SOCIEDAD
La odisea de una joven, víctima del gatillo fácil
Hace tres años, quedó en medio de un tiroteo en Quilmes. Una bala policial impactó en su espalda. Desde entonces quedó postrada en silla de ruedas y debió dejar todos sus proyectos.
Por Carlos Rodríguez
Carla Lacorte conserva una bella expresión en el rostro. Sus ojos se mueven, al ritmo que marcan sus manos, dándole color a cada una de sus palabras, dichas con voz entrecortada pero firme, sin lagunas de llanto. El contraste son sus piernas, sujetas, tal vez para siempre, a una silla de ruedas que la priva del sueño de ser veterinaria y trabajar “en el campo, con grandes animales”. Sigue empleada en la misma veterinaria, pero su función se limita a manejar la computadora, ya no puede ir a los bancos ni bañar y cortarles el pelo a los perros. “Algunos pesan 35 kilos y cómo hago para manejarlos, atada como estoy a la silla.” Su calvario comenzó el 1º de junio de 2001, cuando tenía 29 años y regresaba a su barrio de Quilmes, desde la Facultad de Agronomía, en la Capital Federal, apurada porque tenía una cita para ir a cenar con su pareja. Bajó del ómnibus, caminó unos metros por la avenida Mitre en dirección a la estación de Quilmes y sintió el ruido del balazo que le pegó en la espalda, en la columna, “a medio centímetro del corazón”. El disparo, como está probado en la causa, fue hecho por el oficial ayudante Jorge Ignacio Salmo, que estaba franco de servicio y fuera de su jurisdicción, pero igual intentó interrumpir la fuga de tres o cuatro ladrones que habían robado en el McDonald’s. Los jóvenes corrían por la vereda opuesta a la que iba Carla, pero el experto tirador de la Bonaerense tuvo poca puntería “o directamente me tiró a mí, a matar, porque después me acusaron de haber actuado como campana en el robo”. El martes, en el tercer aniversario del episodio, habrá una marcha frente a los tribunales de Lomas de Zamora.
Salmo estaba acompañado por sus amigos y colegas, el comisario inspector Jorge Ismael Pagano y el ayudante Maximiliano Gastón Ferraris, todos de la comisaría sexta de Ezpeleta, sin jurisdicción en esa zona. Ellos se iban a “comer una pizza en el río”, declararon ante el fiscal Claudio Pelayo, quien calificó el accionar de Salmo como “lesiones culposas”, un delito excarcelable. Los tres dispararon contra los tres o cuatro fantasmas que corrían, sin tomar en cuenta que Carla Lacorte venía caminando tranquila, con un bolso lleno de libros “muy caros”, que pudo retener cuando, tirada en el piso y sangrando, se los quisieron quitar en “busca de pruebas”. Los tres policías, después de algunas marchas de protesta, fueron retirados de la comisaría de Ezpeleta y trasladados a la Jefatura de La Plata, donde cumplen “tareas administrativas”, según admitió a este diario una fuente oficial. Siguen en funciones en el marco de una “reforma policial” que intenta ponerle el cascabel al gato de la corrupción y la ineficacia policial.
En su descargo ante la Justicia, Salmo recurrió a algunos argumentos clásicos siempre que la policía se pasa de rosca y mata o hiere a inocentes: niega haber actuado “en forma negligente, imprudente o sin observar el debido cuidado” y mucho menos que su obrar “hubiera sido ilícito”. En el juicio oral, que se realizaría en septiembre próximo, los abogados de Carla Lacorte quieren que la carátula se transforme cuando menos en “tentativa de homicidio”. Antes debería realizarse una pericia planimétrica y la reconstrucción del hecho, tal como solicita la parte querellante, para que Salmo pueda explicar cómo fue que tiró en forma recta hacia el lugar donde estaba Carla Lacorte, y no en forma oblicua, hacia la vereda de enfrente, por donde corrían los delincuentes.
Salmo rechaza todas las imputaciones: que “hubiera sido maltratada por personal policial o que alguien hubiera dicho que era campana de los chorros y que le quisieran sacar la mochila” donde llevaba los libros; “que el primer disparo efectuado en el tiroteo fuera el que impactó contra la víctima Lacorte”; “que desde 1983 hasta la fecha hubieran fallecido 1500 personas (víctimas civiles) a mano del personal policial”, desconociendo datos estadísticos fehacientes realizados por la Coordinadora contra la Represión Policial (Correpi) o el Centro deEstudios Legales y Sociales (Cels); “que la víctima sufriera los daños que dice haber padecido y a todo evento impugno por exagerados los montos que reclama” como indemnización por daño.
El policía sólo lamenta que “uno de los proyectiles disparados al parecer por mi arma (una nueve milímetros) de acuerdo al resultado de las primeras pericias, alcanzó a la víctima” justo en el cruce de Mitre y Brandsen. Salmo se justificó diciendo que actuó “en mi propia defensa y la de mis compañeros” y que “jamás estuvo” en su ánimo “ocasionar daño alguno a terceros ajenos a los agresores”. Admite incluso que “sin duda ella (Carla Lacorte) no debió ser afectada” porque “simplemente caminaba por la calle”. El acusado reconoce que lo ocurrido a Carla “es injusto, muy injusto”, pero a la vez advierte que “una injusticia no puede subsanarse con otra injusticia”, como sería la de condenarlo a él por tirar sin ton ni son. “No puede ser que por un lado el ordenamiento jurídico le imponga al policía la obligación de actuar y por el otro le recrimine no haber acertado su disparo.” En realidad, Salmo acertó, pero en el blanco equivocado. Para salvarse, Salmo recurre a los dichos de su compañero Pagano: “La única cobertura que tenía era mi propio fuego, era no dejar que me hicieran puntería, los tenía frente a mí (a los ladrones) disparándome, si yo dejaba de disparar me mataban...”.
Sentada en su silla de ruedas, rodeada por sus perros, Orion y Natasha, la reflexión de Carla Lacorte es totalmente opuesta. “Si yo hubiera sido campana en el robo, igual le estaban disparando por la espalda, a matar, a una persona que corría y que estaba desarmada. Yo sólo escuché los tiros que venían del lado donde estaban los policías.” Carla, cuyo padre, Miguel Angel Lacorte, fue asesinado en Chile durante el golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet, dice que vienen “apaleados desde hace rato”. Se lamenta de haber tomado el primer ómnibus, que iba lleno. “Siempre espero al que viene vacío, pero estaba apurada porque me esperaban.” Se ríe cuando recuerda que un empleado del negocio robado le hacía señas de la vereda de enfrente para que se apretara contra el piso. “Me advertía que me iban a pegar un tiro y ya me lo habían pegado.”
La víctima asegura que los policías, a los que sólo podía verles los borceguíes, ya que estaba caída boca abajo, inmovilizada, la acusaban “de ser campana en el robo y comenzaron a interrogarme en el suelo, en lugar de darse cuenta de que me estaba desangrando y que no podía respirar”. Carla nunca perdió el conocimiento y les rogó, sin éxito, a los policías, a los camilleros y a los médicos “que no me sentaran, porque como veterinaria sabía que tenía afectada la columna vertebral y eso era lo peor; ni a un perro se lo trata de esa manera”. Con todo, tuvo fuerzas para impedir que le sacaran la mochila: “Tenía libros que no eran míos y que son muy caros”. Ahora dejó de estudiar y aunque retome (estaba en el tercer año de una carrera de seis), igual nunca podrá trabajar con “grandes animales”, como era su sueño. “Me arrastraron por el piso igual que a Darío Santillán”, el piquetero asesinado por la policía en la estación de Avellaneda.
Estuvo diez días internada en terapia intensiva en el Hospital de Quilmes. Se alegra porque al menos “yo recuperé el control de esfínteres, la micción, porque podría no haberlo recuperado”. En septiembre del año pasado le hicieron una operación, en octubre del mismo año una segunda, que duró doce horas, porque le tuvieron que corregir la columna. “Se me había hecho una curvatura horrible y estuve a punto de perder la vida de nuevo.” Después, con la ayuda de vecinos, amigos y ex compañeros de facultad, reunió dinero para hacer dos meses de recuperación en Cuba.
Ahora mueve un poco su pierna izquierda, pero la derecha sigue igual, sin dar señales de vida. Cuando mucho puede aspirar a caminar con un andador y es casi un milagro la idea de caminar con la ayuda de aparatos y bastones. “Los policías siguen en funciones y nosotros quedamos así. Hay otros que murieron, es cierto, yo por lo menos puedo salir a protestar por las calles. Estoy acostumbrada a pelear y no me van a vencer muy fácilmente. Pero cuando uno ve cómo se resuelven algunas causas, es mucha la bronca. El juicio oral estará a cargo del Tribunal 3 de Lomas de Zamora y la joven no tiene muchas esperanzas. “El fiscal Pelayo no hizo ninguna de las pruebas que pedimos y no creo que lo hagan los fiscales del juicio”, Pablo Madina y José María Gutiérrez. “Ellos siguen y yo nunca voy a volver a ser la misma”, dice.