Viernes, 12 de septiembre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Mariano Molina *
Todo comienza en el diverso mundo Twitter... Un periodista va retuiteando (así se dice, ¿no?) mensajes en contra de la eliminación de los aplazos que anuncian los medios masivos por la mañana. Algunos mensajes son muy despectivos. Me parece importante mandarle un tuit al periodista, defensor –entre otras cosas– de la diversidad.
Va el mensaje y luego el diálogo tuitero:
–La evaluación es una instancia de aprendizaje y no una divisoria de frustrados y ganadores. Eso es educar. Educar es no generar frustrados y ganadores. No aplazar no es bajar el nivel, sino entender diferencias.
–¿Generar frustrados? ¿Que te bochen porque no estudiaste es generar frustrados? ¡Se llama vida!
–Bien sabés que la escuela tiene que contemplar las diferencias de cada persona. Lo importante no es el aplazo sino que aprenda.
–El aplazo debe incentivar a la autosuperación. Los maestros pueden enseñarlo así. Estudiá, que es la manera de aprender.
–Entiendo lo que decís pero no siempre es así. A muchos chicos los aplazos lo dejaron fuera de la escuela. Y eso no está bueno.
–¿La solución de las inundaciones es prohibir la lluvia?
–La solución no la tiene nadie. Esa es la angustia. Buscar opciones que atiendan la diversidad de trayectos es lo importante.
El debate puede seguir. Y es importante reconocer la humildad del periodista de conversar en Twitter con este humilde docente. La intención no es polemizar individualmente, pero sí reflexionar y asumir el desafío del debate.
Hace años que el sistema educativo anda buscando respuestas, muchas veces por errantes caminos. La realidad es que nadie tiene la solución, porque no hay una solución. En todo caso hay que hablar de soluciones. Es decir, muchas iniciativas diferentes frente a problemas diversos.
La idea de no aplazar responde conceptualmente a la idea de no estigmatizar y no frustrar. No es bajar el nivel ni hacerse el gil cuando una niña o un niño no aprenden. Es precisamente tratar de comprender que las personas tienen diversas biografías, que representan diferencias, a veces profundas en sus conocimientos y aprendizajes.
La escuela pública trata de igualar, de generar condiciones dignas para todos. No lo logra siempre. Y para ese tratar de igualar aprendimos que no hay que hacer tabla rasa, sino que hacerlo democráticamente significa entender la diversidad. Sí, claro, una cosa es declamar que hay que comprender la diversidad y otra es tratar de aplicarlo.
La escuela pública no puede aceptar que se enseñe en base a la ley de ganadores y perdedores que muchas veces se impone en otros ámbitos de la vida. No se discute que hay que mejorar el nivel de los estudiantes y docentes y que hay que generar instancias que ayuden a la permanente superación y emulación. Pocas cosas tan frustrantes para un estudiante que estuvo horas y horas leyendo que le regalen una nota. Eso no se discute. Es casi ignorante pensar que se quiere premiar la no superación.
Lo que se intenta es atender las distintas historias y no generar más frustraciones en muchas vidas de frustraciones. La realidad muestra que los aplazos y repeticiones permanentes generaron muchos estudiantes fuera del sistema educativo a lo largo de décadas. Entonces hay que buscar estrategias. ¿Esta es la mejor? Imposible saberlo, pero conceptualmente responde a la idea de tener una escuela más inclusiva en todos los sentidos.
Para los que añoran la escuela de hace décadas o un siglo es importante recordarles que antes mandaban a los repitentes a trabajar, les cantaban “oreja de burro”, que gran parte de los más pobres de la sociedad sólo llegaban a sexto o séptimo grado y si repetías dos o tres veces no tenías más vacantes. También si una adolescente faltaba porque estaba embarazada quedaba afuera, y así podemos seguir enumerando ejemplos de exclusión.
El desafío es la inclusión de la diversidad con calidad y compromiso para construir una sociedad de conocimiento y acorde con los desafíos de la época. No sólo me niego a pensar que la única forma de conseguirlo es con los métodos de exclusión, sino que además creo que lograrlo con prácticas de inclusión es la mejor enseñanza que podemos dejar a las generaciones venideras y a la construcción de una sociedad verdaderamente democrática. Tratando de generar prácticas que terminen con el estigma de ganadores y perdedores y cuestionando las tradiciones punitivas de la educación andamos miles de docentes de la educación pública en nuestro país y no renunciaremos a esa utopía inclusiva.
* Docente y periodista.
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