SOCIEDAD › POSTALES DE TRANSAS Y ROMANCES DURANTE LAS VACACIONES
Sex and the beach
Con el verano, acuerdan los sexólogos, el deseo aumenta de la mano de la mayor exposición del cuerpo y una especie de permiso especial para tener aventuras. Pero no siempre los sueños se concretan. Un cronista de Página/12 caminó por las playas y se convirtió en confidente de mujeres y varones que contaron sus historias de sexo, deseo y fantasías en las vacaciones.
Por Carlos Rodríguez
Las ropas ligeras, las transparencias, la exposición del cuerpo, el estímulo visual que todo eso conlleva son, según el sexólogo León Gindín, incentivos para el incremento de las relaciones sexuales durante el verano, incluso entre las parejas estables afectadas por el estrés y la sucia rutina. Un análisis empírico, a vuelo de pájaro, realizado por Página/12 en las principales playas, arroja un resultado contradictorio, dado que en algunos casos las expectativas estuvieron por encima de los logros. Una mujer de 26 años, con un matrimonio disuelto y breve, soñaba con un tórrido verano, pero ahora parece haber encontrado un aspirante a novio que todavía se muestra algo indeciso a la hora de tirar el slip. En Pinamar, un chico de 19, que ni siquiera admite que haya sido su debut sexual (el clásico “ya lo había hecho antes”), siente que con “la colorada” está mucho más cerca del amor que del desenfreno con el que deliraba en sus sueños. Otra mujer, que pasó los treinta, cuenta frente a sus amigas una noche de sexo en la playa con un chico más joven que al día siguiente se perdió entre la multitud. Historias reales, fantasías, sueños, deseos confesables al compás de una estación donde los calores son intensos y visibles.
“Una elevada autoestima alienta el juego de atracción-seducción. El deseo se va encendiendo, el cuerpo va entrando en calor. Atraemos si estamos dispuestas a ser seducidas por el otro”, alientan las psicólogas Diana Resnicoff y Laura Caldiz desde su libro Sexo, mujer y fin de siglo.
Nora, una capricorniana de 26 años “recién cumplidos”, se siente “plena” y dice que este verano anda “con todas las luces prendidas”. Admite que no tuvo “muchos avances, apenas algunos toques, hasta que me encontré con Daniel, un chico conocido de Buenos Aires (ella es de Belgrano, él de Villa del Parque) con el que tuvimos un contacto bastante fuerte”, una noche que fueron a bailar, con otros amigos, en Pueblo Límite, un boliche que está justo en la entrada a Villa Gesell.
Nora dice que se siente “espléndida”, con cuatro kilos menos, luego de una dieta proyectada para “lucir bien en vacaciones”. El toque de autoestima necesario que mencionan Resnicof y Caldiz. Después del primer encuentro cercano, sin llegar todavía a la cama compartida, la cosa siguió al otro día, en la playa, donde cierta química siguió funcionando, pero sin el fuego esperado por Nora: “Con la luz del día me siguió gustando, paseamos por la playa, jugamos, charlamos, nos dimos algunos besos, pero yo esperaba un avance más decidido, más rotundo. No sé si lo hubiera dejado avanzar rápidamente, pero lo esperaba.”
¿Qué pasó con Daniel? “No estuvo mal, es más, todo apunta a un romance que tal vez no entraba en los planes iniciales. No está mal, no está nada mal, pero yo esperaba un flash, una hoguera, no sé, algo más contundente. ¿Me entendés?”. La pregunta de Nora es bien explícita y por si hace falta, abre bien grandes sus ojos claros. “El ahora se volvió, quedamos en vernos, sabemos dónde encontrarnos, seguramente nos vamos a encontrar, pero todo estaba para más y la cosa llegó hasta ahí,” dice finalmente abriendo los brazos, como buscando una explicación. “Yo estuve casada 14 meses, creía en el amor eterno, pero duró un suspiro y ahora estoy decidida a dejarme llevar por los sentidos, sin especular y lo único que encontré es un posible novio. No está mal, no me quejo, pero...”. Nora piensa que a él “le costó lanzarse y ese titubeo me desconcierta”.
“El ocio ayuda. Las vacaciones facilitan los acercamientos. Por algo la mayoría de los jóvenes tiene su primera vez en esta época del año”, asegura la sexóloga Claudia Girollet. Pablo tiene 19 años y es de Belgrano. Viene desde chico a Pinamar y se conoce todos los lugares de moda. Rogelio es un hombre que anda por los 60 y tiene buen diálogo con Pablo y sus amigos, pero muchas veces los gasta, se ríe de sus “fantasías sexuales”. El hombre, canchero, algo sobrador, conoce los movimientos de todos: “¿Y Pablito, cómo anduvo la cosa con la Colorada?”. Pablo contesta de mala gana, un “bien...” apenas acompañado por una sonrisa desabrida. Cuando se va Rogelio, dueño de un negocio en el centro, Pablo se queda conversando a solas con su amigo Nahuel (19), en la “intimidad” del Pinamar Plaza, el shopping más concurrido de la ciudad. Allí empieza a largar el rollo y aunque hablan despacio, y como en clave, igual se entiende todo.
“Horacio (otro amigo) nos prestó la llave y nos metimos en la cama de una. Ella estaba más decidida que yo. Y bueno lo hicimos. Fue bastante bien”. Su relato, a diferencia de lo que suele ocurrir con los de su edad, es muy sintético y sin estridencias. Se nota que Nahuel es su amigo más íntimo, que se conocen y que ninguna mentira puede pasar entre ellos. “A mí me costó un poco y eso que no era la primera vez (la mirada del amigo se abre como un interrogante, como si estuviera poniendo en duda la afirmación). Fue todo bien, pero me parece que la pendeja me movió el piso. Tengo ganas de verla, de seguir con ella”. “¿Y ella?”, es la pregunta sin anestesia del ahora incisivo Nahuel. “Ella bien, creo, no sé. Hoy a la tarde nos vimos un ratito porque estaba con sus amigas. Todas me miraban y se reían, quedamos de salir de nuevo esta noche”. Pablito parecía tenerle miedo a que “lo de anoche” haya sido debut y despedida, al menos para la Colorada que, según todos, “está una masa”. Encima vuelve Rogelio y larga su jodita para VideoMatch: “¿Y Pablito, era mucho para vos solo?”. El veterano es insoportable.
Durante todo el año, pero sobre todo en el verano, el alcohol y otros estimulantes liberan las conductas reprimidas. “Hay un acercamiento más íntimo, una apertura hacia los desconocidos, una mayor libertad para relacionarse y el sexo fluye. Es algo que hace recordar al espíritu del Carnaval”, insiste Gindín cuando opina sobre las relaciones sexuales en la época estival. Marissa (33) –el nombre verdadero se mantiene en reserva– fue a ver el show de strippers (hombres y mujeres) en el City Ranch de Pinamar (ver aparte). Está con sus amigas Analía (31) y Fernanda (35). “Nos dieron invitaciones gratis y nos vinimos solas; hay que tirar la chancleta”, dice Marissa desafiante. La conversación con Página/12 se entabla en un territorio neutral, pero en el cual las fronteras están bien delimitadas: el pasillo que separa el baño de hombres del que usan únicamente las damas.
“Vos ya tiraste la chancleta”, recuerda Analía mientras levanta las cejas depiladas. “¡Qué buchona!”, rezonga Marissa sin enojarse. Al contrario, coquetea antes de confesar “el gran pecado”. “Y bueno, sí, tengo un amante de verano. O tuve, porque hace más de 24 horas que desapareció”, admite y se rectifica Marissa. “Pájaro que comió voló”, señala impertinente la filosa Analía. “Hizo algo más que comer...”, dice Marissa antes de emitir una primera opinión sobre el tema que interesa a todos: “Fue bueno mientras duró y eso es lo único que cuenta. No le tengo que ser fiel a nadie, soy libre y bla-bla-bla”, se remeda ella misma admitiendo que tampoco le hace gracia el vuelo tan rápido del avispón. “Dijo que se llamaba Roberto, pero es lo que dicen todos”.
“Mirá, si querés saber, nos matamos en la playa, sobre una lonita, cerca de Ostende, mientras escuchábamos los gritos de los pibes que salen a la madrugada de los boliches que están cerca del viejo Albergue Juvenil (se refiere a Ku y El Alma) y fue de película. Estuvimos juntos hasta cerca del mediodía y desde entonces, hace más de un día, desapareció, se esfumó, está prófugo”. A Marissa le sale una voz chillona mientras empieza a caminar hacia el toilette. “Soy soltera, sexy (da una vuelta sobre sus tacos), no tengo novio ni amigovio, ni marido, ni nada. En el verano hay más posibilidades, más libertad, una está más suelta y aunque los hombres dan muchas vueltas, alguno siempre pone la cara”. Y se va con un “chau”sonoro y guiñando el ojo. Vuelve sobre sus pasos y hace un pedido: “Si sale la nota, decile a Roberto que lo perdono, aunque sea casado”. Y finalmente se va. “¡Idola!”, le gritan sus amigas.
Según Gindín, en sus escritos sobre sexo en el verano, es también un tiempo propicio para las parejas estables acosadas por el estrés y la rutina. María Luisa (32) vive en Rosario con su marido y sus dos hijos pequeños. Está pasando las vacaciones en Mar del Plata, en las playas del sur. “¿Si hay más tiempo para estar solos? No lo creo, los chicos son muy chicos y con el sol, el agua, siempre tienen algún problemita y se despiertan de noche. Nosotros también estamos muertos. No sé, no creo que las cosas mejoren si hay chicos en el medio. Para eso le tenés que dar un tiempo a la pareja, solos, en un lugar tranquilo, sin pibes que lloren y se meen. Si podemos, un fin de semana nos vamos a ir solos al Uruguay. Después, si querés, te cuento, pero ahora no hay mucho que decir”.
Matías (21) vive en Hurlingham y está con su novia, Soledad. Dicen que prácticamente conviven, aunque cada uno tiene su departamento. Matías dice que ella lo acosa. “Me toca el culo en la pista, me manotea por adelante. Me carga y se ríe. Al principio estaba bien, como joda, pero me resulta un poco chocante que las mujeres sean tan lanzadas”. Matías se confiesa ante Página/12 al borde de la pista principal de Ku, sin necesidad de pregunta previa. Habla de más después de haberse tomado unas cuantas cervezas y Soledad parece molesta por las acusaciones. “Lo toco, es verano, estamos de joda, somos novios, ya nos conocemos demasiado bien. ¿Por qué no zarparse un poco? ¿No te parece que está bien?”. La joven, antes de la señal de aprobación del cronista, se anticipa y dice: “Está bien, está muy bien. Somos libres, somos jóvenes, es verano. ¡Viva el cachondeo!”. Está claro que a ella el toque de alcohol la desinhibe. A Matías le ocurre todo lo contrario. El verano recalienta el ambiente, pero evidentemente no es garantía de que todo vaya sobre ruedas. “Los problemas también viajan y así como hay más embarazos, también aumentan las separaciones después del regreso a casa”, advierte la sexóloga Girollet.