SOCIEDAD › LA VIDA DEL ASESINO DE LOS TRES CHICOS

Ni Dios amansó al sargento

Sus vecinos de Berazategui lo conocían como un violento que ocupaba un terreno y lo defendía con su arma. La sorpresa es que el policía es evangélico de una iglesia que predica el amor.

 Por Carlos Rodríguez

En Berazategui, el barrio donde vive desde hace 22 años, el sargento Juan de Dios Velaztiqui (62), autor del triple crimen de Floresta, es bien conocido. Por su siempre latente hostilidad, es un personaje que despierta escasa adhesión popular, porque estaba lejos de respetar eso que genéricamente se conoce como “normas de buena vecindad”. Una pareja que vive en la zona desde hace cuarenta años lo recuerda como “un hombre de anteojos oscuros que nunca saludaba” y que tenía reacciones fuertes. Como cuando “amenazó con echar a tiros a una persona que había comprado unos terrenos (ubicados en los fondos de la casa de Velaztiqui) que él sigue ocupando ilegalmente desde hace muchos años”. El rostro siniestro del triple homicida tiene una contracara plagada de falsos augurios de fraternidad: era miembro de la Iglesia Universal del Reino de Dios, que siempre muestra por la TV cómo sus fieles se convierten en buena gente, superando un pasado feroz de ebriedad o violencia. Velaztiqui recorrió ese camino, a contramano.
“Eramos compañeros de vereda.” Eduardo Lucero vive con su familia exactamente al lado de la casa de los Velaztiqui, ubicada en la calle 29 número 5291, a metros del cruce con las vías del ex Ferrocarril Roca, a unas 15 cuadras de la estación de Berazategui. Lucero parece aludir no sólo a la vecindad geográfica sino también a la de la fe, ya que ambos son militantes del Evangelio, aunque ejercen “en distintas iglesias”. Lucero fue el único que habló bien de Velaztiqui. No sólo dijo que era “una muy buena persona” sino que, al aludir al feroz crimen, optó por echar un manto de olvido: “Si usted hubiera leído la Biblia –dice descontando la condición de ateo del cronista– comprendería que los caminos del Señor son muchos y que muchas veces los hombres se equivocan. No digo que usted sea un ignorante –aclara por las dudas–, pero si no leyó la Biblia tendría que estar muchas horas explicándole lo que quiero decir”. Siempre es difícil explicar lo inexplicable.
Velaztiqui vivía en la casa con su esposa, Victoria, una mujer rellenita también asidua del templo que la Iglesia Universal tiene en la calle 14 y 145, a media cuadra de la estación ferroviaria. La doctrina del grupo evangelista, estricta a la hora de cercenar goces terrenales como la música o el baile, no le impedía a Victoria la pecaminosa tarea de “levantar” apuestas de quiniela ilegal en el barrio. Y hasta tener algunos olvidos a la hora de pagar a los poseedores de los números ganadores. “Por eso tuvo muchos problemas y algunos escándalos”, sostiene María, una mujer de unos treinta y pico de años que desprecia el chisme barato. “Pero una anda por la calle y se entera”, justifica.
El matrimonio Velaztiqui tiene cuatro hijos, tres mujeres y un varón que, como papá, es miembro de la Policía Federal y vive a unas 20 cuadras de la casa familiar. Ayer fue imposible encontrar a ninguno de los miembros del clan. En la casa de la calle 29 vivía el matrimonio y la menor de las hijas, que varias veces estuvo internada en clínicas psiquiátricas. “El hombre era rudo con sus hijos, eso era lo que reconocía doña Victoria”, relata la propietaria de un kiosco de la zona. La hija mayor vive en Bariloche y había viajado a Buenos Aires para pasar las fiestas de fin de año. “El sábado (29 de diciembre, día del crimen), la policía vino a la mañana. A la tarde, los dueños de la casa hicieron una mudanza. Se llevaron todo lo que había”, juran los vecinos. La casa está vacía, de eso se puede dar fe.
Además de dictarle la prisión preventiva, el juez Ricardo Warley dispuso un embargo de tres millones de pesos sobre los bienes del sargento. La casa, de construcción sencilla, nunca podría cubrir esa cifra y nadie pudo aventurar un monto sobre los muebles y valores que ya no están dentro de las paredes de la finca. “Los de Telefónica vinieron a arreglar el teléfono, pero ya no hay nadie”. “Una vecina despistada, en bicicleta, toca el timbre y espera, con ganas de apostar a la quiniela. Es la única desorientada, ya que todo el barrio estuvo pegado a la TV, siguiendo la aventura criminal del inhóspito vecino. En el barrio circulan versiones sobre supuestas propiedades en Quilmes, en Plátanos, en San Antonio de Padua, pero nadie sabe nada a ciencia cierta.
“Velaztiqui siempre hablaba de (Jorge) Videla y de (Antonio Domingo) Bussi”, admitió otro viejo habitante de Berazategui. “El decía –corrobora Carlos–, que estuvo ‘peleando contra la subversión’ en Tucumán durante el Operativo Independencia”, dirigido primero por el general Acdel Vilas y luego por el propio Bussi. Respecto de Videla, otro de los consultados puso en duda, no la relación sino “que hubiera sido su chofer”. Para confirmar su apreciación cuenta una anécdota: “Empezó a manejar cuando ya era mayor. Tenía un Valiant 4 y era tan inseguro al volante que una vez se metió en la casa de una vecina y casi la mata. Terminó chocando contra una mesa”. Por eso apuesta a que “pudo haber sido el custodio, pero nunca el chofer de Videla”. Después tuvo un Fiat Duna, pero “hace un tiempo se lo llevó un oficial de justicia”, supuestamente por falta de pago.
En los últimos tiempos, además de custodiar con mal tino el barrio de Floresta, Velaztiqui cumplía tareas de policía adicional en los tribunales de Comodoro Py, asegura uno de los vecinos, que aclara que “por lo general, el hombre era hosco y poco amable, pero su mujer hablaba sobre el trabajo del marido”. Los que más saben, porque eran “muy amigos” –según el resto de los vecinos– o “compañeros de vereda” –según los propios interesados–, son los Lucero. La primera en salir hasta la puerta de rejas es la mujer de Lucero, quien se excusa de hablar y llama a su marido: “Me tienen prohibido abrir la boca”. El esposo, con actitud poco menos que de talibán, se muestra amable pero afirma una y otra vez que todos en la casa vecina son “excelentes personas”. La verdad sobre lo sucedido hace una semana “sólo puede encontrarse leyendo la Biblia”.
Para que no insistan con las preguntas, Lucero cierra del todo la puerta: “Yo no se nada sobre el pasado de mi vecino, pero si supiera, no le diría nada”. El mutismo es idéntico entre los sacerdotes de la Iglesia Universal. “No es momento, estamos en plena oración de liberación”, susurra un hombre que se viste y actúa como si fuera un custodio privado del Altísimo.

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La Iglesia Universal de Berazategui, donde se niegan a hablar del “fiel” Velaztiqui.
Los hermanos se negaron a hablar porque “no es momento, estamos en plena oración de liberación”.
 
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