Martes, 25 de noviembre de 2014 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Claudia Fernández Chaparro *
Es lunes, feriado, y el periodismo está escaso de primicias. En los canales de cable y aire, casi en cadena, están dando la noticia del cocinero que supuestamente abusó de niños y niñas en un jardín de infantes de una escuela privada en la localidad bonaerense de Castelar.
Primera consideración: siempre que hablamos de niños, niñas o adolescentes abusados sexualmente estamos hablando de uno de los peores delitos y de los más condenables, por tratarse de personas que necesitan de nuestro apoyo y confianza. Lo más importante en estos casos es que la Justicia actúe rápidamente sin revictimizar a los chicos.
Cuando casos como éste salen a la luz, la indignación, el miedo y la desesperación se apoderan de los padres. Pero también aparecen el rumor, la confusión, la desinformación y frases tales como: “Me contó una mamá que...”. Padres que no están directamente afectados son entrevistados por periodistas necesitados de cubrir horas y horas con una noticia que debería ser abordada, por tratarse de personas menores de edad, en la más absoluta intimidad, a fin de garantizar el debido proceso.
Lejos de preservar el caso en el ámbito de la Justicia, la TV mostró peleas callejeras, agresiones, insultos, gritos de histeria y llantos. Todo en vivo y en directo “desde el lugar de los hechos”.
Cuando el movilero de uno de los canales de cable da paso a los conductores en el estudio, un especialista hace un análisis de la situación y habla largamente del padecimiento de los niños y niñas víctimas de abuso. El invitado alude a la película danesa La cacería, del director Thomas Vinterberg, que narra la historia de un profesor que es acusado injustamente de abuso sexual contra sus alumnos. Se trataba de una persona querida por todos que, de un día para otro, se convirtió en el centro del odio de todos los habitantes de su pueblo, a punto tal que llegaron a agredirlo físicamente.
Los periodistas se muestran interesados y conmovidos por el relato del especialista sobre el argumento de la película. Acto seguido, vuelven al móvil y muestran cómo un señor era golpeado y pateado en el suelo por un grupo de padres enardecidos. “No se trataba del cocinero –aclara el movilero parado junto al damnificado–, es un empleado del establecimiento.”
Lamentablemente, este caso no es el único. Cuando hay situaciones graves como éstas, el tratamiento mediático es francamente poco profesional. Van a la puerta de los colegios, toman testimonios que afectan y vulneran los derechos de los niños y niñas a preservar su intimidad, en un contexto en el que la angustia de los padres, abuelos o amigos no contribuye a su debido cuidado.
La vulneración mediática de derechos de los chicos no es sólo responsabilidad de los medios de comunicación. A estos les falta trabajar las noticias con perspectiva de derechos y actualizarse respecto de las leyes vigentes de protección integral y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Y a los adultos responsables de los niños y niñas, que hablan frente a las cámaras, les falta pensar que los chicos no son objetos sino sujetos de derechos. Se debe preservar su intimidad, su identidad y tienen derecho a que se los proteja de toda forma de maltrato y discriminación, ya que si sus padres o responsables son identificados frente a las cámaras, todos sabrán de quiénes se trata.
La lucha desesperada por el rating atenta contra la responsabilidad social que deben tener los medios de comunicación. En lugar de brindar líneas de ayuda y centros de contención para estas familias, priorizan el escándalo en vivo que termina banalizando la tragedia.
* Especialista en Infancia.
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