SOCIEDAD › ELEVAN A JUICIO ORAL UNA CAUSA PARALELA A LA DE MARITA VERóN POR SECUESTRO Y EXPLOTACIóN SEXUAL

Cuando la voz de las víctimas comienza a escucharse

La fiscal de Tucumán Adriana Gianoni elevó a juicio oral la causa por privación de la libertad de Fátima Mansilla, una chica de 16 años secuestrada hace una década. Los acusados también están siendo juzgados por el caso de Marita Verón.

 Por Marta Dillon

Las pruebas son contundentes, los hechos están suficientemente probados. Para la fiscal tucumana Adriana Gianoni, Fátima Mansilla fue secuestrada, privada de su libertad, obligada a prostituirse mediante la fuerza o bajo amenazas. Tenía 16 años y las heridas que recibió entonces todavía supuran; según el informe psicológico que consta en el auto de elevación a juicio pedido por la fiscal –y al que este diario accedió en exclusiva–, Fátima “siente náuseas al abordar aspectos de su sexualidad”. Los síntomas de estrés post-traumático son evidentes a pesar de los diez años transcurridos desde que estuvo cautiva. Los mismos diez años que se tomó la Justicia para dar por terminada la investigación y proponer que Daniela Milhein y Alejandro González sean juzgados por lo que le hicieron. Milhein y González, las mismas personas que están acusadas de haber mantenido cautiva a Marita Verón en Tucumán, en ese domicilio donde Fátima pudo cruzar unas palabras con ella a pesar del miedo y de la duermevela causada por las drogas que las obligaron a consumir a las dos.

Aunque lenta, la justicia parece llegar, inexorable. Esta elevación a juicio de la única causa paralela a la de Marita Verón por trata de personas –aunque los hechos sean anteriores a la ley de trata sancionada en 2008 y la calificación sea otra, es de ese delito del que se habla–- tiene un efecto doble. Por un lado da cuenta de un modo de operar: Fátima Mansilla también fue secuestrada en la calle, retenida y obligada a prostituirse. Por el otro, fortalece el testimonio de Mansilla en un momento en el que la defensa de los imputados parece contar con la única herramienta de desacreditar a las y los testigos. Eso fue lo que intentó Milhein al inicio del juicio por la desaparición de Marita Verón. Usó su derecho a declarar para contar su propia historia como víctima de trata cuando era menor de edad. Dijo que fue Rubén Ale, el ex dirigente de fútbol y protegido del gobierno de Julio Miranda, quien literalmente se convirtió en su “dueño”, el que la obligaba a prostituirse y cobraba el dinero que ella generaba. Pero también aprovechó la oportunidad para decir que Fátima Mansilla era una “fabuladora”, que ella jamás la había tenido secuestrada sino que, por el contrario, la había protegido de los maltratos de su madre y hasta había pedido su guarda judicial para ponerla a salvo. Esto es lo que se cae como fruta madura después de leer los fundamentos de la elevación a juicio de la fiscal Adriana Gianoni.

Como primera herramienta de prueba, la fiscal valora la denuncia de la madre de Fátima, Adriana del Valle Mujica, el 27 de mayo de 2002, en sede policial. Allí la mujer dice que su hija fue a la carnicería y no volvió, que está sumamente preocupada y que cree que es Daniela Milhein quien puede saber algo. Fátima había trabajado como niñera para Milhein, pero Mujica le había pedido a su hija que no vaya más después de que la niña le contara sobre “chicas que iban y venían”. Desde entonces la habían acosado para que volviera a trabajar. Fue esa negativa la que terminó resolviéndose por la fuerza. “González me palmeó en la espalda y después me tapó la boca y me obligó a subir al auto, Daniela le abrió la puerta y después arrancaron”, dice Fátima en su testimonio.

Como en un episodio calcado del descripto por Susana Trimarco –cuando cuenta que fueron los mismos sospechados de secuestrar a su hija quienes parecían ayudarla en su búsqueda–, la mamá de Fátima fue acompañada por la propia Milhein a pedir ayuda a un canal de televisión para que difundan su fotografía. Es que Mujica, desesperada, había ido a buscarla al mismo lugar donde la tenían secuestrada. En el auto de elevación a juicio firmado por Gianoni consta el testimonio de quien las recibió en Canal 10 de Tucumán. Este hombre, de apellido Campero, es el que dice que “la mujer que acompañaba a la madre de la víctima se volvió después de que yo le pidiera la foto y la denuncia para pasarla por el canal para decirme que no difunda la información porque la chica se había ido de la casa por los maltratos que le daba la madre. Eso me llamó la atención, porque fue dicho por lo bajo mientras la madre lloraba y se mostraba muy angustiada a pocos metros de distancia”.

Mientras su mamá la buscaba, Fátima vivía entre la inconsciencia y el dolor: “Un día vino un hombre que se llamaba Daniel Moyano –transcribe el escrito de Gianoni–, que decían que tenía unas casitas en Río Gallegos y me inyectó en el brazo y en la cola y al rato yo me quedaba como dormida y cuando me despertaba me dolía todo el cuerpo, estaba sin ropa y tenía semen entre las piernas. Y un día al ver que yo no quería saber nada vino Pablo, el hermano de Daniela, con otros hombres y me pegaron en todas partes de mi cuerpo. Daniela me quiso estrangular, me ponía las rodillas sobre el pecho y me apretaba, me decía que me iba a llevar con el señor Ale a La Rioja y que me iban a matar”. Ale y La Rioja, un nombre y un destino que también sellaron la suerte de Marita Verón.

En su descargo, Daniela Milhein declaró lo mismo que dijo en el juicio por Marita Verón. Que estaba preocupada por Fátima y que debido a los golpes que le dio su madre tuvo que llevarla al Hospital Ramón Carrillo para que la atiendan. Fátima cuenta otra cosa: “Un día me llevaron al Carrillo porque yo estaba mal, vomitaba y orinaba sangre, Daniela me anotó como si fuera su hermana porque no querían que supiera que estaba ahí”. En ese hospital tucumano figura la entrada de Fátima en julio de 2002. Efectivamente, figura como Fátima Gignone, el apellido de la madre de Milhein. ¿La excusa de la acusada? “Es que mi mamá la quería como a una hija.” “Ni siquiera el gran afecto que pueda sentir una persona por otra justifica que se den datos falsos a una entidad pública como es un hospital”, argumenta la fiscal con evidente sentido común en su escrito.

Que las víctimas de trata están en esa situación por su propia voluntad. O que Marita Verón, por ejemplo, era prostituta o que había sido violada por su padre y por eso ella quiso que su familia perdiera su rastro. Eso es lo que argumenta parte de la defensa de los imputados. Es una estrategia tan común como burda, que Milhein también puso en práctica cuando aseguró que se había presentado a la Defensoría del Menor para proteger a Fátima. Pero la que era una niña entonces lo contó así: “Daniela me saca un día en auto y me lleva a la Defensoría y ahí habla con una chica que le da un papel y me dice que ese papel era la guarda que le habían dado a ella porque yo era menor y que ahora mi mamá no iba a poder hacer nada por mí. Con ese papel me tenía amenazada”. La fiscal, para cerrar el asunto, da cuenta de que no hay ningún otro trámite legal más que una presentación de Milhein en la Defensoría de Menores que dé cuenta de su intención de proteger a la menor o de pedir su guarda por los malos tratos que se supone habría recibido.

¿Podría estar mintiendo Fátima Mansilla? La pregunta, obviamente, surgió durante la instrucción de la causa y por eso se ordenó un psicodiagnóstico al Gabinete Psicosocial del Poder Judicial de la capital tucumana. El informe es un mapa de las cicatrices que deja la trata de personas con fines de explotación sexual: “Síntomas compatibles con transtorno por estrés post-traumático con varios años de evolución, pérdida de interés en lo cotidiano, sensación de futuro limitado, miedos intensos, daño psíquico crónico”. Pero más allá de las heridas, la conclusión es excluyente: “Puede dar cuenta de múltiples hechos con un relato espontáneo, lógico, coherente. No se observan signos de fabulación”.

Un capítulo aparte merecen las marcas en la intimidad que dejó esa experiencia en una niña de 16 años, que a pesar de lo vivido sigue firme en su intención de reparar a través de la búsqueda de justicia. “Angustia, ansiedad, conductas evitativas y manifestaciones psicosomáticas y náuseas al hablar de aspectos de su sexualidad; posicionándose respecto de ellos en forma pasiva”, dice el informe del Gabinete Psicosocial.

La fiscal calificó los hechos que se les imputan a Milhein y a González, como “privación ilegítima de la libertad agravada por minoría de edad, promoción de la prostitución de una menor agravada por el uso de violencia y amenazas y promoción de corrupción de una menor todo en concurso real y en coautoría”. Hechos gravísimos que serán juzgados en audiencia pública en el exacto momento en que el oído social empieza a dejarse permear por los relatos de las víctimas que se niegan a quedarse quietas en ese lugar estanco para empezar a hablar.. Para dejar de ser víctimas. Fátima Mansilla será de las primeras mujeres que estuvieron sometidas a la trata de personas para que su cuerpo se use como un objeto de cambio en declarar en el juicio por Marita Verón. Su voz, ahora, tendrá el eco que espera desde hace diez años.

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Daniela Milhein ha usado en las dos causas la misma estrategia, desacreditar a las víctimas.
 
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