Sábado, 12 de enero de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Norma Giarracca *
La Argentina, que siempre se preció de ser un “crisol de razas” que convivía sin demasiados problemas, muestra en la actualidad el carácter imaginario de ese rasgo así como los límites que se pueden atravesar con la dinámica de una máquina cultural de fragmentar, jerarquizar y eliminar, no revisada ni cuestionada lo suficiente.
El último tiempo, “el país digno” quedó conmovido por las muertes de niños indígenas atropellados “accidentalmente” o masacrados cruelmente en las provincias de Formosa y Chaco. ¿Son, simplemente, hechos policiales? ¿Podemos quedarnos tranquilos con esa caracterización cuando ocurre con niños y con sus familias en las provincias donde está en disputa la tierra que ocupan comunidades campesinas y los pueblos indígenas? La frecuencia de estos hechos, muy pocos con la publicidad de estos últimos, es tan alta que llama la atención de quienes recorremos territorios y conocemos a sus ocupantes. La tierra que pertenece históricamente o por antigüedad de ocupación a estas comunidades es disputada por las empresas del extractivismo y el negocio inmobiliario y aun con legislaciones que las protegen, se les arrebata por “las buenas” (expulsión silenciosa) o por cualquier medio.
Hemos trabajado y escrito mucho sobre estas disputas en el marco del modelo de las actividades extractivas (“agronegocio”, minería, petróleo), sus actores, las consecuencias negativas en el medio ambiente, etcétera. Por eso ahora queremos detenernos en una cuestión que es condición de posibilidad para que el proceso expropiatorio se lleve a cabo con muchas complicidades: el racismo como rasgo permanente de la historia y cultura argentina. Diana Lenton, antropóloga, integrante de la Red de Investigadores en Genocidio y Política indígena, sostiene que los pueblos originarios son víctimas de un genocidio que aún no finalizó, que arrincona y mata poblaciones y en especial a sus niños para cumplir con el objetivo de exterminio a largo plazo y que ese proceso tiene dos rasgos particulares: no tiene fin ni ha sido ni es juzgado.
Este genocidio que comienza en estos territorios con la “invención de América” (mal llamado “descubrimiento”) se basa en el concepto de raza, en la “racialización” de las etnias que desde el poder y “el conocimiento” jerarquiza a los seres humanos; es el legado de los europeos. Nuestro drama es haber creído que conservábamos esa superioridad europea, negar la historia de quienes habitaron y habitan estos territorios y haber apostado a la decadente “modernidad tardía”. Durante muchas décadas la intelectualidad argentina ignoró el hecho colonial, puso bajo la alfombra el racismo y si bien hubo honrosas excepciones, como Osvaldo Bayer, toda esta historia no formaba parte de las preocupaciones nacionales. Hoy es imposible ignorar la “emergencia indígena” y aun así el racismo circula de modo ominoso por las provincias donde estos pueblos habitan y de distintos modos por todo el país. Por supuesto que se ha demostrado racismo no sólo con las poblaciones indígenas sino también con criollos o inmigrantes “subalternizados”; pero lo que hoy está en debate es el racismo hacia los primeros. ¿Cómo desactivarlo?
Cierta clase media que soluciona todo con “la educación” la clama para estos menesteres, sin conciencia de que, precisamente, en ella se centra gran parte del problema. La matriz de dominación colonial del poder operó sobre el saber y el ser; es decir, en el modo de generar conocimiento, de aplicarlo y en la configuración de sujetos donde la socialización vía educación es un dispositivo de primer orden. Esta matriz no fue modificada en 1810 sino que se perfecciona en esa saga de criollos ilustrados que vieron en el “indio” los males del progreso, que buscaron “blanquear” el país con inmigración europea para llegar al Centenario de Mayo disputando un lugar en el “mundo civilizado”. Domingo F. Sarmiento y la educación como arma simbólica y Julio A. Roca y sus armas que aniquilaron, fueron los personajes clave en este proceso de “modernización” a cualquier precio: sembrar de sangre india los suelos de la patria y masacrar, esclavizar y secuestrar o matar niños indígenas (paradójica coincidencia de Roca con la última dictadura). La educación “sarmientina”, sentimos decirlo, forma parte del problema y no de la solución.
Estos hombres/mujeres de gendarmería, policía, poderes judiciales, gobernantes, inversores, profesionales, etc. fueron educados en los principios “modernos/coloniales” que diferencian y jerarquizan a los seres humanos. Sólo operando desde de unas prácticas “decoloniales” en todas las instancias de los espacios sociales, económicos, culturales, artísticos, profesionales y sobre todo educativos en todos sus niveles, podemos conducirnos por un sendero que modifique la matriz colonial de dominación y configure sujetos densos y capaces de “convivencialidad” (Iván Illich), es decir de generar una vida digna en equilibrio y armonía entre todos y también con la naturaleza. Con el desarrollo del “extractivismo” como política económica, esto es imposible de pensar como proceso ampliado pero vale la pena intentarlo, como de hecho está ocurriendo, desde muchos campos de experimentación. Mientras tanto, verdad y justicia para los asesinatos indígenas.
* Socióloga. Instituto Gino Germani-UBA.
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