SOCIEDAD › LA FERIA ARTESANAL, UN HITO DE VILLA GESELL
Con el sello de los artesanos
Nació en los ‘60 y sus protagonistas fueron precursores. Ahora sigue siendo una de las mejores de la costa, con criterios muy estrictos sobre lo que se ofrece. El peligro de desalojo.
Por Carlos Rodríguez
Los gesellinos, los nacidos y criados aquí o los que llegaron desde Buenos Aires u otras ciudades del país, en cada conversación repiten sus muletillas. Que en los cincuenta sus playas eran consideradas, en los titulares del diario La Prensa, como “las más europeas” de la Argentina. Que en el balneario se vio “la primera bikini”, una leyenda que ponen a la altura de la Garota de Ipanema. Que la presencia en la zona de muchos “jóvenes intelectuales” le dio al lugar un “espíritu de libertad y de vanguardia”. En esa avanzada son ubicados, en primera línea, los hippies, muchos de ellos artesanos que comenzaron a alimentar una historia que es mucho más que una simple frase hecha: “Acá están los mejores de la Argentina”, repiten una y otra vez. “Lo cierto es que, en los años sesenta, las primeras ferias artesanales fueron las de Gesell y las de la plaza San Martín en Buenos Aires y que nosotros nos esforzamos para que acá expongan los mejores”, refuerza la ceramista Tessi de Donato, cuyos trabajos se pueden ver en uno de los casi noventa puestos de artesanías agrupados en la avenida 3, entre 112 y 113. La Feria Artesanal, Regional y Artística de Gesell es uno de los máximos orgullos locales. En los puestos se puede comprar, a precios más o menos accesibles, artesanías en cuero, plata, chatarra convertida en obra de arte, madera, bronce, tela y un sinfín de variedades que, a simple vista, superan cualquier control de calidad.
“Los primeros trabajos se exhibían, en los sesenta, en locales comerciales como Combo, en 105 y 3, o en Kenka, en 107 y 5, pero después se armaron las ferias, primero en la plaza Carlos Gesell, en 3 y 110, hasta que se trasladó al lugar que ocupa hoy”, explica Tessi (47), quien está instalada desde 1986. La mayoría de los 86 puestos que tiene la feria son ocupados por gesellinos. Apenas cinco lugares son reservados para invitados que llegan de otras ciudades del país. Hacen intercambios con las ferias de San Isidro, Belgrano, San Fernando y La Boca, lo que permite que los de acá se muestren también fuera de Gesell. “La admisión es muy exigente y muchos de nosotros hemos pasado por concursos en los cuales cerca de 400 artesanos se anotaban como jurados para la admisión”, insiste Tessi, que supo vivir en Temperley y en Ituzaingó, en el Gran Buenos Aires, aunque ahora se considera “gesellina por adopción”.
Mónica, que expone sus velas artesanales multicolores, dice con gesto humilde que se considera más importante en la organización de la feria que por sus trabajos. Ella confirma que de “diez gesellinos”, en los primeros años de la feria, se pasó al número mayoritario de hoy. “Lo que se exige es que los trabajos tengan calidad y que sean realizados por los expositores, que no se trate de reventa ni de objetos fabricados en serie.” Mónica, una verdadera representante gremial de sus pares, recalca que hay normas muy estrictas que se respetan y que se discuten con la Secretaría de Cultura de Gesell, a cargo de Carlos Rodríguez. Uno de los reclamos de los artesanos tiene que ver, nada menos, con el peligro latente de un desalojo del lugar que ocupan.
“Estos terrenos (baldíos) a lo largo de los cuales se despliega la feria fueron donados por don Carlos Gesell al Automóvil Club Argentino, con la condición de que fueran destinados a emprendimientos relacionados con la cultura. Nunca se utilizaron y la feria sirve de biombo y le da vida a una cuadra muy larga que de otra manera estaría vacía, cortaría en dos a la ciudad”, cuenta Mónica.
Alicia Vedia y su marido, Roberto Vázquez, tienen un puesto donde se exponen trabajos realizados en cuero crudo: calzado tipo cheyenne, tobilleras trenzadas y tapices inspirados en la cultura de los pueblos originarios. Alicia, nacida en Salta, vive en Gesell desde los 8 años y tiene cuatro hijos nacidos aquí que ahora viven en Costa Rica, donde hacen sus propias artesanías. Ella misma suele viajar al país centroamericano, durante los meses de invierno, para visitar a la familia y para ofrecer sus trabajos. “Nuestro único capital son las artesanías y cuando viajamos, las llevamos con nosotros. Es nuestro único medio de vida y nos sirvió para criar a nuestros hijos. Las artesanías son nuestra tarjeta de crédito”, afirma.
Claudio vivía en el barrio porteño de Caballito cuando se quedó sin trabajo y sin horizonte. Con su mujer, Patricia, vivían a duras penas vendiendo tortas decoradas, hasta que decidieron venirse a Gesell. “Un amigo nuestro, un poco místico, nos dijo una vez que ‘los duendes son un amuleto para la buena suerte. Los duendes nunca te dejan solo’, fueron sus palabras y al principio nos pareció apenas un buen deseo, una cábala.” Con el tiempo, “mi mujer hizo un duende en arcilla y desde entonces los duendes nos acompañan”. En su puesto, Claudio exhibe decenas de modelos distintos de duendes, más chicos, más grandes, con formas y usos variados, desde veladores hasta adornos para colgar. “Desde entonces creemos en los duendes”, ratifica.
En verano, la feria funciona todos los días, de 18 a 1 de la mañana. En invierno quedan apenas algunos puestos, que abren únicamente los fines de semana o en los feriados. La mayoría de los artesanos son de Buenos Aires o de La Plata, pero ya se sienten gesellinos, herederos de una tradición. “Los artesanos de los sesenta marcaron un camino que nosotros seguimos porque tenemos el sello de Gesell”, insiste Tessi de Donato, fiel a la mística que alimenta leyendas y realidades.