SOCIEDAD › EL CASO GARCIA BELSUNCE Y LA LITERATURA POLICIAL
Crimen ¿y castigo?
La trama del asesinato combina diversos elementos de la novela policial. Los escritores José Pablo Feinmann, Vicente Battista, Marcelo Birmajer y la periodista Silvyna Walger reflexionan sobre estos vínculos.
Por Verónica Abdala
“A algunos lectores todavía les gustaría acceder a historias muy tranquilizadoras, que les dieran una visión consoladora de la humanidad, pero eso ya no es posible, y en el fondo eso les gusta”. El belga Georges Simenon, autor de casi cuatrocientos soberbios relatos, padre literario del comisario Maigret, dio una larga pitada a su pipa y su mirada inquisidora se posó sobre la de su interlocutor, el periodista de Paris Review, Carvel Collins. Dialogaban, entre otras cosas, sobre las razones que hacen de las novelas policiales y de enigma una tentación fulminante para centenares de lectores en todo el mundo, desde la que se considera la aparición formal del género, a finales del siglo XIX. “¿Por qué escribir sobre la violencia? –interrogó Collins, con innegable ingenuidad–. La gente se pregunta sobre el porqué de la presencia continua de este elemento en la narrativa contemporánea...” Simenon –había nacido en Bélgica en 1903, vivido en Francia durante su juventud, y para 1952 era una auténtica celebridad que llevaba casi diez prolíficos años en los Estados Unidos– fue directo al grano: “Mire –le dijo–. Se puede mostrar el amor de los hombres en un relato hermoso, los primeros diez meses de enamoramiento de dos amantes, digamos, como hacía la literatura hace ya mucho tiempo. Después, hay una segunda clase de historias: los amantes empiezan a aburrirse, y todo se desbarata. Esa es la literatura de fines del siglo pasado. Y después, sí, los escritores se atreven a ir más allá: el hombre tiene cincuenta años y está tratando de tener otra vida, la mujer se pone celosa, hay niños involucrados, y es todo un gran lío. Esa es la tercera historia, y es la posibilidad de llegar hasta el final, atreverse a ver gente llevada hasta su límite”.
El disfrute que en última instancia supone para cierto público el acceso a historias con un alto componente de violencia, explícita o no, -y la aceptación, en definitiva, de los aspectos más oscuros y destructivos del ser humano– eran para el escritor determinantes a la hora entender el éxito masivo que tenían entonces y seguirían teniendo, las novelas del género, más allá de sus notables variantes. Para entonces, ya estaban marcadamente diferenciadas las que serían las dos grandes vertientes de la tradición de la novela policial: por un lado, la novela de enigma anglosajona (Arthur Conan Doyle, Agatha
Christie), con sus sagaces detectives capaces de llegar a la verdad básicamente a través de su capacidad analítica. A partir de sus deducciones conseguían restaurar el orden sin necesidad de que interviniera ningún elemento externo, incluyendo a la institución policial, a la que solían retratar de modo sarcástico. Por el otro, la escuela estadounidense (Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Ross Mac Donald, Chase, Gardner), que se caracteriza porque los móviles del crimen y sus protagonistas importan menos que lo que reluce bajo la trama: un feroz cuestionamiento del entorno de valores trastocados, del que ellos mismos forman parte. Mientras para la primera escuela los asesinos son casi siempre “desviados” de un sistema social que no está cuestionado, para la segunda, los criminales son el producto directo de una sociedad corrompida. El desarrollo, tanto de una como de otra corriente, tuvo que ver, en opinión de numerosos autores, con el despliegue de la sociedad industrial capitalista, y con la violencia a la que hombres y mujeres están expuestos en las grandes ciudades.
En la Argentina de hoy, cuando el caso García Belsunce tiene en vilo a la sociedad argentina, al punto de que el Presidente, en un sinceramiento de dudoso gusto, llegó a calificar el seguimiento del caso como “fascinante”, los mismos interrogantes que durante décadas recayeron sobre escritores y estudiosos del género en ámbitos casi siempre circunscriptos al mundo de los libros, cobran otro matiz, adquieren nuevos sentidos: ¿Qué significados ocultos y universales, habitan el trasfondo de un crimen irresuelto? ¿Es la puja entre el bien y el mal, entre el orden y el caos, lo que reluce bajo la trama de los casos policiales? ¿Cuál es el elemento que vuelve tan atractivo el intento de resolución de un crimen, sea éste real o ficticio? Y en este marco, ¿por qué el seguimiento de este caso policial seduce incluso más allá de la posibilidad concreta de su resolución?
El escritor Marcelo Birmajer señala a Página/12: “Una de las mayores obsesiones humanas es el conocimiento de la verdad. Y lo profundo y misterioso que tiene esta obsesión es que no necesariamente el conocimiento de la verdad nos hará más felices. Queremos saber la verdad porque sí, y estamos convencidos de que una verdad existe, incluso más allá de la necesidad de justicia. Del mismo modo existe la pulsión de ocultar la verdad, hasta las últimas consecuencias. La historia humana es en parte la lucha de estos dos impulsos. En estos días he pensado, a raíz de este caso, en estas personas que saben a ciencia cierta la verdad del asesinato de García Belsunce y caminan por la calle portando un secreto que el país entero pretende conocer. El hecho de que haya una verdad celosamente oculta, en puja con el deseo salvaje de saberla, al igual que ocurre con los buenos policiales, es lo que vuelve tan fascinante este caso, para mí, el más intrincado y atrapante enigma policial de los últimos diez años.”
“Lo que menos importa en términos de relevancia social es el crimen en sí”, reflexiona sobre este punto la periodista y socióloga Silvyna Walger. “Creo que lo que nos tiene tan enganchados es el hecho de que se revele a este punto la psicología de estos personajes nefastos. Este crimen tiene algo que recuerda las novelas de Chandler, en el sentido de que muestra las tramas oscuras que unen a este tipo de gente que se presenta como de la alta alcurnia, con la corruptela judicial y policial. Nos fascina eso: el destape de estos personajes que han hecho el dinero en la timba financiera, que se han manifestado contra el divorcio, como hizo Horacio García Belsunce, y que en su momento han defendido a personajes como Galtieri en una historia de odios viscerales, crimen y violencia. Como en las novelas, más allá del crimen es apasionante cómo frente a millones de personas se han destapado las bajezas de los protagonistas”.
En un ensayo sobre Dashiell Hammett, Jaime Rest sostenía una idea parecida a la que esgrime Walger: en su visión, las historias más atrapantes son las que se traducen en una fuerte crítica social, en una denuncia del entorno, más allá de la cuestión puntual, casi anecdótica, de los asesinatos. “Lo más atractivo de estos relatos policiales es que denuncian los conflictos que desencadena un sistema complejo e individualista en el que se identifican dinero, poder y prestigio en una trama en la que no se diferencian claramente los sectores que se consideran respetables con los de los profesionales del crimen”, escribió Rest. Curiosamente, esta definición parece calzarle al dedillo al caso que por estos días desvela a los medios de comunicación y a buena parte de la opinión pública.
El escritor Vicente Battista, por su parte, piensa que el caso de la mujer muerta en el country Carmel combina en proporciones asombrosas las variables de la tradición policial inglesa y norteamericana. “Por un lado, muy al estilo de Aga-
tha Christie, tenemos un círculo cerrado de personajes entre los que muy probablemente se encuentre el asesino, que habitan además un mundo aristocrático”, explica Battista. “Por el otro, la violencia y la corruptela característica de la tradición del policial negro, en la que quedan expuestas y cuestionadas instituciones como la Justicia y la policía.” En su opinión, sin embargo, la realidad se aleja de las normas de la ficción desde el momento en que la resolución se demora indefinidamente, y las pistas no contribuyen a encontrar e inculpar al asesino sino a oscurecer cada vez más el escenario. “En ese sentido, si ésta fuera una novela, sería un tanto delirante. Creo que todos somos testigos de una historia que no encuentra solución, como si estuviésemos frente a un autor desorientado, absolutamente perdido. Aquí, pese a toda la información disponible, no se encuentra al asesino ni se vislumbran claramente los posibles móviles. A tal grado de confusión no se hubiera atrevido ningún novelista; como otras veces, la realidad en esta oportunidad supera los delirios de la ficción”.
Birmajer coincide: “Este caso es una perfecta mezcla de una novela de Agatha Christie –podría ser Oriente Express, donde la víctima es asesinada por todo un grupo que comparte con ella el mismo vagón– y el ensañamiento de Raymond Chandler con el pánico moral de ciertas familias acomodadas. No es Hammett, no es Goodis, no es Jim Thompson. Es la casi imposible matemática del crimen de la señora
Christie y la sordidez casi bíblica –Sodoma y Gomorra, familias que se alzan contra sí mismas– de Chandler. Lo que resulta evidente es que estamos muy pero muy lejos de contar con detectives semejantes”.