SOCIEDAD › LA PROLIFERACION DE MASAS DE
HIELO OBEDECE AL CALENTAMIENTO GLOBAL
El iceberg que chocó con la Antártida
Por Pedro Lipcovich
Un iceberg gigantesco, de 115 kilómetros de largo, chocó con una enorme lengua de hielo que forma parte de la Antártida, de la cual hizo saltar un pedazo de cinco kilómetros de largo: el suceso obligará a modificar, de ahora en más, los mapas del continente antártico. La montaña de hielo flotante era a su vez una de las partes en las que se había dividido el iceberg más grande registrado hasta la fecha, que medía más de 10.000 kilómetros cuadrados, más de la mitad de la provincia de Tucumán. El impacto de ayer se produjo en el mar de Ross, en el sector del continente blanco próximo a Nueva Zelanda, del lado opuesto a la Argentina. La colisión se considera un hecho normal, aunque extremadamente infrecuente, pero la proliferación de icebergs, y su gran tamaño, se vincula con el fenómeno del calentamiento global, que afecta también a ese continente. Por ejemplo, en zonas donde sólo nevaba, ahora llueve, al punto de que la Dirección Nacional del Antártico tuvo que cambiar el tipo de vestimentas utilizado por el personal que allí se desempeña.
El iceberg se denomina B15-A y es el fragmento más grande del B-15, que se originó en el año 2000 y cuyo tamaño inicial era de 11.400 kilómetros cuadrados, similar al de Jamaica o a la mitad de la provincia de Tucumán. El B15-A tiene 2500 kilómetros cuadrados y mide 115 kilómetros de largo por 22 de ancho.
Su impacto con la lengua de hielo Drygalski, en el mar de Ross, fue detectado por un satélite de la Agencia Espacial Europea: “Los mapas de la Antártida deberán ser corregidos”, dijo un portavoz de esa entidad, refiriéndose a que la lengua Drygalski, ahora alterada, por su tamaño y estabilidad figura habitualmente en la cartografía.
En realidad, el seguimiento satelital había previsto la colisión para enero pasado; el B15-A avanzaba hacia el continente a una velocidad de más de un kilómetro y medio por día. Pero el iceberg encalló durante unas semanas a menos de cinco kilómetros de la costa, poniendo en riesgo tanto a los hombres como a los pingüinos. A los hombres, porque la masa de hielo llegó a bloquear los suministros para la estación antártica McMurdo, perteneciente a Nueva Zelanda. Y a los pingüinos porque, al rodear la masa de hielo, debían multiplicar las distancias que nadan habitualmente en busca de alimento para sus crías.
Finalmente, el iceberg volvió a ponerse en movimiento hacia el continente antártico, hasta hacer impacto con todo su tamaño de más de un millón de millones de metros cúbicos de hielo (su espesor es de unos 430 metros, de los cuales 400 están bajo el agua). La lengua de hielo Drygalski se quebró ante el impacto y perdió así una franja de cinco kilómetros de longitud (ver ilustración).
Como todos los icebergs, el B-15 se formó a partir de una de las “barreras de hielo” que existen en los mares que rodean la Antártida. Es común que de ellas se desprendan y salgan flotando grandes masas de hielo. Claro que “grandes” significa habitualmente que miden algunos centenares de metros; no más de 100 kilómetros, como el B15-A. De todos modos, investigadores de las universidades de Chicago y Wisconsin, que siguen el tema, no consideran anormal sino sólo infrecuente la aparición de estos icebergs gigantes, que tendría lugar cada 50 o 100 años.
Lo que no es normal, sino que obedece al cambio climático global, es la mayor cantidad de icebergs en general, y especialmente el hecho de que las barreras mismas se están destruyendo. En la Argentina, el director nacional del Antártico, Mariano Memolli, destacó que “en algunas áreas de la Península Antártica la destrucción de la barrera de hielo se está dando en tiempos muy acelerados. De la Barrera Larsen, un sector de 80 kilómetros de largo por 15 de ancho se perdió en pocos meses y sigue destruyéndose. En el continente hay una gran retracción de los glaciares, por aumento de la temperatura: antes, no llovía en la Antártida, sólo nevaba, pero el verano pasado llovió en todas las bases, incluyendo la General Belgrano, la más austral; esto nos obligó a comprar camperas y otras ropas que protejan de la lluvia, no sólo de la nieve. Y la lluvia lava los glaciares”.