Lunes, 8 de marzo de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Norma Giarracca *
Siempre llama la atención que en las asambleas de poblaciones autoconvocadas por el “no a la minería”, las mujeres sean las protagonistas principales. Son jóvenes, de mediana edad, son docentes, enfermeras, werken mapuche, profesionales o campesinas kollas o wichís, amas de casa, mujeres que dejaron la ciudad para buscar la conexión con las montañas, profesionales universitarias, periodistas, propietarias de un pequeño comercio, profesoras de educación física y también muchas son madres de críos o de adolescentes y también están aquellas que se preocupan por el futuro de sus nietos.
Un político provincial que sueña la minera como un futuro promisorio las caracterizó como “perturbadas”. Este calificativo se ubica en el registro semántico del de “locas” para las Madres de Plaza de Mayo en los setenta o para aquellas otras mujeres que salieron a mediados de los noventa a enfrentar la usura financiera sobre sus tierras agrícolas. Alude a la intransigencia basada en una convicción de que lo (im)posible se genera desde la acción colectiva y que el poder, por más que se presente como total, es un simple atributo de las relaciones sociales. Mientras los hombres del poder se llenan de asesores que inventan narrativas supuestamente convincentes, estas mujeres plasman en sus luchas cotidianas pensamientos interesantes como, por ejemplo, ese valioso concepto que alguna vez acuñó el filósofo y teólogo Iván Illich: “convivencialidad”.
Illich cuestionaba esta sociedad industrial productiva (extractiva, devastadora) y definía la “convivencialidad” como lo contrario a ella, como la posibilidad de la intervención en la vida social; la sustitución del valor técnico por el valor ético, un valor material por otro realizado; la transición de lo mecánico estereotipado hacia la espontaneidad del don. La “convivencialidad” se basa en los límites justos dentro de las relaciones con la naturaleza (hacerla sujeto de derecho) y entre las de los hombres y requiere de la dispersión del poder y la creación de otro tipo de autoridad para una libre elección de técnicas adecuadas y al servicio de la realización de todos (de la felicidad y bienestar de los pueblos decía Juan Perón) y no de la pura ganancia para el capital. Hay modos “convivenciales” de tomar de la naturaleza lo que necesitamos y otros extractivos y depredadores. Las mujeres eligen los primeros pero debemos señalar que mucho antes lo propusieron y llevaron a cabo los pueblos indígenas y por tal razón, el 80 por ciento de los recursos naturales que la humanidad cuenta para la vida de las próximas generaciones, está en territorios campesinos e indígenas. Estos otros modos de relacionarse con la naturaleza se sintetizan en el concepto indígena “buen vivir” (sumak kawsay) que la Cancillería de Bolivia desarrolló en un interesante libro para toda América latina. Son verdaderas propuestas para quienes desean transformar estos presentes no tan sólo injustos sino de alta peligrosidad para un futuro de hostilidad climática y geológica que ya está aquí entre nosotros (que ya es presente).
¿Son capaces de comprender todo esto los sujetos educados con los paradigmas positivistas de “desarrollo y progreso” o conformados durante 35 años en prácticas de poder neoliberal? ¿Son capaces de comprenderlo aquellos que no se esforzaron por revisar los conocimientos modernos/coloniales/patriarcales/ a la luz de estos tiempos de transición, de pasajes y de peligros climáticos inminentes? Definitivamente no lo creo; y por eso muchos funcionarios provinciales buscan esconderse detrás de los oropeles del poder económico y político generando espacios plagados de sufrimientos, injusticias y peligros.
Podríamos interrogarnos, finalmente, por qué las mujeres están predispuestas a resistir el avance de estos modelos extractivos y, asimismo, son más flexibles y receptivas a una reproducción material de la vida simple y sin estragos. Por qué son más irreductibles al enfrentar los poderes instituidos que consideran injustos.
Las mujeres predominan en los movimientos socioterritoriales, en millones de movimientos de base y solidaridad, en la lucha por la soberanía alimentaria, por terminar con los genocidios de los jóvenes pobres, la trata de niñas o en la búsqueda de un mundo no violento. En fin, predominan en las resistencias y luchas que realmente importan. Si es que aún hay tiempo para expandir los “espacios de esperanza” (David Harvey) y la sustentabilidad del “buen vivir” (sumak kawsay) latinoamericano, ellas son sus protagonistas.
* Socióloga. Instituto Gino Germani, UBA.
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