Martes, 21 de mayo de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › TESTIMONIO DE UNO DE LOS JóVENES QUE SUFRIERON ABUSOS EN UN COLEGIO CATóLICO DE TURDERA
Casi veinte años después, Pablo relata los abusos del encargado de la pastoral del colegio Vicente Pallotti. El ya no era estudiante, tenía 20 años cuando el referente lo manoseó. Su testimonio forma parte del libro que revela el escándalo, hasta ahora oculto.
Por Mariana Carbajal
Pablo Zermoglio tiene 39 años, es músico y docente. Es uno de los ex alumnos del Instituto Vicente Pallotti (IVP), de Turdera, que denunciaron en el libro La cacería del ángel, de Sebastián Di Silvestro, haber sido víctimas de abuso sexual por parte de distintos referentes del colegio católico: el cura-rector, el jefe de preceptores y docente de Computación, el encargado de la pastoral y un profesor de Historia, tal como reveló este diario en su edición del domingo. Pablo quiso salir del anonimato con el que aparece en el libro, donde se lo identifica como Chueco, para darles más veracidad a los hechos narrados, que tuvieron lugar en las décadas del ’70, el ’80 y el ’90 en torno del establecimiento educativo, en campamentos, en la casa de la juventud, situada al lado de la iglesia, en la misma manzana del IVP, entre otros escenarios. “En ese entonces yo tenía 20 años, y un tipo, que era un referente para mí, se había propasado, me había manoseado, algo muy confuso mezclado por el vínculo. Creo que a partir de lo que me ha sucedido, mi misión es ponerlo a la luz de la sociedad para que no siga pasando. Soy docente y soy consciente de lo que puede influir un educador frente a sus aprendices, y sobre todo si éstos son adolescentes, un momento en el que están definiendo y construyendo cimientos donde estructurar su futura vida”, dijo Zermoglio ayer a este diario.
Zermoglio vive desde hace dos años en la localidad patagónica de Cipolletti, en Río Negro. En su caso, el episodio tuvo como escenario la casa de Rubio, como se nombra en el libro al encargado de la pastoral del colegio, que llegó a ser representante legal de la institución y estuvo a cargo durante años de la organización de la Semana de la Juventud (SEJU) que se lleva adelante hace varias décadas en septiembre, con alumnos y alumnas de distintas escuelas de la zona. Zermoglio ya había egresado, pero seguía vinculado con el IVP porque había hecho el curso de guía para liderar grupos de estudiantes que iban de campamento a Bariloche, cuando vivió el episodio con Rubio. “La mayor parte de las horas de la cursada las daba Rubio, y Zumbo (el jefe de preceptores) daba el de primeros auxilios. Pero el grueso del curso lo daba él y pensaba ‘Qué copado este tipo. Mirá todo lo que sabe de Bariloche’. Rubio era el referente de todo ese mundo y si yo iba a la Casa del Angel era por eso. No era de quedarme mucho. Pero me acuerdo de haber estado alguna vez en el bulín de Rubio. El tenía uno y Zumbo otro. Recuerdo haber pasado por ahí, haber entrado y que el tipo me sentara en sus rodillas, me abrazara y me hablara de Bariloche”, cuenta Pablo, como Chueco, en el libro. La Casa del Angel en realidad era la casa de la juventud, situada al lado de la iglesia, sobre la calle Padre Bruno. Hoy, en ese mismo lugar, funciona la Academia Pastorcitos de Fátima, donde se dictan cursos para la comunidad. El IVP está situado a la vuelta, sobre la calle General Zapiola.
Zermoglio contó que en 1993 Rubio lo invitó a cenar una noche a su casa, después de hacer deporte. Bebieron. Luego de la cena lo llevó hasta su habitación. En ese ámbito, “de repente, como si nada, me abrazó y me empezó a dar besos en la mejilla. Realmente me sentía incómodo. Pensaba ‘me habrá parecido a mí. Esta es la forma que tiene el chabón de demostrar cariño’. (...) Yo no podía responder a su cariño porque no lo sentía (...) Seguía abrazándome y hablando de la música. Se hacía el boludo y me seguía abrazando. En un momento me tiró contra la cama y me desabrochó el botón del pantalón. Yo me incorporé y lo abroché. Y acá las imágenes se me cruzan”, recuerda Chueco. La situación se puso más tensa. Rubio le metió la mano en el pantalón para tocarlo. Y volvió a desabrocharle el pantalón. Y volvió a meterle la mano por debajo del calzoncillo, para tocar sus genitales. Entonces, Zermoglio reaccionó y le dijo que se quería ir.
“Rubio siempre sentaba a los pibes en las gambas, los abrazaba y les daba besos en la mejilla. A mí también a veces me sentaba. El tipo te saludaba y te daba un beso al lado de la boca. Si no se lo esquivabas, te lo ponía”, sigue Chueco en el libro. En diálogo con este diario, el ex alumno del Pallotti –como se conoce el colegio– ratificó sus dichos publicados en La cacería del ángel.
Al año siguiente les contó el episodio a sus padres, quienes fueron a ver a Rubio. El encargado de la pastoral negó los hechos. Dijo que se trató de un malentendido. En ese momento, su padre, Carlos Zermoglio, quien había sido docente y director del colegio, envió una carta al provincial de la congregación de los hermanos palotinos –rama alemana–, a la que pertenece el IVP, para ponerlo al tanto del hecho. Y nunca recibió respuesta, según reveló Zermoglio padre a Página/12. No hubo cambios en ese entonces en el colegio. Rubio siguió desempeñándose en el IVP. “También era el coordinador general del Campamento Andino Saihueque (SAC), agrupación que tenía a cargo la organización y logística de los campamentos de verano a Bariloche de los grupos de la iglesia Conversión San Pablo de Turdera y de los cursos de 2º a 4º del IVP”, precisó Pablo Zermoglio a este diario.
En el libro, las víctimas y los perpetradores aparecen con seudónimos por razones legales. Pero el padre de Pablo Zermoglio le entregó el viernes un ejemplar al obispo de Lomas de Zamora, Jorge Rubén Lugones, y en la reunión identificó con nombre y apellido a cada uno de los señalados como abusadores.
–¿Se quedó con ganas de denunciar penalmente a Rubio? –le preguntó este diario.
–No. El se propasó conmigo en el otoño de 1993, un año después lo saqué a la luz contándoselo primero a un íntimo amigo (AG), y luego a mis padres, en el invierno de 1994. Es así que ellos mantuvieron una reunión con Rubio para pedirle explicaciones. Luego de esa reunión, Rubio me escribió dos cartas, diciéndome que todo había sido un malentendido, que él no había tenido malas intenciones y pidiéndome de juntarnos a charlar. Al ver que el tipo negaba todo, pensé “¿para qué juntarnos a charlar?”. Diez años después, en el invierno de 2004, cuando Sebastián Di Silvestro empieza con las investigaciones para armar el libro, se reúne con otro ex compañero y con Rubio en la pizzería Marbella, de Turdera, el bar de las vías. Luego de esa reunión, Rubio me escribe un e-mail para pedirme que nos juntemos a charlar. Yo pensé: “El tipo éste, hace diez años, me escribió dos cartas que yo nunca respondí pidiéndome de hablar, ahora me pide nuevamente de hablar, me gustaría darle una oportunidad. Fue así que le pedí a mi amigo AG que me acompañara y juntos nos reunimos en Marbella con Rubio. El me confesó: “Esa maldita noche me pasé de mambo con vos. Voy a renunciar a mi cargo de representante legal del IVP, me voy a alejar de los adolescentes y voy a iniciar un tratamiento psicológico”. Hace poco me enteré de otra propasada de Rubio con otro pibe en 2005. ¡Eran todas mentiras! No se alejó de los adolescentes y volvió a reincidir. En mi caso, creo que quien lo tiene que juzgar es la sociedad. Pero este tipo no puede estar al frente de adolescentes, y menos en un ámbito educativo.
Al parecer, quienes son señalados como victimarios en el libro ya no están más en la escuela, según pudo averiguar este diario. Seryo, seudónimo con el que se designa al cura rector del Pallotti, se fue del colegio, a Roma, en la década del ’90, luego regresó al país y desde entonces ocupó altos cargos dentro de la congregación de los palotinos. Llegó a ser el provincial. Un ex alumno, que no brindó su testimonio en el libro, recordó a este diario que alrededor de 2003, después de que apareciera una pintada cerca de la escuela que lo acusaba de “apoyar nenes”, renunció Zumbo, el preceptor y profesor de computación, señalado por un par de ex alumnos que lo mencionan en el libro como quien intentó violarlos. Rubio, integrante de una conocida familia de Adrogué, cercana al Opus Dei, también se alejó de la institución, hace algunos años, cuando empezaron a aparecer pintadas en las inmediaciones del Instituto que lo vinculaban con la pedofilia. Seguiría, de todas formas, vinculado con la organización de campamentos para jóvenes.
–¿Por qué cree que se dio esa sucesión de abusos sexuales en torno del mismo colegio?
–Estos abusos se dan puntualmente en el ámbito de la Iglesia Católica porque están dadas todas las condiciones, ya que esa institución cercena las libertades humanas y reprime al ser humano, alejándolo de su esencial naturaleza, sometiéndolo a un camino demarcado, que si lo sigue a rajatabla se gana el “bendito cielo” y que si se aparta de él, se va al “temido infierno”, ¡todas mentiras! El único cielo es vivir con los pies en esta tierra. ¿Qué ser humano puede soportar tanta presión? ¿Qué ser humano puede vivir tan enajenado de sí mismo? Sólo aquel que se somete a un sistema y cuando se le escapa el inconsciente reprimido se manda una reverenda cagada. Así funciona la Iglesia, sometiendo, cometiendo atrocidades y luego tapando la basura debajo de la alfombra. No puedo decir a ciencia cierta que los directivos lo supieran, pero sí que se respiraba en el aire. Cualquier persona que viniera de afuera y diera una mirada objetiva se daba cuenta. Al ver a un adulto docente con un alumno sentado en su falda, algo andaba mal.
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