y lo convencieron de que contara la verdad. “Entonces, voy a la 2ª de Moreno, compruebo que ninguno de los policías era los que me habían robado el auto y cuento que la denuncia que había hecho unas horas antes en la 1ª no era verdad”, precisó. Finalmente, le informan que la instrucción iba a quedar a cargo de la 1ª de Moreno y lo llevan frente a su titular, el comisario Walter Astegián. “Me empezó a decir si yo estaba seguro de lo que decía. Cómo primero había dicho algo y después cambiaba mi denuncia, que yo estaba loco, que tenía problemas de alcohol, de drogas, que veía enanitos verdes... Cómo iba a decir que un patrullero me había robado un auto.” Amaya sintió que lo querían presionar psicológicamente para que desistiera de seguir adelante con su nueva denuncia, la verdadera.
Viendo que la investigación podía complicarse, el presidente de la liga de fútbol infantil en la cual Amaya desempeña el rol de tribunal de disciplina, el lunes 4 informó de los hechos a altos funcionarios de la intendencia de Moreno, que se comunicaron con al comisario Astegián para recomendarle el caso. “De negro pasé a señor”, comentó Amaya. Ese mismo día, la fiscalía interviniente ordenó que realizara un reconocimiento fotográfico de todos los legajos del personal policial de Moreno. En un principio, el subcomisario de Las Catonas se negó y luego le mostró apenas media docena de expedientes, la mayoría sin fotografías. Fue recién en una segunda visita a la seccional, con otro llamado de la intendencia de Moreno de por medio, que pudo ver el rostro de los 33 agentes. Y entre las fotos encontró la cara de uno de los tres policías que –según su denuncia– 72 horas antes le habían robado el auto. Su nombre es Claudio Ramón García y se desempeña como cabo primero.
Curiosamente, de regreso a la comisaría 1ª, el oficial que lo acompañaba en el procedimiento le anunció que pasarían a buscar a un testigo de los hechos. “Lo buscaron en una casa cercana al lugar donde me tiraron y al muchacho lo hicieron viajar al lado mío, en el mismo patrullero en el que iba yo”, señaló Amaya. “Si no lo conocía, tuvo tiempo suficiente para conocerlo. Incluso, en su declaración dice que se trata del mismo hombre que vio en el patrullero”, observó el abogado de Amaya, Jorge Ramírez, secretario de la Asociación de Abogados de Moreno. Mientras declaraba el supuesto testigo, a Amaya lo hicieron esperar en la seccional. “Ya cerca de las 11 de la noche del lunes, el subcomisario me hizo pasar a suoficina, me invitó a sentarme y me dijo que me relajara. ‘Acá hay cosas que no me cierran –me empezó a decir–. Tengo cinco testigos que coinciden con tu relato, pero que en vez de tirarte de un móvil policial, dicen que te tiraron de un Duna blanco, y que vos les ofreciste dinero para que acusaran a la policía del robo. Fijate que con esos testigos diciendo lo contrario, podés hacer un falso testimonio. Tal vez si volvés a tu casa y lo pensás, te parece que te imaginaste todo...’. Obviamente me quiso apretar de nuevo”, indicó al árbitro.
El expediente con la denuncia de Amaya está en manos del fiscal Daniel Vivanco, a cargo de la UFI Nº 7 de Mercedes. Según fuentes judiciales, es llamativa la dedicación con la que la policía trabajó en el caso. En tres días la causa juntó más de cien fojas, se menciona una coartada del cabo García y se adjunta un antecedente policial de Amaya, que una década atrás estuvo detenido por un delito que no es robo. “Se ve que tuvieron mucho interés en esta causa porque en pocas horas tomaron varias testimoniales, se nota que pusieron mucho empeño”, se sorprendió un investigador.