Lunes, 17 de diciembre de 2012 | Hoy
Por Rodolfo Livingston *
Como las fosas que rodeaban a los castillos feudales, los muros y los alambres electrificados de los “countries” separan dos clases sociales extremas, dos mundos, dos formas de entender la vida; uno, el de los ricos, temeroso del otro, al que sin embargo necesitan cotidianamente, que tiene prohibido construir a su gusto casas modestas, colgar la ropa al sol y cultivar verduras. Una planta de tomates es muy mal vista, y probablemente merezca una multa. Tienen su propia policía, sus tribunales de faltas, sus normas y sus castigos. Le prohibieron entrar a la pileta a un niño porque sus padres se habían retrasado en las expensas. La desregulación del Estado sobre estas tierras que deberían ser públicas fue reemplazada por la hiperregulación interna.
Entre las ventajas de estos barrios figura la libertad de los niños –que son los que más tiempo permanecen en el barrio– para andar en bicicleta por todas partes sin control de los padres, que los saben protegidos. Esta libertad excesiva tiene su contraparte y los niños terminan cuidados por un nuevo modelo de niñera, los vigiladores. Para estos chicos el “afuera” resulta un mundo desconocido y peligroso.
La gente se siente más segura (y lo está) allí adentro, pero su complemento necesario, las autopistas, son tanto o más peligrosas que la delincuencia, aunque las madres de los accidentados no aparezcan llorando en televisión una y otra vez, como sucede con las víctimas de los asaltos. Tampoco son seguros los maridos, a juzgar por los casos de violencia doméstica que también existe en otras partes.
La elección de los terrenos para los barrios cercados es producto exclusivo del negocio, sin tener en cuenta el flujo de las aguas ni el paso de la gente que vive en terrenos aledaños.
Estos enormes barrios generan mucha mano de obra, producción de materiales, empleos variados y grandes ganancias para los “desarrolladores” y agentes inmobiliarios, pero debieran beneficiarse todos y no una minoría, por eso está muy bien que el Gobierno proponga un impuesto para edificar barrios y viviendas “normales” en sus cercanías.
Otra propuesta sería que esos territorios tengan derechos de subdivisión para cada propietario, que, con un fot razonable y el paso del tiempo, se convertirían –sin grandes enfrentamientos– en barrios suburbanos de densidad media integrados al resto. Estas propuestas son positivas, pero la solución de fondo es la recuperación del Estado de la soberanía nacional en todo su territorio.
Una tercera opción sería permitir que las cosas sigan avanzando “libremente” y asistir algún día a la proclamación de la “República bolivariana de Nordelta”. Aunque no es probable, y menos con ese nombre.
* Es miembro de PropAMBA, un colectivo integrado por arquitectos, urbanistas, abogados, integrantes de ONG y vecinos de la ciudad y del AMBA.
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