SOCIEDAD › UN CHICO CONTO QUE EL PAPA
MATO Y ENTERRO BAJO LA CAMA A SU MAMA

La confesión que tardó ocho años

A los ocho años, el nene vio a su padre matar a su mamá, cavar una fosa en la pieza matrimonial y enterrarla allí mismo. En el barrio, el hombre dijo que la mujer se había ido con otro. Ahora, a los 16, el chico se decidió a contar todo. La policía encontró los huesos. El hombre está prófugo.

 Por Carlos Rodríguez

La edificación de la casa de Juan Bautista Bustos 6004, en González Catán, quedó detenida en el tiempo, ocho años atrás, con la muerte de María Angela Deluca a manos de su marido, Mario César Freiro. Durante todo ese tiempo, aunque la ampliación de la vivienda nunca avanzó, el hombre siguió viviendo allí, trabajando en su taller mecánico, sin despertar sospechas y recibiendo el apoyo de sus vecinos que aún hoy afirman que es “una buena persona”. Eso, a pesar de que todos descubrieron el secreto oculto hasta el fin de semana: Mario asesinó a María por celos, mintió que ella lo había abandonado y enterró el cadáver bajo el piso de la habitación, debajo de la cama matrimonial que habían compartido. La sórdida historia fue develada, tras ocho años de insomnio, por el hijo menor de la pareja, que había visto a los 8 años de edad cómo su padre estranguló a su madre y la sepultó, sin pompa ni ceremonia. Los vecinos se explican ahora por qué el chico, que hoy tiene 16, deambulaba por el barrio “aturdido por el alcohol, como si estuviera perdido”. El padre, que está prófugo, se había unido a otra mujer, también llamada María, con la que tuvo un hijo que hoy tiene cuatro años.
Entre el viernes y el sábado, el tranquilo barrio de calles de tierra desenterró el melodrama oculto tras las paredes blancas de una casita modesta levantada sobre los fondos de una esquina marcada por las calles Bustos y Fernández, condenadas hasta ayer al anonimato. Cerca de la puerta de entrada, desde hace ocho años, duerme un sueño que parece eterno el esqueleto de una casa más grande, con varias habitaciones, que nunca tuvo ni tendrá techo. En la puerta de la casita blanca, un perro negro se acurrucaba en silencio, sin dueños a la vista. María, la actual mujer de Mario César Freiro, se fue a la casa de sus padres, en el vecino barrio de San Alberto, luego de enterarse tan abruptamente que estuvo compartiendo el lecho con un asesino que es, además, el padre de su único hijo.
El primer matrimonio de Mario Freiro, con María Angela Deluca, dio como fruto dos hijos varones. El mayor, que hoy tiene 19, se llama como el padre y es soldado voluntario. “Yo creo que se hizo milico para irse de la casa; es posible que sospechara algo”, dijo a Página/12 José Gómez, vecino y “amigo”, según sus propias palabras, del homicida prófugo. “Y, todos sabíamos que ella lo engañaba, que se iba unos meses de la casa y que después volvía. Por eso todos nos creímos la historia que contó Mario respecto del abandono. Nadie sospechó nada.” Sin que nadie se lo pregunte, Gómez habla bien del hombre que asesinó a su mujer en presencia de su hijo menor y que luego la sepultó en la pieza: “Yo creo que tiene que estar preso, por supuesto, pero me parece que era buena persona, que tiene que haber cometido una locura...” de la que nunca se arrepintió y a la que mantuvo oculta favorecido por el silencio de un niño que creció atormentado por un recuerdo imposible de borrar.
“Sí, el chico se la pasaba borracho. Y claro, con lo que tuvo que vivir”, admite finalmente Gómez, que lleva colgada sobre el pecho una cadenita de la que cuelga un Cristo de grandes proporciones. “Yo reconozco que Mario tiene que estar preso, pero me cuesta creer que sea un asesino”, insiste el hombre como tratando de encontrar una explicación a lo que hizo su “amigo”. Las excusas comenzaron a derrumbarse el viernes pasado, cuando el hijo menor de Freiro llegó a su propia casa acompañado por personal policial bajo las órdenes del juez de Garantías Marcelo Dau y el fiscal de La Matanza Sergio Carrera Fernández. El chico señaló el lugar donde había visto cómo enterraban a su madre y las excavaciones dieron resultado positivo: encontraron “un esqueleto completo”, confirmó una fuente policial consultada por este diario.
“Cuando estaban sacando los huesos de María me quise morir. Era verdad nomás, la había matado”, aseguró el vecino Gómez, como si todavía no tomara por cierto lo evidente. El adolescente que denunció a su padre fue a la policía acompañado por un tío. Los voceros de la comisaría local aseguraron que el relato “fue tan preciso que parecía que el crimen sehabía cometido ese mismo día y no hace ocho años”. El joven contó que su padre mató a su madre “asfixiándola con un pañuelo grande que le anudó al cuello”. Luego levantó el piso de la pieza, enterró el cuerpo y volvió a cerrar una tumba que estuvo guardada por ocho años.
La familia Freiro tiene cierta vinculación con la política, ya que el abuelo paterno del chico trabaja en el Congreso Nacional como colaborador de un diputado de la Unión Cívica Radical (UCR). Aunque la denuncia se había manejado con cierta cautela, el asesino pudo escapar pocas horas antes del fallido operativo para atraparlo. La policía cree que alguien de la familia o cercano a ella lo alertó a tiempo. Ayer se decía que, para confirmar la historia del abandono, Freiro habría fraguado una carta supuestamente escrita por la mujer, en la cual ella le anunciaba que había decidido abandonarlo porque estaba enamorada de otro hombre.
Los vecinos rodeaban ayer por la tarde la casa de la calle Bustos. Una mujer, que evitó dar el nombre, aseguró que Freiro convivía con su nueva mujer “desde un año después” del crimen disfrazado como supuesto abandono. “El tipo parecía normal, era amable, trabajaba todo el día y parecía un buen padre. Andá a guiarte por las apariencias”, comentó la vecina antes de seguir camino a su casa. Una fuente policial confirmó anoche que el hijo que denunció a su padre “está bajo tratamiento psicológico porque tiene serios problemas por haber mantenido tantos años un secreto tan terrible”. Los vecinos aseguran que el hijo mayor “estaba un poco enojado” por la actitud de su hermano. “A mí me dijo que era una historia que nunca se tenía que haber revelado”, aseguró el vecino Gómez, que parece conocer cada detalle de la sórdida historia.
La casa de la calle Bustos permanecía anoche en el más feroz de los silencios. Además del perro silencioso, acurrucado en la puerta de la pequeña vivienda, quedaban sobre el patio los escombros que tapaban el cuerpo de María y el Renault 12 azul, destartalado, patente B-616582, que pertenece al prófugo. Dos chicos del barrio, como si fuera un juego, se amenazaban entre risas: “Yo soy Mario. Si te hacés el loco te mato y te entierro abajo de la cama”.

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En González Catán, el barrio San Alberto vivió un día agitado por la inesperada noticia.
 
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