Domingo, 21 de agosto de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › LA LIDER KOLLA ROSARIO QUISPE CUENTA SUS LUCHAS Y ESPERANZAS
Es una de las dirigentes aborígenes más reconocidas del pueblo kolla. Aquí, cuenta su trabajo con las mujeres en prevención del cáncer de cuello de útero, las peleas por las tierras y la crónica falta de técnicos en la comunidad.
Por Mariana Carbajal
Antes de despedirse quiere regalar unas coplas de su tierra, la Puna jujeña, en el mes de la Pachamama. La líder kolla Rosario Quispe acompaña su plegaria de agradecimiento a la Madre Tierra con una caja. Así cerró la charla que brindó ante más de un centenar de personas en la Biblioteca Mariano Moreno, en la capital riojana, donde contó los inicios de la asociación Warmi Sayajsunqo, cuyo nombre quechua en español se traduce como “mujeres perseverantes”, creada a mediados de los noventa en Abra Pampa, cerca de La Quiaca, cuando la desocupación golpeaba fuerte a los hombres en el norte por el cierre de las minas.
El cáncer de cuello de útero en la zona, una de sus preocupaciones, sigue siendo un problema grave, advierte, a pesar del trabajo en prevención y detección precoz que vienen realizando hace años. “Sí se ha controlado entre las chicas más jóvenes, las mujeres que viven en los pueblos más grandes, pero en la campaña es imposible por ahora. Este año ya enterramos cinco mujeres, la última la semana pasada”, dice con tristeza y señala que el mayor desafío es lograr que las mujeres que viven en los rincones más alejados lleguen a los controles y que haya médicos viviendo en el lugar. Para eso han enviado a 72 jóvenes –entre ellos una hija suya– a estudiar medicina a Cuba, en el marco de un convenio con el gobierno de la isla. Su sueño, insiste Quispe, es abrir el año próximo una universidad, donde los adolescentes puedan estudiar por la modalidad virtual en la Puna, sin tener que emigrar porque, “los que se van, no vuelven”, dice.
Quispe llegó a La Rioja invitada por AIRE (Aportes Interdisciplinarios para la Región), una ONG de jóvenes periodistas y abogados que organizaron un ciclo de charlas sobre Igualdad, Diversidad y Democracia. Unas horas más tarde, de madrugada, tomará un micro que la llevará de regreso a Abra Pampa.
Se crió apacentando ovejas en el pequeño poblado de Puesto del Marqués, a 3700 metros de altura sobre el nivel del mar y a 20 kilómetros de Abra Pampa y 284 de San Salvador de Jujuy. Vivió en una mina con su padre y se convirtió en dirigente desde 1986, por la influencia del cura Pedro Olmedo, ahora obispo de Humahuaca. Ella, que no pudo estudiar más que la escuela primaria, apuesta a la educación y a la capacitación de su gente. “Ahora estamos trabajando con una fundación para capacitar a cien chicos en computación en Abra Pampa, el primer paso para avanzar con la universidad”, cuenta con entusiasmo. Y también señala que el “gran problema” que ha tenido la Warmi, en la lucha por recuperar tierras de sus ancestros que les fueron arrebatadas, ha sido conseguir abogados que quieran defender sus reclamos. “Hemos empezado nuestra lucha por el territorio y debo decir que solamente dos abogados de la provincia de Jujuy han aceptado trabajar con nosotros, el resto trabaja para mineras, para el gobierno o bien no quiere litigar contra el Estado porque trabajan para él. Es muy difícil para nosotros tener técnicos. La pelea es muy fuerte, la contaminación es muy grande, se están llevando camionadas de oro todos los días y al lado hay niños desnutridos, los hospitales no tienen ambulancia. La que tenemos nosotros la donaron la Sole Pastorutti y Facundo Arana”, apunta.
La dificultad de contar con “técnicos” los llevó a devolver la mitad de un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo, que les había otorgado para uno de sus proyectos. “Hace cuatro años apareció el BID y concursamos, y debo decir con mucho orgullo que hemos sido la única organización de Jujuy que ha logrado sacar plata del BID sin la intermediación de los funcionarios del gobierno”, dice Quispe. El público, reunido en la Biblioteca Mariano Moreno, estalla en un fuerte aplauso, Entonces, ella aclara:
–Pero no nos ha ido tan bien. Una de las primeras reglas es tener técnicos para manejar el proyecto. Llegamos a Jujuy y no teníamos técnicos para manejar el proyecto. Había técnicos en Jujuy pero nunca habían ido a la Puna. Fue una fuerte pelea con ellos (la gente del BID). Entonces decidimos que hasta que no nos capacitemos nosotros, íbamos a devolver la mitad de la plata. Esa ha sido la parte más dura. Los proyectos son de las organizaciones y su gente –concluye.
Tiene la piel cobriza. El cabello renegrido bellamente peinado con una trenza que le llega casi a la cintura. Recuerda el inicio de la Warmi, cuando a mediados de la década del ’90, en pleno menemismo, “en la Puna no había trabajo, se habían cerrado las minas”. “Era muy difícil la situación para muchas familias. Nos quedamos muchas mujeres solas porque los maridos se iban al sur a buscar trabajo y decidimos juntarnos, capacitarnos, empezar a tejer, a hacer artesanías.” Su preocupación por el impacto del cáncer de cuello de útero surgió a partir de la muerte de una tía, a los 37 años. “No entendíamos por qué, si estaba bien y en tres meses se murió. Yo tenía siete hijos y me dejó tres hijos más, sin trabajo, sin nada, no saben lo que era”, recordó.
Después llegaría un premio internacional en 1997 que le abrió la puerta para que la Fundación Avina –fundada por el empresario suizo Stephan Schmidheiny– le aportara fondos y así surgiera el proyecto de microcréditos, que todavía mantienen con dos millones de pesos circulando, en pequeños préstamos a más de 3000 asociados de 87 comunidades de pueblos originarios, en los cinco departamentos de la Puna. La ambulancia que les donaron La Sole y Arana la prestan al hospital local y trabajan en coordinación con los ministerios de Salud de la provincia y de Nación, para prevenir el cáncer de cuello d útero, de alta incidencia en esa región. En diálogo con este diario, abundará sobre sus planes y expectativas:
–¿Se han reducido las muertes por cáncer de cuello en la Puna? –le preguntó esta cronista.
–Todavía no. Para reducir las muertes hace falta trabajar diez años puerta a puerta. Hoy, después de tantas denuncias, el Estado ha puesto en Abra Pampa, en Humahuaca, en La Quiaca, camiones inmensos con equipos de médicos para hacernos Papanicolaou, pero las mujeres que viven a 200 o 300 kilómetros de ahí es imposible que vayan porque tienen su hacienda, sus cosas, el boleto está caro, no tienen para volver, tal vez llegan y no tienen turno, y si se hacen el estudio pero a los tres meses no tienen plata para volver, no se enteran de los resultados. Y si nadie se los lleva a las comunidades, nunca les llegan. No es que no tengan conciencia de lo que es. Tomaron mucha conciencia y saben lo que es un Papanicolaou, pero para ellas es imposible hacérselo. Y si no, tienen que ir a San Salvador para hacerse una cirugía y eso es impensable por la situación económica que están viviendo.
–¿Es un problema la violencia hacia las mujeres en las comunidades kollas?
–Es un problema pero cada vez menos. Yo me acuerdo que mi abuelo pegaba muchísimo a mi abuela, la golpeaba muchísimo. Hoy la mujer sale más, trabaja, mantiene al hogar, como los hombres no tienen trabajo, y entonces muchos están en la casa, cocinan, ayudan. Mi esposo, por ejemplo, antes era el que mantenía la casa, trabajaba en la municipalidad y un buen día lo botaron no sabemos por qué, tal vez porque hizo una denuncia en la escuela porque los de arriba choreaban mucha plata. Mucho tiempo ha sufrido porque ha tenido que quedarse en la casa a acompañarme, hoy ya no porque ya conoce las comunidades, es mi cable a tierra, me acompaña mucho, pero como él, muchos se han quedado sin trabajo y se quedan en la casa a hacer las tareas y las mujeres salen, y se dan maña para dar de comer a diez personas.
–¿Y ese cambio de los roles tradicionales, dentro de las familias, tuvo otros impactos?
–Aprendieron los dos a llevarse bien. Los jóvenes ya han aprendido, viven de otra manera. Por supuesto no viven como los viejos quisiéramos, con trabajo: algunos viven con sus hijos de 20 años y los nietos al lado. Pero ya no es como antes. Uno que otro golpea a su mujer, pero son los menos.
Entre los emprendimientos de la Warmi, hay una estación de servicio que compraron hace algunos años. Con los microcréditos, formaron “pequeñas empresitas”, criaderos de chinchillas, gomerías, remiserías y hasta una pyme de sal, cuya producción se vende en otras provincias.
–¿Cuáles son sus ilusiones?
–Que algún día tengamos un equipo de médicos trabajando en las comunidades, yendo casa por casa, haciendo los Papanicolaou. Mi último sueño, y no quiero que se cierren mis ojos antes de conseguirlo, es una universidad en la Puna. Creo que estamos en el medio del río. Ese es mi sueño más grande. Yo quiero tener esa universidad porque los jóvenes se tienen que capacitar, si no pasarán quinientos años y nos volverán a pisar de nuevo. Si no nos capacitamos, nosotros difícilmente podamos ganar otra batalla.
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